CIUDAD DEL VATICANO, martes 26 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- La acogida al emigrante debe situarse dentro de la perspectiva de la pertenencia de todas las personas a una misma familia humana, con sus derechos y sus deberes, afirma el Papa.
“Una sola familia humana” es el título del Mensaje que el Papa Benedicto XVI ha escrito con motivo de la próxima Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, y que ha sido dado a conocer hoy en rueda de prensa por monseñor Antonio Mª Vegliò, presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes.
El Papa subraya la importancia de esta “perspectiva de familia” a la hora de abordar las cuestiones relacionadas con las migraciones.
“Todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia”, subraya el Mensaje.
El lema elegido este año, explica el Pontífice, alude a “una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias”.
Los hombres son hermanos porque “tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin último, que es Dios”.
Para la Iglesia, las migraciones constituyen “un signo elocuente de nuestro tiempo, que avidencia aún más la vocación de la humanidad a formar una sola familia y, al mismo tiempo, las dificultades que, en lugar de unirla, la dividen y la laceran”.
Muchas personas “deben afrontar la difícil experiencia de la emigración, en sus diferentes expresiones: internas o internacionales, permanentes o estacionales, económicas o políticas, voluntarias o forzadas”.
En algunos casos, incluso, “las personas se ven forzadas a abandonar el propio país impulsadas por diversas formas de persecución, por lo que la huida aparece como necesaria”.
Además, añadió el Papa, “el fenómeno mismo de la globalización, característico de nuestra época, no es sólo un proceso socioeconómico, sino que conlleva también una humanidad cada vez más interrelacionada, que supera fronteras geográficas y culturales”.
La fraternidad humana “es la experiencia, a veces sorprendente, de una relación que une, de un vínculo profundo con el otro, diferente de mí, basado en el simple hecho de ser hombres”.
“Asumida y vivida responsablemente, alimenta una vida de comunión y de compartir con todos, de modo especial con los emigrantes; sostiene la entrega de sí mismo a los demás, a su bien, al bien de todos, en la comunidad política local, nacional y mundial”.
Derechos y deberes
Por eso, la Iglesia reconoce el derecho a emigrar “a todo hombre, en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida”.
La Iglesia reconoce también, al mismo tiempo, que los países “tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana”.
“Se trata, pues, de conjugar la acogida que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegado”, puntualizó el Papa.
El Pontífice invita a considerar especialmente la situación de los refugiados y de los demás emigrantes forzados, especialmente quienes “huyen de violencias y persecuciones”.
“A quienes se ven forzados a dejar sus casas o su tierra se les debe ayudar a encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los acoge, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida”, subraya.
Otro grupo al que el Papa dedica su atención es el de los estudiantes que van a otros países, “una categoría también socialmente relevante en la perspectiva de su regreso, como futuros dirigentes, a sus países de origen”.
“En la escuela y en la universidad se forma la cultura de las nuevas generaciones: de estas instituciones depende en gran medida su capacidad de mirar a la humanidad como a una familia llamada a estar unida en la diversidad”, concluye.