SANTIAGO DE CHILE, domingo, 30 de enero de 2011 (ZENIT.org).- El intérés por la Sagrada Familia de Gaudí es una prueba de la necesidad de espiritualidad contemporánea, constata el cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona.
El purpurado ofrece una reflexión en la revista de antropología y cultura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Humanitas (http://humanitas.cl), en su última edición de enero.
En ella hace una valoración del significado que tiene la obra arquitectónica del siervo de Dios Antoni Gaudí para Barcelona y para el mundo contemporáneo.
«Gaudí con la construcción de la Sagrada Familia era consciente que levantaba algo singular por su profundidad, por su capacidad de emocionar y de hablar con unos registros plásticos arquitectónicamente innovadores y espiritualmente densos», asegura el purpurado.
«Ante los millones de personas que visitan esta obra grandísima, cabe preguntarse: ¿qué les impulsa a conocer la obra de un místico cristiano, cuando muchos parecen personas religiosamente indiferentes y muchos otros ni tan solo cristianos? ¿Este interés por la Sagrada Familia no será signo de una petición de espiritualidad?».
El cardenal califica la liturgia presidida por Benedicto XVI, durante su visita del 7 de noviembre, como un momento inolvidable para todos quienes presenciaron la ceremonia: «A la belleza de la liturgia cristiana propia del rito de la dedicación de una iglesia y de un altar, se añadía en esta ocasión la belleza maravillosa y me atrevería a decir ‘única’ del templo de la Sagrada Familia, proyectado por el arquitecto catalán Antoni Gaudí en el año 1883 e iniciado por él mismo y que después de 128 años el Santo Padre ha dedicado a Dios para la celebración del culto litúrgico».
Asimismo subraya la providencial conjunción de acontecimientos que hicieron posible la terminación de la Basílica, recordando que el propio arquitecto decía, consciente de lo ambicioso que resulta su proyecto, que lo terminaría san José: «Nuestro arquitecto solía decir que en la Sagrada Familia todo es providencial. Pues sí, ciertamente que es providencial, porque quien ha terminado el templo en su interior para dedicarlo al culto con su dedicación después de 128 años de haberse iniciado, ha sido un Papa que lleva el nombre de José por su bautismo».
El templo de la Sagrada Familia fue estructurado, recuerda el arzobispo de Barcelona en su artículo, en base a la lectura y reflexión asidua de la Palabra de Dios que caracterizó a su creador. Se inspiró sobre todo en la visión del profeta Ezequiel relativa al nuevo templo de la Nueva Jerusalén y especialmente del libro del Apocalipsis sobre la Jerusalén celestial, la ciudad de Dios y de los hombres. «El sueño de Gaudí es el sueño de todos los constructores de catedrales: representar la Jerusalén celestial, la ciudad nueva y santa que ‘baja del cielo, viniendo de la presencia de Dios, como una novia que se engalana para su esposo'».
Además de recurrir al libro de las Sagradas Escrituras, el siervo de Dios encontró inspiración en la naturaleza y la liturgia: «Eran los tres libros que enseñaron a nuestro arquitecto las formas y las técnicas», agrega el Cardenal Martínez Sistach.
En el primer caso, es conocido el espíritu franciscano y contemplativo de la naturaleza que tuvo el artista. Esto, dice el autor, le llevaba a pensar que toda la criatura alababa a su Creador según su propio modo de ser.
«Levantando las torres sabía que en aquel lugar privaría crecer las hierbas y poder vivir los animales –escribe–. Por eso le gustaba colocar hierbas en los pináculos del ábside y en las bases de las columnas los animales más humildes que corrían por allí, sin olvidar los frutos de la naturaleza, poniendo un vergel en los muros del templo». Señalaba Gaudí: «colocar los medios que Dios pone a nuestra disposición para sostenernos y alimentarnos es una manera importante de agradecerle estos dones».
Por otro lado su amor al ceremonial litúrgico se manifiesta en su afirmación de que: «la liturgia lo tenía todo previsto». De esto concluye el Cardenal: «del culto cristiano él aprendió magistralmente a preverlo todo en la obra culminante de su vida. Especialmente en la nave central, que tiene 52 columnas tantas como los domingos del año litúrgico, nuestro arquitecto ha plasmado todo el año litúrgico celebrado por la Iglesia».
Junto con el recorrido por el espíritu que constituyó la Basílica de la Sagrada Familia, el Cardenal Martínez Sistach hace una consideración del papel que posee el templo en la sociedad moderna: «Algunos se preguntan qué significa en una ciudad europea como Barcelona, secularizada, levantar una iglesia como la de la Sagrada Familia. El emerger de este templo en el centro de la cosmopolita ciudad de Barcelona constituye una presencia de lo sagrado, de lo trascendente, en definitiva, de Dios. Aunque la cultura actual de nuestro occidente europeo es poco sensible a la trascendencia, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios busca el sentido de la vida y suele plantearse interrogantes que trascienden el espacio y el tiempo».
Expone el autor que la obra atrae a millones de personas en todo el mundo, porque la «nueva arquitectura» de Gaudí «descansa sobre aquello que el espíritu humano busca con insistencia: la proporción, la armonía, en definitiva, la belleza. Podemos decir que es una cartografía de lo sagrado, un gran mapa abierto donde el mundo puede leer las grandes preguntas de la vida, del origen y del fin, del cielo y de la tierra». Por lo mismo, concluye, uniéndose a las palabras pronunciadas por el Santo Padre, que Gaudí con su obra llena de belleza, de exaltación de la naturaleza creada por Dios y rica en simbología bíblica, teológica, litúrgica y catequética, «nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Dios es el origen de nuestro ser y comienzo y cúspide de nuestra libertad; no su oponente».
Por Bernardita M. Cubillos