Benedicto XVI: “La santidad, imprimir a Cristo en uno mismo”

Intervención con motivo del Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 1 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que dirigió Benedicto XVI este lunes, solemnidad de todos los santos, al rezar a mediodía el Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.

 

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Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de todos los santos, que hoy celebramos, nos invita a elevar la mirada al Cielo y a meditar en la plenitud de la vida divina que nos espera.  «Somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía» (1Juan 3, 2): con estas palabras el apóstol Juan nos asegura la realidad de nuestra futura relación con Dios, así como la certeza de nuestro destino futuro. Como hijos amados, por este motivo, recibimos también la gracia para soportar las pruebas de esta existencia terrena, el hambre y la sed de justicia, las incomprensiones, las persecuciones (Cf. Mateo 5, 3-11), y al mismo tiempo heredamos ya desde ahora lo que se promete en las bienaventuranzas evangélicas, «en las cuales resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que inaugura Jesús» (Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, Milán 2007, 95; Jesús de Nazaret). La santidad, imprimir a Cristo en uno mismo, es el objetivo de la vida del cristiano. El beato Antonio Rosmini escribe: «El Verbo se había impreso a sí mismo en las almas de sus discípulos con su aspecto sensible… y con sus palabras… había dado a los suyos esa gracia… con la que el alma percibe inmediatamente al Verbo» (Antropologia soprannaturale, Roma 1983, 265-266, Antropología sobrenatural). Y nosotros experimentamos con antelación el don de la belleza de la santidad cada vez que participamos en la Liturgia eucarística, en comunión con la «multitud inmensa» de los bienaventurados, que en el Cielo aclaman eternamente la salvación de Dios y del Cordero (Cf. Apocalipsis 7, 9-10). «La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos» (encíclica Deus caritas est, 42).

Consolados por esta comunión de la gran familia de los santos, mañana conmemoraremos todos los fieles difuntos. La liturgia del 2 de noviembre y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asimilación a Dios y que desaparecerá cuando Dios será todo en todos. Si bien la separación de los afectos terrenales es ciertamente dolorosa, no debemos tener miedo de ella, porque cuando está acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia, no puede quebrar los profundos lazos que nos unen en Cristo. En este sentido, san Gregorio de Niza afirmaba: «Quien ha creado todo con la sabiduría, ha dado esta disposición dolorosa como instrumento de liberación del mal y posibilidad para participar en los bienes esperados (De mortuis oratio, IX, 1, Leiden 1967, 68).

Queridos amigos, la eternidad no es «un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad» (encíclica Spe Salvi, 12) del ser, de la verdad, del amor. Encomendemos a la virgen María, guía segura hacia la santidad, nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos su maternal intercesión por el descanso eterno de todos nuestros hermanos y hermanas, que se han dormido en la esperanza de la resurrección. 

[Tras rezar el Ángelus, el Papa añadió en italiano:]

Ayer por la tarde, en un gravísimo atentado en la catedral siro-católica de Bagdad, decenas de personas murieron y quedaron heridas, entre las cuales dos sacerdotes y un grupo de fieles reunidos con motivo de la santa misa dominical. Rezo por las víctimas de esta absurda violencia, que es aún más feroz pues ha golpeado a personas inermes, reunidas en la casa de Dios, que es casa de amor y reconciliación. Expreso, además, mi afectuosa cercanía a la comunidad cristiana, que ha vuelto a ser golpeada, y aliento a todos los pastores y fieles a perseverar en la fortaleza y en la firmeza de la esperanza. Ante los crueles episodios de violencia que siguen destrozando a las poblaciones de Oriente Medio, quisiera renovar por último mi apremiante llamamiento a la paz: es don de Dios, pero es también el resultado de los esfuerzos de los hombres de buena voluntad, de las instituciones nacionales e internacionales. ¡Que todos unan sus fuerzas para que termine toda violencia!

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas, en español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, la multitud de hermanos nuestros en la fe que, a lo largo de todos los siglos, han llegado a la casa del Padre e interceden por nosotros. Ellos nos recuerdan que Dios nos mira con amor y nos llama también a nosotros a una vida de santidad, a la plenitud de la caridad, a vivir completamente identificados con Cristo. Que la intercesión de la Virgen María y el ejemplo de los santos nos ayuden a recorrer con alegría el camino que lleva a la bienaventuranza eterna. Feliz Fiesta.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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