“El desequilibrio ecológico amplía la brecha entre pobres y ricos”

Declaración del Seminario sobre Ecología organizado por el CELAM

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QUITO, jueves, 20 agosto 2009 (ZENIT.org).- Provenientes de 18 países de América Latina y El Caribe, los asistentes al «Seminario sobre Ecología: Ambientes, Economías y Pueblos», organizado por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), del 3 al 8 de agosto pasados, en Quito, Ecuador, han hecho llegar, a través de una Declaración, su preocupación por la crisis ecológica.
 
En la Declaración, remitida a ZENIT por el CELAM, los asistentes constatan en primer lugar «que el problema del calentamiento global y el cambio climático es una realidad presente y permanente que nos afecta local y globalmente».
 
La responsabilidad, afirman, «corresponde principalmente al consumo de energía, entre ellas la eléctrica, y al desmonte masivo y quema de bosques y selvas». Por eso, reconocen que son conscientes de «que el problema del calentamiento global se presenta como un síntoma de la crisis de un paradigma o modelo socioeconómico basado en la maximización de la ganancia y el consumo exacerbado de bienes renovables y no renovables».
 
«El evidente desequilibrio ecológico y brecha creciente entre ricos y pobres en el planeta, pese al crecimiento económico, ha puesto de manifiesto la inviabilidad del modelo. Como en varias oportunidades se ha afirmado, constatamos que el 25% de la población mundial consume el 80% de los recursos disponibles».
 
Por otra parte, afirman que «es consenso general que vivimos una crisis del agua. En el mundo, hoy por hoy, mil doscientos millones de personas no tienen acceso al agua potable y dos mil cuatrocientos millones no tienen servicios sanitarios adecuados».
 
«Frente a esta crisis –señalan–, surgen dos posturas antagónicas en el continente: quienes ven en ella una oportunidad para hacer negocios y quienes perciben la necesidad de declarar el agua dulce un bien público, patrimonio de todos los seres vivos y un derecho para todos los seres humanos».

Los representantes del encuentro sostienen esta postura que Benedicto XVI expresa así: «el derecho a la alimentación y al gua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechosuniversales de todos los seres humanos, si distinciones ni discriminaciones».

«Más aún –afirma la declaración–, el calentamiento global está agravando la crisis del agua dulce ya que ciudades y pueblos dependientes de glaciares comienzan a sufrir sus consecuencias por derretimiento y extinción. Siendo que el agua es un bien vital para la supervivencia y desarrollo humanos, muchas poblaciones podrían verse forzadas a migrar constituyendo el conjunto de los ‘desplazados ambientales'».
 
Por todo lo dicho, los asistentes al encuentro reconocen «un sistema perverso que busca exacerbar las riquezas económicas rápidas sin tener en cuenta el destino universal de los bienes».
 
Esta idea del destino final, de la comunión cristiana de bienes, afirman, «debe ser un principio inspirador del trabajo por la justicia ambiental».
 
Estos desafíos, añaden, «nos retan a reforzar la voz profética de las Iglesias locales mediante el desarrollo de una nueva espiritualidad con métodos pastorales acordes y la integración de los diversos agentes de pastoral que ayuden a la transformación del estilo de vida consumista imperante y el cuidado de los bienes de la creación».
 
Consideran la misión continental de la Iglesia en América Latina y El Caribe, «como el kairós de Dios que nos desafía a todos a asumir creativamente el compromiso con las temáticas que aquí se abren en todas las actividades pastorales en la dimensión del Amor, la Belleza, la Verdad y la Bondad revelada en Jesucristo, Vida abundante para todos los pueblos».
 
Indican que «la educación en valores evangélicos en cada etapa del desarrollo integral de las personas permite la transformación de la mentalidad tecnocrático cientificista hacia una conciencia más sensible y crítica frente al uso de los bienes naturales y culturales que son de todos».
 
Sugieren que «es necesario incorporar en las escuelas de economía de las universidades católicas líneas de investigación y docencia interdisciplinarias que abran perspectivas a la elaboración de paradigmas teóricos alternativos de economía centrados en el ser humano, el trabajo y la solidaridad y no en la maximización de la ganancia».
 
Piden «a los gobiernos, empresarios y organizaciones sociales, la revisión y/o creación de políticas públicas con enfoque de derechos humanos que contemplen la dinámica ecológica y el desarrollo socioeconómico sostenible».
 
Asimismo señalan imperativo «que los países ratifiquen y cumplan los diversos protocolos y tratados internacionales en materia de calentamiento global y cuidado ambiental» y necesario «avanzar en planes estratégicos de Estado de recambio de la matriz energética de nuestros países en base a tecnologías limpias y sustentables a fin de reducir al menos en un 50% las emisiones de GEI».
 
«Como discípulos de Jesús –concluyen–, nos sentimos invitados a dar gracias por el don de la creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Logos creador. En el designio maravilloso de Dios, el hombre y la mujer están llamados a vivir en comunión con Él, en comunión entre ellos y con toda la creación . La creación ha sido siempre mediación para la experiencia de Dios, en la que debemos rastrear las huellas de su presencia. Por esta razón es necesario recuperar la mirada creyente de gratuidad y belleza sobre ella, que nos permita crecer en la austeridad y simplicidad de vida. Así, las generaciones futuras también podrán acceder a la contemplación de Dios que se manifiesta en sus criaturas».

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ZENIT Staff

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