CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 23 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- La celebración de la Navidad “pone en evidencia el amor inerme de Dios, su humildad y su benignidad, que en la Encarnación del Verbo se manifiesta a los hombres para enseñar una forma nueva de vivir y de amar”.
Así lo explicó el Papa en su tradicional catequesis de los miércoles, y que en esta ocasión, en vísperas de la Nochebuena, quiso dedicar a explicar el origen de la celebración de la Navidad.
“En ese Niño, Dios se ha hecho tan próximo a cada uno de nosotros, tan cercano, que podemos tratarle de tu y mantener con él una relación confiada de profundo afecto, como lo hacemos con un recién nacido”.
“Dios viene sin armas, sin la fuerza, porque no pretende conquistar, por así decirlo, desde fuera, sino que quiere más bien ser acogido por el hombre en libertad; Dios se hace Niño inerme para vencer la soberbia, la violencia, el ansia de poseer del hombre”.
De esta forma quiso “vencer con el amor y conducirnos a nuestra verdadera identidad”, añadió el Papa.
Primer “belén”
La Navidad, observó, no es la fiesta cristiana más antigua, sino que lo es la Pascua, ya que “la resurrección de Cristo funda la fe cristiana, está en la base del anuncio del Evangelio y hace nacer a la Iglesia”.
“El primero que afirmó con claridad que Jesús nació el 25 de diciembre fue Hipólito de Roma, en su comentario del Libro del profeta Daniel, escrito hacia el 204. Algún exegeta observa, además, que ese día se celebraba la Dedicación del Templo de Jerusalén, instituido por Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo”.
La coincidencia de fechas afirma el Papa, “vendría entonces a significar que con Jesús, aparecido como luz de Dios en la noche, se realiza verdaderamente la consagración del templo, el Adviento de Dios sobre esta tierra”.
“En la cristiandad la fiesta de Navidad asumió una forma definida en el siglo IV siglo, cuando esta tomó el sitio de la fiesta romana del «Sol invictus«, el sol invencible; se puso así en evidencia que el nacimiento de Cristo es la victoria de la verdadera luz sobre las tinieblas del mal y del pecado”.
Sin embargo, la forma de celebrar la Navidad que conocemos “se desarrolló en el Medioevo, gracias a san Francisco de Asís”.
San Francisco, “por encima de las demás solemnidades, celebraba con inefable premura la Navidad del Niño Jesús, y llamaba fiesta de las fiestas el día en que Dios, hecho un niño pequeño, había mamado de un seno humano”, explicó el Papa, citando la biografía del santo escrita por Tomás de Celano.
Este biógrafo es el que narra la conocida aparición milagrosa del Niño Jesús en el belén de Greccio, con el que san Francisco quería revivir el misterio de la Navidad.
“Lo que animaba al Pobrecillo de Asís era el deseo de experimentar de forma concreta, viva y actual la humilde grandeza del acontecimiento del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar su alegría a todos”, explica Benedicto XVI.
La noche de Greccio “ha devuelto a la cristiandad la intensidad y la belleza de la fiesta de la Navidad, y ha educado al Pueblo de Dios a aprehender su mensaje más auténtico, su calor particular, y a amar y adorar la humanidad de Cristo”.
“Este cuadro describe con mucha precisión cómo la fe viva y el amor de Francisco por la humanidad de Cristo se han transmitido a la fiesta cristiana de la Navidad: el descubrimiento de que Dios se revela en los tiernos miembros del Niño Jesús”, concluyó.
[Por Inma Álvarez]