CASTEL GANDOLFO, miércoles, 26 agosto 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general que concedió a los peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo en la que afrontó el tema de la salvaguardia de la creación.
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Queridos hermanos y hermanas:
Nos acercamos ya al final del mes de agosto, que para muchos significa la conclusión de las vacaciones de verano. Mientras regresamos a las actividades diarias, ¡cómo no dar las gracias a Dios por el don precioso de la creación, que podemos disfrutar no sólo durante el período de vacaciones! Los diferentes fenómenos de degradación ambiental y las calamidades naturales, que por desgracia registran las crónicas con frecuencia, nos recuerdan la urgencia del respeto debido a la naturaleza, recuperando y valorando, en la vida de todos los días, una correcta relación con el ambiente. Se está desarrollando una nueva sensibilidad por estos temas, que suscitan la justa preocupación de las autoridades y de la opinión pública, que se expresa también con la multiplicación de encuentros a nivel internacional.
La tierra es un don precioso del Creador, que ha diseñado su orden intrínseco, dándonos así las señales orientadoras a las que debemos atenernos como administradores de su creación. A partir de esta conciencia, la Iglesia considera las cuestiones ligadas al ambiente y a su salvaguardia como íntimamente ligadas con el tema del desarrollo humano integral. A estas cuestiones me he referido varias veces en mi última encíclica «Caritas in veritate», recordando la «la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad» (n. 49) no sólo en las relaciones entre los países, sino también entre cada uno de los hombres, pues el ambiente natural es dado por Dios a todos, y su utilización comporta una responsabilidad personal con toda la humanidad, en particular, con los pobres y las generaciones futuras (Cf. n. 48). Experimentando la común responsabilidad por la creación (Cf. n. 51), la Iglesia no sólo está comprometida en la promoción de la defensa de la tierra, del agua y del aire, entregados por el Creador a todos, sino que sobre todo se empeña por proteger al hombre de la destrucción de sí mismo. De hecho, «cuando se respeta la ‘ecología humana‘ en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia» (ibídem). ¿Acaso no es verdad que la utilización desconsiderada de la creación comienza allí donde Dios es marginado o incluso donde se le niega la existencia? Si desfallece la relación de la creatura humana con el Creador, la materia se reduce a posesión egoísta, el hombre se convierte en la «última instancia», y el objetivo de la existencia queda reducido a una afanada carrera para poseer lo más posible.
La creación, materia estructurada de manera inteligente por Dios, está confiada a la responsabilidad del hombre, que es capaz de interpretarla y de remodelarla activamente, sin considerarse como el dueño absoluto. El hombre está llamado a ejercer un gobierno responsable para custodiarla, obtener beneficios y cultivarla, encontrando los recursos necesarios para una existencia digna para todos.
Con la ayuda de la naturaleza misma y con el compromiso del propio trabajo y creatividad, la humanidad es capaz de asumir el grave deber de entregar a las nuevas generaciones una tierra que a su vez éstas podrán habitar dignamente y cultivar ulteriormente (Cf «Caritas in veritate», 50). Para que esto se realice, es indispensable el desarrollo de «esa alianza entre el ser humano y el medio ambiente que debe ser reflejo del amor creador de Dios» (Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7), reconociendo que todos nosotros procedemos de Dios y que todos estamos en camino hacia Él.
Qué importantes es, por tanto, el que la comunidad internacional y los diferentes gobiernos sepan dar las señales adecuadas a los propios ciudadanos para afrontar de manera eficaz las modalidades de utilización del medio ambiente que resultan dañinas. Los costes económicos y sociales derivados del uso de los recursos ambientales comunes, reconocidos de manera transparente, deben ser asumidos por aquellos que los utilizan, y no por otras poblaciones o por las generaciones futuras. La protección del ambiente y la salvaguardia de los recursos y del clima exige que todos los líderes actúen de manera conjunta, respetando la ley y promoviendo la solidaridad, sobre todo con las regiones más débiles de la tierra (Cf. «Caritas in veritate», 50).
Juntos podemos edificar un desarrollo humano integral en beneficio de los pueblos presentes y futuros, un desarrollo inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Para que esto suceda es indispensable convertir el actual modelo de desarrollo global hacia una toma de responsabilidad más grande y compartida ante la creación: lo exigen no sólo las emergencias ambientales, sino también el escándalo del hambre y de la miseria.
Queridos hermanos y hermanas: demos gracias al Señor y hagamos nuestras las palabras de san Francisco en el Cántico de las Criaturas: » Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición… Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas».
También nosotros queremos rezar y vivir con el espíritu de estas palabras.
[El Papa saludó a continuación a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo a los peregrinos de lengua española. En particular a los grupos de las diócesis de Coria-Cáceres y Cuenca; a los Padres Franciscanos de España y a las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento; así como a los fieles de las Parroquias de Villena, La Solana y Toledo. En este tiempo de vacaciones, agradecemos al Señor el don maravilloso de la creación. Como he escrito en la Encíclica Caritas in veritate, la cuestión del medio ambiente está ligada a la del desarrollo humano integral. Cuando en la sociedad se respeta la ecología humana, se beneficia también la ecología ambiental. La creación ha sido confiada por Dios a la responsabilidad del hombre. Es posible, inspirándose en los valores de la caridad en la verdad, construir un desarrollo humano integral que beneficie a todos los pueblos y a las generaciones futuras. Muchas gracias por vuestra visita.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]