Más familias y más hijos para superar la crisis (I)

El profesor Tommaso Cozzi responde a quienes apoyan las tesis malthusianas

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ROMA, jueves 7 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Durante más de treinta años instituciones internacionales, economistas de fama, politólogos y expertos han señalado al crecimiento de la población y de las familias como la mayor amenaza contra el desarrollo y el medio ambiente natural. El crecimiento demográfico fue definido como más amenazador que la bomba atómica. Por este motivo, libros como “La bomba demográfica” de Paul Ehrlich fueron impresos en varios idiomas y difundidos en el mundo entero.

Hoy, en medio de un invierno demográfico que no tiene precedentes en la historia de la humanidad, con la fertilidad femenina reducida al mínimo, el Pontífice Benedicto XVI, premios Nobel de economía, economistas y demógrafos explican que las políticas malthusianas de reducción de los nacimientos han provocado un verdadero desastre, económico y civil, del que sólo se podrá salir redescubriendo una cultura de la acogida a la vida naciente y un apoyo a las familias basadas en el matrimonio entre un hombre y una mujer.

Para intentar comprender y profundizar un debate de grandísima actualidad, ZENIT ha entrevistado al profesor Tommaso Cozzi, de la Facultad de Ciencias de la Formación de “Economía y Gestión de Empresas” de la Universidad de Bari, además de cotitular, en la misma facultad, del Módulo de enseñanza europea Jean Monnet sobre “Ampliación para el desarrollo económico y social de la UE”.

La segunda parte de esta entrevista se publicará en la edición de mañana viernes 8 de enero.

-En la Caritas in veritate el Pontífice Benedicto XVI afirma que no puede haber desarrollo sin crecimiento demográfico y respeto por la vida naciente y la familia natural. Y sin embargo desde principios de los 70, el pensamiento dominante en las instituciones internacionales ha sido el malthusiano, según el cual el desarrollo pasaba por una reducción y selección de los nacimientos y una subversión de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. ¿Usted qué piensa?

Tommaso Cozzi: En primer lugar debo expresar mi admiración por la claridad e inmediatez del pensamiento de Benedicto XVI. Me parece no sólo valiente, sino sobre todo fundado en el sentido ético y científico, afirmar sin rodeos que “los Gobiernos y los organismos internacionales pueden entonces olvidar la objetividad y la ‘indisponibilidad’ de los derechos. Cuando esto sucede, el verdadero desarrollo de los pueblos se pone en peligro. Comportamientos similares comprometen la autoridad de los Organismos internacionales, sobre todo a los ojos de los países mayormente necesitados de desarrollo. Estos, de hecho, requieren que la comunidad internacional asuma como un deber ayudarles a ser ‘artífices de su propio destino’. O seas, a asumir a su vez deberes. La participación en los deberes recíprocos moviliza mucho más que la reivindicación de los derechos. La concepción de los derechos y de los deberes en el desarrollo debe tener en cuenta también las problemáticas conectadas con el crecimiento demográfico. Se trata de un aspecto muy importante del verdadero desarrollo, porque concierne a los valores irrenunciables de la vida y de la familia. Considerar el aumento de la población como causa primera del subdesarrollo es incorrecto, también desde el punto de vista económico: baste pensar, por una parte, en la importante disminución de la mortalidad infantil y a la prolongación de la vida media que se registran en los países económicamente desarrollados; por otra, a los signos de crisis relevantes en las sociedades en las que se registra una preocupante caída de la natalidad”.

Me limitaré a decir que el punto de vista malthusiano, además de equivocado desde el punto de vista económico, ha sido desmentido por la historia y me parece que hay aún en curso una amplia manipulación de conveniencia al referirse a teorías y modelos ampliamente superados y desmentidos por otros estudios, que verdaderamente han marcado la ciencia económica (Keynes, Mill, etc.).

La economía es una parte de la multiforme actividad humana y en ella, como en cualquier otro campo, vale tanto el derecho a la libertad como el deber de hacer un uso responsable de ella. Así como sucede para la vida naciente: vale el derecho a la libertad de engendrar, pero también el deber de hacer un uso responsable de la paternidad. Si en estos dos ámbitos, economía y vida, no se interpretan de modo integrado, sino que se produce una contraposición, el destino de la humanidad estará marcado.

Fin de la vida, fin de la economía. ¿Quién consumirá, quién producirá, quién usará bienes, instrumentos, tecnología? ¿Quién generará innovación? ¿Quién guiará la lucha contra las enfermedades, las discriminaciones, el empobrecimiento cultural si afirmamos que el hombre es el mal de la sociedad y como tal es mejor reducir su número? Analizando los puntos de vista neo maltusianos, me parece entrever una sibilina dictadura sobre la humanidad.

Es importante notar que hay diferencias específicas entre estas tendencias de la sociedad moderna y las del pasado incluso reciente. Si en un tiempo el factor decisivo de la producción era la tierra y más tarde el capital, entendido como masa de maquinarias y de bienes instrumentales, hoy el factor decisivo es cada vez más el propio hombre, es decir, su capacidad de conocimiento que surge mediante el saber científico, su capacidad de organización solidaria, su capacidad de intuir y satisfacer la necesidad del otro, satisfaciendo al mismo tiempo su misma necesidad de donación y por tanto de felicidad.

Pero si impedimos al hombre “ser”, ¿cómo podremos llevar a cabo estos procesos? Probablemente serán igualmente desarrollados, pero por parte de unos pocos que decidirán por todos. Hay que destacar, además, que, de hecho, hoy muchos hombres, quizás la gran mayoría, no disponen de instrumentos (tecnologías) que permitan entrar de modo efectivo y humanamente digno dentro de un sistema de empresa, en el que el trabajo ocupa un lugar verdaderamente central.

Ellos no tienen la posibilidad de adquirir los conocimientos básicos (técnicas y métodos de los “saberes”) que les permitan expresar su creatividad y desarrollar sus potencialidades, y tampoco de entrar en la red de conocimientos e intercomunicaciones, que permitiría ver apreciadas y utilizadas sus cualidades. Es una manera de desactivar la humanidad. Éstos, si no directamente explotados, son ampliamente marginados, y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, sobre sus cabezas, cuando no restringe incluso los espacios ya angostos de sus antiguas economías de subsistencia.

Incapaces de resistir a la competencia de las mercancías producidas de modos nuevos y en territorios emergentes (en los cuales a su vez se asiste al abuso exasperante de las tecnologías totalmente en detrimento de la humanización del trabajo), que antes solían afrontar con formas organizativas tradicionales, seducidos por el esplendor de la opulencia ostentosa pero inalcanzable para ellos y, al mismo tiempo, obligados por la necesidad, estos hombres llenan las ciudades del Tercer Mundo, donde a menudo con culturalmente desarraigados y se encuentran en situaciones de violenta precariedad, sin posibilidad de integración y de desarrollo de vínculos afectivos familiares; sin la posibilidad de engendrar nueva vida mirando al futuro con esperanza.

“La cooperación internacional necesita personas que compartan el proceso de desarrollo económico y humano, mediante la solidaridad de la presencia, del acompañamiento, de la formación y del respeto. Desde este punto de vista, los mismos organismos internacionales deberían interrogarse sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos, a menudo demasiado costosos”. Creo que estas afirmaciones del Papa no necesitan ser comentadas.

-¿Por qué más familias y más hijos son una condición económica para suscita
r desarrollo y progreso?

Tommaso Cozzi: Creo que en la subvaloración (o devaluación) del rol de la familia se está cometiendo un grave error de perspectiva; un error que los economistas definen como “falta de visión”. Este error consiste en la incapacidad (o más bien en la falta de voluntad) de aprehender lo esencial de lo que la familia significa desde el punto de vista antropológico, social y económico.

En primer ligar, la familia representa el ambiente natural en el que se desarrollan el equilibrio y la estabilidad psicológica, emotiva, afectiva; la capacidad de agregación y relación con otras personas; el conocimiento de las dinámicas que sobreentienden el respeto de las reglas y de la dinámica derechos-deberes; el desarrollo de los procesos motivacionales en las elecciones que cada persona realizará en el arco de su propia vida.

Naturalmente esto presupone dos condiciones: 1) que se haga referencia a una familia heterosexual sacramentalmente fundada e institucionalizada para que la Gracia pueda actuar; 2) que cada componente de la familia, en primer lugar los padres, asuma la responsabilidad del papel que ellos mismos han asumido, de ser padres y madres, pero antes aún, de ser hombres y mujeres en el sentido pleno de tales acepciones.

Esta última afirmación la considero fundamental: de hecho no es suficiente que exista una familia formalmente individuada como tal. Es indispensable que el núcleo familiar ponga sobre la mesa todos los recursos y las potencialidades de las que, también por naturaleza, es capaz. Me refiero a la capacidad de abrirse al otro, en primer lugar al cónyuge y al mismo tiempo a los hijos; me refiero a la capacidad de poner en juego los talentos que en otros campos (por ejemplo el trabajo), se despliegan de forma copiosa, pero que en la familia, a veces, parecen esterilizarse de improviso.

Es muy fácil que, si se asume una idea “plástica” de familia que no se encarna en el otro y por el otro, se viva la que una novela reciente ha definido como “la soledad de los números primos”, números cercanos pero que no se tocan nunca; personas que viajan por la misma vía pero que no se encuentran nunca; universos implosionados que no sólo no se encuentran, sino que son incapaces de abrirse al mundo.

Si las familias no funcionan, se bloquean los mecanismos elementales de las dinámicas civiles; las relaciones sociales se convierten en problemáticas. El paradigma es sencillo: las leyes físicas gobiernan el orden natural, mientras que el orden social puede ser sostenido por la fuerza moral.

El sistema de valores, o moral, se modela y se aprende en primer lugar en la familia. De esta orientación brotan, en consecuencia, las elecciones efectuadas por cada uno en el día a día, también las de carácter económico. ¿Cuál es el proceso que conduce al consumidor a efectuar una elección de tipo comercial? ¿Cuál es el análisis que cada uno de nosotros lleva a cabo cuando debe decidir si y qué comprar, o bien debe decidir cómo establecer su relación con el dinero? Si analizamos qué está en la base de las elecciones, encontraremos el sistema de valores, y, efectuando el camino retrospectivo, llegaremos al “punto cero”: la familia.

[Por Antonio Gaspari. Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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