Roma recuerda a San Ignacio en su día

El santo de Loyola, fallecido en 1556, recordado en la Iglesia de Jesús

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ROMA, viernes 31 de julio de 2009 (ZENIT.org).- Algunos rezaban de rodillas la oración a San Ignacio en ingles, español e italiano, en la capilla donde yacen sus restos. Otros encendían velas y permanecían de pie orando ante la tumba del santo.

Muchos sacerdotes y hermanos jesuitas, así como fieles de otras comunidades cuya espiritualidad está basada en la constitución ignaciana, celebraron este viernes el día del santo de Loyola, en la Iglesia de Jesús, ubicada en pleno centro de Roma.

La ceremonia central tuvo lugar con una eucaristía a las siete de la noche, presidida por el padre Adolfo Nicolás, superior general de la Compañía de Jesús.

«He venido hoy a rezar ante la tumba de este gran santo que tanto ha influido en mi fe ya que estudié en un colegio jesuita», aseguraba el laico chileno Felipe García.

«Este es un lugar bellísimo de oración. Me conmueve saber que, por ejemplo mi compatriota, San Alberto Hurtado S.J, vino aquí y rezó ante la tumba del fundador de la Compañía de Jesús», testimonia.

A pocos metros se encuentra la habitación donde murió san Ignacio, que actualmente puede ser visitada por peregrinos en algunas guías programadas que se realizan dos veces al mes.

Su habitación se ha convertido en una capilla cuya entrada está engalanada con algunos frescos pintados por el  Andrea del Pozzo, que recuerdan algunos episodios de la vida del santo.

Se conservan allí algunos de los muebles de San Ignacio, así como las primeras constituciones de la congregación fundada por él.

«San Ignacio es verdaderamente una de las figuras más iluminadoras de todos los siglos que ha tenido una vida de gran impacto social», dijo a ZENIT el padre Pietro Schiavone, vicerrector de la Iglesia de Jesús.

Para este sacerdote jesuita, autor de varios libros entre ellos «Ejercicios Espirituales y Magisterio», el mensaje de San Ignacio es «de una actualidad maravillosa. El santo hablaba de la vocación universal a la santidad. Los Ejercicios Espirituales pueden ser mejor entendidos si se leen a la luz del Concilio Vaticano II».

Muros que custodian espiritualidad
La construcción del templo donde yace hoy la tumba del santo de Loyola comenzó en 1568, luego de que San Ignacio hubiera solicitado que se levantara una iglesia que albergara a los sacerdotes y hermanos de la Compañía de Jesús.

San Ignacio no vio construida la Iglesia pero sí la planeación de la misma cuyos medios económicos estuvieron proporcionados por el cardenal Alessandro Farnese.

«Aquí siempre hay un ambiente de veneración, de admiración y de estupor», explica el padre Schiavone S.J.

«En la medida en que se conoce, se aprecia y se admira todavía más a San Ignacio. Hay gente que lo conoce más a fondo, que ha hecho los Ejercicios Espirituales. Vienen porque reconocen en él un auténtico maestro de discernimiento», aseguró el sacerdote.

Entre estos muros renacentistas y barrocos, se encuentran muchas riquezas espirituales y artísticas. Como novedad para este año los peregrinos podrán orar ante el fresco llamado Madonna della Strada (la Virgen de la calle) que fue recientemente restaurado por un grupo de investigadores de la universidad de La Sapienza de Roma.

Al parecer fue realizado a mediados del siglo XIII. Allí los primeros jesuitas iban a orar constantemente pidiéndole a la Madre de Dios, iluminación y protección para esta obra que apenas comenzaba y que hoy está presente en 127 países de los cinco continentes.

Inicialmente esta imagen estuvo en la capilla denominada también Virgen de la calle, concedida a san Ignacio y a los jesuitas en 1540, luego fue trasladada a la Iglesia de Jesús donde sufrió varios deterioros.

Ubicada en la primera capilla de la nave izquierda del templo, si se mira al altar, miles de fieles van todavía para orar o apreciar esta perla llena de espiritualidad, arte e historia.

Cada 31 de julio es una fecha especial que congrega a miles de devotos de este santo español, nacido en Azpetia en 1491, quien quiso ser soldado, pero que finalmente terminó batallando en una de las más nobles milicias: la de su proprio combate espiritual y el apostolado junto a sus discípulos.

«Que te conozca íntimamente a fin de amarte con mayor amor y seguirte con más diligencia», repetía el santo de Loyola dirigiéndose a Cristo.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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