CIUDAD DEL VATICANO, jueves 1 de julio de 2010 (ZENIT.org).- El turismo puede ser un método eficaz para acercarse a Dios y por ello el medio ambiente y la biodiversidad deben defenderse con todos los cuidados.
Así lo señala el Mensaje difundido por el Consejo Pontificio de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes con motivo de la Jornada Mundial del Turismo 2010, que tendrá lugar el próximo 27 de septiembre sobre el tema Turismo y biodiversidad.
En el texto, firmado por el presidente del dicasterio, el arzobispo Antonio Maria Vegliò, y por el secretario, el arzobispo Agostino Marchetto, se recuerda que el contacto con la naturaleza es importante y por eso el turismo “se debe esforzar por respetar y valorar la belleza de lo creado”.
“Debe ser respetuoso con el medio ambiente, y buscar alcanzar una perfecta armonía con lo creado, de manera que, garantizando la sostenibilidad de los recursos de los que depende, no dé origen a transformaciones ecológicas irreversibles”.
Sin embargo, “hay un elemento que hace todavía más exigente, si cabe, este esfuerzo”. En la propia búsqueda de Dios, de hecho, “el ser humano descubre algunas vías para acercarse al Misterio, que tienen como punto de partida lo creado”.
“La naturaleza y la biodiversidad nos hablan de Dios Creador, que se hace presente en su creación”, señala el Mensaje.
Y añade: “El turismo, acercándose a lo creado en toda su variedad y riqueza, puede ser ocasión para promover o aumentar la experiencia religiosa”.
Biodiversidad
En el año declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas Año Internacional de la biodiversidad, el Mensaje recuerda que ésta última “se refiere a la gran riqueza de seres que viven en la Tierra, así como al delicado equilibrio de interdependencia e interacción existente entre ellos y el medio ambiente físico que los acoge y condiciona”, traduciéndose “en los varios ecosistemas”.
Sobre estos, explica el texto “se ciernen tres graves peligros, que exigen una solución urgente”: “el cambio climático, la desertización y la pérdida de la biodiversidad”.
A estos problemas contribuyen “en gran medida” muchos sectores de la actividad humana, entre ellos sin duda el turismo, “algunos de los cuales han conocido un crecimiento muy elevado y rápido”.
La situación “está agravada por el hecho de que la demanda turística se dirige cada vez más a destinos de naturaleza, atraída por sus innumerables bellezas, lo cual supone un impacto importante en las poblaciones visitadas, su economía, el medio ambiente y el patrimonio cultural”.
Este hecho “puede representar un elemento perjudicial o bien contribuir de manera significativa y positiva a la conservación del patrimonio”.
En este contexto, el turismo se encuentra en “una paradoja”: “si, por una parte, nace y se desarrolla gracias a la atracción de algunos lugares naturales y culturales, por otra estos mismos pueden deteriorarse y finamente ser destruidos por el mismo turismo, por el cual acaban siendo excluidos de los destinos turísticos en cuanto han perdido la atracción que los distinguía al principio”.
Función activa
Considerando estos factores, el Mensaje declara que el turismo “no puede sustraerse de su responsabilidad en la defensa de la biodiversidad, sino que, al contrario, debe asumir una función activa”.
El desarrollo de este sector económico debe ir por tanto “inevitablemente acompañado por principios de sostenibilidad y respeto a la diversidad biológica”.
A la preocupación de la comunidad internacional por la cuestión se une la de la Iglesia, que quiere elevar su voz en la función que le es propia, partiendo de la convicción de que ella misma “tiene una responsabilidad por lo creado y debe hacer valer esta responsabilidad también en la esfera pública”.
Haciéndolo, añade, “debe defender no sólo la tierra, el agua y el aire como dones de la creación pertenecientes a todos”: “debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”.
Estrategias de acción
Si se quiere defender lo creado, hacen falta acciones decisivas y programadas para que esto sea eficazmente tutelado.
“Se hace urgente y necesaria, en consecuencia, la búsqueda de un equilibrio entre turismo y biodiversidad, en la que ambos se apoyen recríprocamente, de manera que desarrollo económico y protección del medio ambiente no aparezcan como elementos contrapuestos e incompatibles, sino que se tienda a conciliar las exigencias de ambos”.
En primer lugar, señala el Mensaje, es necesario promover el desarrollo de “estrategias participativas y compartidas, en las que estén implicados los sectores interesados”, como Gobiernos, instituciones internacionales, asociaciones profesionales del sector turístico y organizaciones no gubernamentales.
Sólo colaborando, de hecho, se podrá alcanzar un modelo de “turismo sostenible”, “única forma posible para que su desarrollo sea, al mismo tiempo, económicamente viable, proteja los recursos naturales y culturales y sea ayuda real en la lucha contra la pobreza”.
Las autoridades públicas deben además “ofrecer una legislación clara, que proteja y potencie la biodiversidad, reforzando los beneficios y reduciendo los costes del turismo, en la vigilancia del respeto a las reglas”, acompañada de “una inversión importante en términos de planificación y educación”.
“Los esfuerzos gubernamentales deberán ser más consistentes en los lugares más vulnerables y donde la degradación ha sido más intensa -declara el texto-. Probablemente en algunos de ellos, el turismo deberá limitarse o incluso evitarse”.
Una función importante hace referencia a los turistas, que deben ser “conscientes del hecho de que su presencia en un lugar no siempre es positiva”, siendo “informados sobre los beneficios reales que comporta la conservación de la biodiversidad y educados en el turismo sostenible”.
“Un esfuerzo importante que de manera particular debe realizar la pastoral del turismo”, concluye el Mensaje, es “la educación para la contemplación”, que ayudará a los turistas “ a descubrir la huella de Dios en la gran riqueza de la biodiversidad”.