CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 31 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las respuestas que ofreció Benedicto XVI este sábado durante un encuentro con 50 mil niños y muchachos, y con 50 mil adolescentes y jóvenes de la Acción Católica de Italia, congregados en Roma para participar en un congreso nacional que llevaba por título: «Hay algo hamás. Lleguemos a ser grandes juntos».
El Papa respondió, en la plaza de San Pedro del Vaticano, a tres preguntas planteadas respectivamente por un muchacho de la Acción Católica, una jovencita y una educadora.
–Muchacho de la Acción Católica: Santidad, ¿qué significa ser grandes? ¿Qué tengo que hacer para crecer siguiendo a Jesús? ¿Me puede ayudar?
–Benedicto XVI: ¡Queridos amigos de la Acción Católica Italiana!
¡Me siento feliz de poder encontrarme con vosotros, tan numerosos, en esta hermosa plaza, y os doy las gracias de corazón por vuestro afecto! Dirijo a todos mi bienvenida. En particular, saludo al presidente, el profesor Franco Miano, y al asistente general, monseñor Domenico Sigalini. Saludo al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, a los demás obispos, sacerdotes, educadores, y padres que han querido acompañarnos.
He escuchado la pregunta del muchacho de la Acción Católica. La respuesta más hermosa sobre lo que significar ser grandes la lleváis todos escrita en vuestras camisetas, en las gorras, en las pancartas: «Hay algo más». Este eslogan vuestro, que no conocía, me hace reflexionar. ¿Qué hace un niño para ver si está creciendo? Compara su altura con la de sus compañeros; e imagina que llega a ser más alto para sentirse más grande.
Cuando yo era un muchacho de vuestra edad, era uno de los más pequeños de la clase. Y ello me llevaba a querer ser grande un día. Y no sólo en estatura, sino que quería hacer algo grande, algo más de mi vida, aunque no conocía este eslogan «hay algo más». Crecer en altura implica que «hay algo más». Os lo dice vuestro corazón, que quiere tener muchos amigos, que está contento cuando se porta bien, cuando sabe que está dando una alegría al papá y a la mamá, pero sobre todo cuando encuentra un amigo insuperable, buenísimo y único, que es Jesús. Vosotros sabéis todo lo que Jesús quería a los niños y muchachos. Un día muchos niños como vosotros se acercaron a Jesús, pues se había establecido entre ellos un buen entendimiento, y en su mirada percibían el reflejo del amor de Dios; pero había también adultos que, por el contrario, se sentían molestos por esos niños. A vosotros también os sucede que, mientras estáis jugando, mientras os divertís con los amigos, los grandes os piden que no molestéis… Pues bien, Jesús reprendía precisamente a esos adultos y les decía: dejad aquí a todos estos muchachos, porque en su corazón se encuentra el secreto del Reino de Dios. De este modo, Jesús enseñó a los adultos que también vosotros sois «grandes» y que los adultos deben custodiar esta grandeza, la grandeza de tener un corazón que ama a Jesús.
Queridos niños, queridos muchachos: ser «grandes» significa amar mucho a Jesús, escucharle y hablar con él en la oración, encontrarle en los sacramentos, en la santa Misa, en la Confesión; quiere decir conocerle cada vez más y darlo a conocer a los demás; quiere decir estar con los amigos, incluidos los más pobres, enfermos, para crecer juntos. Y la Acción Católica forma parte de ese «hay más», pues no amáis solos a Jesús, sois muchos, lo podemos ver también esta mañana, sino que os ayudáis los unos a los otros; pues no queréis dejar que ningún amigo se quede solo, sino que todos queréis decir con fuerza que es hermoso tener a Jesús por amigo; y es hermoso ser amigos de Jesús juntos, ayudados por vuestros padres, sacerdotes, animadores.
Así seréis grandes de verdad, no sólo porque vuestra estatura aumenta, sino porque vuestro corazón se abre a la alegría y al amor que Jesús os da. Y así uno se abre a la verdadera grandeza, que es vivir en el gran amor de Dios, que es también vivir el amor por los amigos. Esperemos y recemos para crecer en este sentido, para encontrar ese «algo más» y ser verdaderamente personas con un corazón grande, amigos de un Amigo grande, como Jesús, que nos da su grandeza también a nosotros.
–Una jovencita: Santidad, nuestros educadores de la Acción Católica nos dicen que para llegar a ser grandes hay que aprender a amar, pero con frecuencia nos perdemos y sufrimos en nuestras relaciones, en nuestras amistades, en nuestros primeros amores. Pero, ¿qué significa amar hasta el fondo? ¿Cómo podemos aprender a amar de verdad?
–Benedicto XVI: Es una gran cuestión. Es muy importante, diría fundamental, aprender a amar, a amar de verdad, aprender el arte del verdadero amor. En la adolescencia uno se detiene ante el espejo y se da cuenta de que está cambiando. Pero mientras uno se mira a sí mismo, no crece nunca. Llegáis a ser grandes cuando no dejáis que el espejo sea la única verdad sobre vosotros mismos, sino cuando dejáis que os la digan quienes son vuestros amigos. Llegáis a ser grandes si sois capaces de hacer de vuestra vida un don para los demás, cuando no os buscáis a vosotros mismos, sino que os entregáis a vosotros mismos: esta es la escuela del amor. Ahora bien, este amor debe enriquecer ese «algo más» que hoy gritáis a todos. «¡Hay algo más!». Como ya os he dicho, cuando yo era joven también quería algo más de lo que me presentaba la sociedad y la mentalidad de aquella época. Quería respirar aire puro, sobre todo deseaba un mundo hermoso y bueno, como lo había querido para todos nuestro Dios, el Padre de Jesús. Y comprendí cada vez más que el mundo se hace hermoso y bueno si se conoce esta voluntad de Dios y si el mundo corresponde a esta voluntad de Dios, que es la auténtica luz, la belleza, el amor, que da sentido al mundo.
Es verdad: no podéis y no debéis adaptaros a un amor reducido a mercadeo, que se consume sin respeto de uno mismo ni de los demás, incapaz de castidad y de pureza. Eso no es libertad. Mucho del «amor» propuesto por los medios de comunicación, en Internet, no es amor, sino egoísmo, cerrazón. Os da la ilusión de un momento, pero no os hace felices, no os hace grandes, os ata como una cadena que sofoca los pensamientos y sentimientos más bellos, los auténticos empujes del corazón, esa fuerza insuprimible que es el amor, y que encuentra en Jesús su máxima expresión y en el Espíritu Santo la fuerza y el fuego que encienda vuestras vidas, vuestros pensamientos, vuestros afectos. Ciertamente cuesta también sacrificio vivir de manera verdadera el amor, sin renuncias no se avanza por este camino, pero estoy seguro de que vosotros no tenéis miedo del cansancio de un amor comprometido y auténtico. ¡Es el único que al fin y al cabo da la verdadera alegría! Hay una prueba que os demuestra si vuestro amor crece bien: si no excluís de vuestra vida a los demás, sobre todo a vuestros amigos que sufren y están solos, las personas que atraviesan dificultades, y si abrís vuestro corazón al gran Amigo, que es Jesús. También la Acción Católica os enseña los caminos para aprender el auténtico amor: la participación en la vida de la Iglesia, de vuestra comunidad cristiana, amar a vuestros amigos del grupo de la Acción Católica, la disponibilidad ante los coetáneos que encontráis en el colegio, en la parroquia, o en otros ambientes, la compañía de la Madre de Jesús, María, que sabe custodiar vuestro corazón, guiaros por la senda del bien. En la Acción Católica tenéis muchos ejemplos de amor genuino, hermoso, verdadero: el beato Pier Giorgio Frassati, el beato Alberto Marvelli; amor que llega incluso al sacrificio de la vida, como la beata Pierina Morosini y la beata Antonia Mesina.
Jóvenes de la Acción Católica, aspiráis a metas grandes, pues Dios os da la fuerza. Ese «algo más» significa ser
muchachos y jóvenes que deciden amar como Jesús, ser protagonistas de su propia vida, protagonistas en la Iglesia, testigos de la fe entre los de vuestra edad. Ese «algo más» es la formación humana y cristiana que experimentáis en la Acción Católica, que une vida espiritual, fraternidad, testimonio público de la fe, comunión eclesial, amor por la Iglesia, colaboración con los obispos y los sacerdotes, amistad espiritual. «Llegar a ser grandes juntos» habla de la importancia de formar parte de un grupo, de una comunidad, que os ayudan a crecer, a descubrir vuestra vocación y a aprender el verdadero amor. Gracias.
–Una educadora: Santidad, ¡qué significa hoy ser educadores? ¿Cómo afrontar las dificultades que encontramos en nuestro camino? Y, ¿que hay que hacer para que todos se asuman el cuidado del presente y el futuro de las nuevas generaciones? Gracias.
–Benedicto XVI: Es una gran pregunta. Lo vemos en esta situación problemática de la educación. Diría que ser educadores significa albergar una alegría en el corazón y comunicarla a todos para hacer bella y buena la vida; significa ofrecer razones y metas para el camino de la vida, ofrecer la belleza de la persona de Jesús y hacer que se enamoren de Él, de su estilo de vida, de su libertad, de su gran amor lleno de confianza en Dios Padre. Significa sobre todo buscar siempre la meta de ese «algo más» que nos viene de Dios. Esto exige un conocimiento personal de Jesús, un contacto personal, diario, amoroso con Él en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios, en la fidelidad a los sacramentos, la Eucaristía, la Confesión; exige comunicar la alegría de estar en la Iglesia, de tener amigos con los que compartir no sólo las dificultades, sino también las bellezas y sorpresas de la vida de fe.
Vosotros sabéis bien que no sois los dueños de los niños y de los muchachos, sino servidores de su alegría en nombre de Jesús, guías hacia Él. Habéis recibido un mandato de parte de la Iglesia para realizar esta tarea. Cuando ofrecéis vuestra adhesión a la Acción Católica os decís a vosotros mismos y decís a todos que amáis a la Iglesia, que estáis dispuestos a ser corresponsables con los pastores de su vida y de su misión, en una asociación que se entrega por el bien de las personas, por sus caminos de santidad y por los vuestros, por la vida de las comunidades cristianas en la cotidianidad de su misión. Sois buenos educadores si sabéis involucrar a todos en el bien de los más jóvenes. No podéis ser autosuficientes, sino que debéis hacer experimentar la urgencia de la educación de las nuevas generaciones a todos los niveles. Sin la presencia de la familia, por ejemplo, corréis el riesgo de construir sobre la arena; sin una colaboración con la escuela no se forma una inteligencia profunda de la fe; sin una participación de los diferentes agentes del tiempo libre y de la comunicación vuestra paciente obra corre el riesgo de no ser eficaz, de no incidir en la vida diaria. Yo estoy seguro de que la Acción Católica está bien arraigada en el territorio y tiene la valentía de ser sal y luz. Vuestra presencia aquí, esta mañana, no sólo me dice a mí sino a todos que es posible educar, que es cansado pero hermoso infundir entusiasmo a los muchachos y jóvenes. Tened valentía, audacia para que ningún ambiente quede privado de Jesús, de su ternura, que hacéis experimentar con vuestra misión de educadores a todos, incluidos a los más necesitados y abandonados.
Queridos amigos, al final os agradezco por haber participado en este encuentro. Me gustaría quedarme más tiempo con vosotros, porque cuando estoy rodeado de mucha alegría y entusiasmo ¡yo también me lleno de alegría! ¡Me siento rejuvenecido! Pero lamentablemente el tiempo pasa rápidamente y otros me están esperando. Sin embargo mi corazón está con vosotros. Queridos amigos, os invito a proseguir por vuestro camino, a ser fieles a la identidad y a la finalidad de la Acción Católica. La fuerza del amor de Dios puede realizar grandes cosas en vosotros. Os aseguro que os recuerdo a todos en mi oración y os encomiendo a la materna intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, para que como ella podáis testimoniar que «hay algo más», la alegría de una vida llena de la presencia del Señor ¡Gracias a todos de corazón!
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
©Libreria Editrice Vaticana]