CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 30 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- La emoción se reflejaba en el rostro de Myriam García Abrisqueta en la mañana de este miércoles antes de encontrar a Benedicto XVI, quien ha rendido homenaje a los cincuenta años de Manos Unidas, la organización no gubernamental creada y promovida por mujeres católicas, de la que es presidenta.
Ha venido a Roma junto a un numerosos grupo de voluntarios y junto con su obispo consiliario, monseñor Juan José Omella Omella, para presentar su obra al servicio de la Iglesia y la caridad que sólo en el año 2008 permitió financiar 305 proyectos de desarrollo integral en África, 278 en Asia y 191 en América, por una valor de 16.765.361,85 euros, que beneficiaron a 24.721.401 personas.
En reconocimiento de esta labor, el mismo Papa ha nombrado a esta madre de dos hijos, nacida en Madrid, en 1964, reconocida experta en Arte y voluntaria de Manos Unidas desde 1999, como miembro del Consejo Pontificio «Cor Unum» (órgano vaticano que coordina la acción de las instituciones católicas caritativas).
Ademas, en días recientes, la Santa Sede anunciaba que el mismo Santo Padre la ha llamado para que participe como auditora (con derecho a voz pero no a voto) en el Sínodo de los Obispos de África que se celebrará en octubre en el Vaticano.
Un nombramiento que ella se explica por el hecho de que la organización que preside ha puesto a África en el primer lugar de sus prioridades de ayuda, e interviene siguiendo las propuestas que hace la nueva encíclica «Caritas in veritate»: promoción del desarrollo integral y auténtico en la lucha contra el hambre, e implicación de las comunidades locales en programas y decisiones.
Antes del encuentro con el Papa, los voluntarios de Manos Unidas, en su gran mayoría mujeres, han participado en una misa presidida por el cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum», en la iglesia de los jóvenes de San Lorenzo, junto al Vaticano, en el que les alentó a seguir mostrando a las personas, en particular las más necesitadas, el amor de Dios a través de su labor de ayuda.
En esta entrevista concedida a ZENIT Myriam García Abrisqueta revela el secreto que ha hecho posible unir a tantas manos para acabar con el hambre y la pobreza extrema.
–Cincuenta años de movilización a favor de los más desfavorecidos en el tercer mundo, me sugiere preguntarle, ¿qué diferencia a Manos Unidas del resto de organizaciones no gubernamentales comprometidas en el desarrollo?
–Myriam García: Tenemos unas características propias, que marcan mucho nuestra forma de ser como organización, desde luego.
La primera y más importante es nuestra identidad católica. Nacimos en el seno de la militancia femenina de la Acción Católica Española, y hoy seguimos fieles a ese mismo espíritu. Nuestra integración en la Iglesia es sin reservas, tanto en el espíritu como en la letra, por así decirlo. Jurídicamente, somos una Asociación Pública de Fieles, la organización de la Iglesia española para la ayuda, la promoción y el desarrollo, y trabajamos con criterios acordes con la Doctrina Social de la Iglesia.
También nos caracteriza el hecho de ser una organización de personas comprometidas, de voluntarios (unos 4.500), y también tenemos cierto número de técnicos, pero mantenemos ese carácter voluntario en todo lo que podemos.
Otras características nuestras son la austeridad (cuando se analizan nuestros gastos se ve que los fondos empleados en las necesidades internas de la organización son muy pequeños) y el origen básicamente privado de los fondos que recibimos: parroquias, colegios, socios individuales… Por último, tenemos también en nuestras filas una fuerte presencia femenina, pero la verdad es que cada vez hay más hombres trabajando en Manos Unidas y no tenemos en este punto una militancia especial. Potenciemos, eso sí, el papel de la mujer en el mundo del desarrollo, porque en su figura se basa una buena parte de la unidad familiar, de la producción agrícola básica, de la preparación y distribución de los alimentos familiares, de la higiene, de la transmisión de los valores… Esto es así en muchos lugares del mundo. Por lo tanto, es necesario tenerlo en cuenta cuando hablamos de desarrollo.
–Podría sintetizar en pocas líneas el nacimiento y la historia de Manos Unidas. Y el papel de las primeras mujeres voluntarias.
–Myriam García: Del nacimiento tal vez podríamos destacar el hecho de que algunas de las mujeres que pusieron marcha Manos Unidas estaban muy comprometidas en el ámbito internacional de los movimientos católicos, y esto jugó un papel en nuestro nacimiento. Una de las pioneras más conocidas, Pilar Bellosillo, fue presidenta la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), y fue en las reflexiones que hacía este organismo donde se bebió para nuestra puesta en marcha, en concreto en un manifiesto muy interesante que publicó la UMOFC en 1955, y en el que se «declaraba la guerra» al hambre. El texto tenía mucha fuerza, y todavía impacta, leído hoy. Nosotros lo leímos comunitariamente en una asamblea, a la que asistían representantes de Manos Unidas de toda España, y el ambiente creado fue muy intenso, muy especial.
En los primeros años de Manos Unidas nos inspiró mucho también un llamamiento que hizo Pablo VI en 1969 para aliviar una gran hambruna que hubo en la India. Manos Unidas se puso en marcha para responder a esta llamada, y se encontró con una respuesta muy generosa del pueblo español.
La generosidad con que se han acogido nuestros llamamientos nos ha acompañado ya siempre, sin altibajos.
–¿En qué ha cambiado y evolucionado Manos Unidas en medio siglo? Y cómo afronta el futuro inmediato.
–Myriam García: Los cambios han sido muchísimos. Hace cincuenta años, las iniciativas que tomaban nuestras voluntarias no podían ser más sencillas, y ellas mismas preparaban manualmente los materiales publicitarios y educativos, pegando fotografías, componiendo las frases a mano sobre cartulinas, y otras muchas cosas parecidas. Después han venido la informática, la mayor complejidad del mundo, las exigencias de la contabilidad, los requisitos de la transparencia, los propios conocimientos en materia de desarrollo… Las ONGS atendemos cada día a mayores requerimientos. Nosotros hacemos frente a esas exigencias técnicas, y procuramos compaginarlas con la sencillez y la transparencia evangélicas.
–¿Sigue idéntico el espíritu de las fundadoras y las voluntarias?
–Myriam García: Los tiempos han cambiado, pero el Espíritu de las fundadoras anima a nuestras voluntarias y contratados: luchar contra el hambre en el mundo. Actualmente las voluntarias son ya no tanto amas de casa como mujeres con titulaciones superiores. Todas con una entrega admirable a la causa. Y tenemos renovación generacional con voluntarias jóvenes
–En realidad, ¿cuál es el objetivo de esta ONG?
–Myriam García: El artículo 5º de nuestros Estatutos declara que el fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la deficiente nutrición, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo y la falta de instrucción, producidos entre otras, por las siguientes causas: la injusticia, el desigual reparto de los bienes y las oportunidades entre las personas y los pueblos, la ignorancia, los prejuicios, la insolidaridad, la indiferencia y la crisis de valores humanos y cristianos; de forma que el hombre sea capaz de ser por si mismo agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual, como señalaba Pablo VI en la Populorum Progressio.
Estos mismos fines y principios siguen vigentes y aún con más vigor dadas las circunstancias de la crisis que
azota al mundo y hace sufrir más los pueblos pobres.
–¿A qué atribuye el gran prestigio y fiabilidad conseguida por Manos Unidas ante la Sociedad Española?
–Myriam García: Espero que en lo que he dicho hasta ahora se adivinen ya algunas de las causas. El estilo austero, el rigor en los presupuestos, el control de las auditorias, los valores profesados, la fiabilidad de las contrapartes con las que se trabaja… todo esto juega un papel, como también el hecho de que una buena parte de nuestra actividad se cubra con voluntarios, y el apoyo que encontramos en los misioneros. Cuando los misioneros vienen a colaborar con nosotros en nuestras campañas, la verdad es que dan testimonios maravillosos. El dinero ha de llegar al fin para el que se entregó y no perderse en vías complicadas. Imagino que un valor es también la veteranía: son muchos años trabajando, con vocación, al pie del cañón, en todas las diócesis, cerca de la gente, con gente entregada… Esta historia que te respalda hace que ya no tengas que demostrarle a la gente algunas cosas, porque ya las conocen.
Por Jesús Colina