Evangelio del domingo: Hoy, una Noticia Buena

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo electo de Oviedo

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HUESCA, jueves, 21 enero 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo, tercero del tiempo ordinario (Lucas 1,1-4; 4,14-21), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, arzobispo electo de Oviedo.

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Lucas comienza su evangelio comunicando algo que es el corazón del Cristianismo: ha ocurrido un hecho, que no es una bella fábula, sino un acontecimiento. Hay testigos que lo han visto con sus ojos, lo han proclamado con sus labios. Se sitúa la escena en la sinagoga de Nazaret. Jesús, puesto en pie, lee una profecía especialmente querida y esperada por los fieles judíos: «el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los prisioneros la libertad y a los ciegos la vista…» (Lc 4,18). Una lectura más o menos conocida y deseada, pero lectura al fin. El suceso viene a continuación, cuando devuelve el libro y ante la mirada de «toda la sinagoga que tenía los ojos fijos en él» (Lc 4,20), les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).

Toda la carga emotiva de aquella escena, estaba en ese adverbio: «hoy». Él decía: ya, hoy es tiempo de buenas noticias. Como cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento de Jesús: «hoy os ha nacido un salvador» (Lc, 2,11), o como cuando Jesús encuentra a Zaqueo y le dice: «hoy ha entrado la salvación a esta casa» (Lc 19,1-10). O como cuando le dice al buen ladrón, Dimas: «yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). La catequesis de los primeros cristianos, la que hace Lucas con Teófilo, no consiste en contar cosas de Jesús sino la transmisión de una Palabra y una Presencia ¡vivas!

Sólo podremos entender a Jesús y alegrarnos de su anuncio, si éste nos trae una salvación real para nuestras prisiones, pobrezas y cegueras. Tendremos que reconocer, sin maquillaje ni ignorancias culpables, cuáles son las cosas que nos esclavizan, las que nos empobrecen y ciegan. Aguantar el tirón y el vértigo de que no todo es tan libre, ni tan autosuficiente, ni tan claro como nos creemos o nos hacen creer. Pero en el realismo de nuestras dificultades cotidianas, allí donde brotan los barrotes que esclavizan, los consumos que empobrecen nuestro corazón y la dignidad de los verdaderamente pobres, las oscuridades que nos ciegan, allí es donde somos convocados para escuchar el hoy de nuestra salvación, el hoy de nuestra libertad, de nuestra alegría y de nuestra luz. Somos llamados al abrazo de Dios en su hoy, y a prolongarlo desde nuestra comunidad cristiana, desde nuestro hogar, desde nuestro corazón, para que los cautivos de hoy, los pobres de hoy y los ciegos de hoy, puedan experimentar otra historia, otro «hoy» que sepa a buena noticia, a evangelio. Para que aquel «hoy» de hace dos mil años, nos sea tan actual, como presente está Dios entre nosotros.

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ZENIT Staff

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