CIUDAD DEL VATICANO, lunes 11 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI comparó este lunes la escalofriante lucha de la «Mujer revestida del sol», contra el «enorme Dragón rojo como el fuego», narrada por el Apocalipsis, a la batalla que hoy se libra contra las ideologías y poderes, incluso contra los «capitales anónimos que esclavizan al hombre».
El pontífice intervino en la primera sesión de trabajo del Sínodo de los Obispos de Oriente Medio ofreciendo una impresionante meditación sobre la historia, a la luz del capítulo 12 del último libro de la Biblia cristiana.
En la visión bíblica, «el Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera», explica el versículo 4.
«La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono», dice la Escritura.
«Aquí el misterio mariano es el misterio de Belén extendido al misterio cósmico –explicó el Papa a los patriarcas, cardenales y obispos congregados de todos los países de Oriente Medio–. Cristo nace siempre de nuevo en todas las generaciones y así asume, reúne a la humanidad en sí mismo. Y este nacimiento cósmico se realiza en el grito de la Cruz, en el dolor de la Pasión. Y a este grito de la Cruz pertenece la sangre de los mártires».
La caída de los dioses
El pasaje bíblico continúa en el versículo 9 con la famosa «caída de los dioses». Como dice la escritura, «el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra».
«Este proceso que se realiza en el largo camino de la fe de Israel, y que se resume aquí en una visión única, es un verdadero proceso de la historia de las religiones: la caída de los dioses», añadió, hablando en el Aula del Sínodo, en la primera congregación de la asamblea especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos.
«Esta caída no es sólo el conocimiento de que éstas no son Dios; es el proceso de transformación del mundo, que cuesta sangre, cuesta el sufrimiento de los testigos de Cristo. Y, si miramos bien, veos que este proceso nunca ha terminado».
«Se realiza en los diversos periodos de la historia de formas siempre nuevas; también hoy, en este momento, en el que Cristo, el único Hijo de Dios, debe nacer para el mundo con la caída de los dioses, con el dolor, el martirio de los testigos».
El pontífice hizo referencia a » las grandes potencias de la historia de hoy», y más en concreto, a «los capitales anónimos que esclavizan al hombre, que ya no son cosa del hombre, sino un poder anónimo al que sirven los hombres, por el que los hombres son atormentados e incluso asesinados. Son un poder destructivo, que amenaza al mundo».
Luego mencionó » el poder de las ideologías terroristas. Aparentemente en nombre de Dios se hace violencia, pero no es Dios: son divinidades falsas que deben ser desenmascaradas, que no son Dios.».
Entre los dioses caídos denunció también «la droga», «este poder que como una bestia voraz extiende las manos sobre todos los lugares de la tierra y destruye: es una divinidad, pero una divinidad falsa, que debe caer».
Por último denunció también » la forma de vivir propagada por la opinión pública: hoy se hace así, el matrimonio ya no cuenta, la castidad ya no es una virtud, etc.».
«Estas ideologías que dominan que se imponen con fuerza, son divinidades –aseguró el obispo de Roma–. Y en el dolor de los santos, en el dolor de los creyentes, de la Madre Iglesia de la cual somos parte, deben caer estas divinidades».
La fe de los sencillos
En el versículo 15 de ese capítulo del Apocalipsis puede leerse que el dragón vomita detrás de la Mujer como un río de agua, para que la arrastrara. «Pero la tierra vino en ayuda de la Mujer: abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había vomitado».
El Papa interpretó este río como las «corrientes que dominan a todos y que quieren hacer desaparecer la fe de la Iglesia, la cual ya no parece tener sitio ante la fuerza de estas corrientes que se imponen como la única racionalidad, como la única forma de vivir».
«Y la tierra que absorbe estas corrientes es la fe de los sencillos, que no se deja arrastrar por estos ríos y salva a la Madre y al Hijo», añadió. «Esta auténtica sabiduría de la fe sencilla, que no se deja devorar por las aguas, es la fuerza de la Iglesia. Y volvemos otra vez al misterio mariano.».
«Vacilan los fundamentos externos porque vacilan los fundamentos interiores, los fundamentos morales y religiosos, la fe de la que sigue el modo recto de vivir. Y sabemos que la fe es el fundamento, y, en definitiva, los fundamentos de la tierra no pueden vacilar si permanece firme la fe, la verdadera sabiduría», dijo al concluir su meditación.
Puede leerse la meditación del Santo Padre en la sección de documentos de la página web de ZENIT http://www.zenit.org/article-36846?l=spanish