¿Primavera árabe u otoño de las minorías?

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Luces y sombras de las revueltas populares en el Norte de África

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ROMA, lunes 28 de marzo de 2011 (ZENIT.org).-No obstante las diferencias a veces sustanciales entre los distintos países del Norte de África y de Oriente Medio en la lucha con la ola de manifestaciones de la “primavera árabe”, hay un hilo conductor de naturaleza económico- político que vincula todos estos sucesos.

“La revuelta en Túnez y Egipto, y la agitación en el resto de Oriente Medio y el Norte de África son el resultado de un profundo descontento de la juventud que rechaza el autoritarismo, la corrupción y la falta de oportunidades económicas y políticas”, declaró Malika Zeghal, profesora de Pensamiento Islámico Contemporáneo en la prestigiosa Universidad de Harvard (USA) y autora del ensayo “The Power of a New Political Imagination” al ser entrevistada por el Il Sussidiario.net (22 marzo). Lo que se está dando es un nuevo tipo de liberación nacional, con el deseo de un nuevo proyecto político en el que tunecinos y egipcios no sean nunca más súbditos del Estado, sino ciudadanos en grado de poseer el sentido de su dignidad”, sostiene la experta.

De hecho, uno de los problemas fundamentales de los países árabes es exactamente la falta de perspectivas para las generaciones jóvenes, que abarrotan el mercado de trabajo. Mientras que en países como Egipto y Túnez, la desocupación juvenil en la franja de edad de entre los 15 y los 29 era de aproximadamente del 21,7% (en 2007) y del 27,3% (2005), y el fenómeno desafía además la clase gobernante de la riquísima Arabia Saudí. Según los datos recogidos por el Guardian (14 de febrero), en el reino wahhabita, cuna del Islam, el 16,3% de los jóvenes entre los 15 y los 29 años estaba sin trabajo en 2008.

Por lo demás, la “presión” juvenil está destinada a aumentar en el mundo musulmán. También si se ralentiza el crecimiento demográfico entre los musulmanes y se continúa ralentizando en los próximos veinte años, según las predicciones del Pew Research Center, publicadas el pasado 27 de enero, la población musulmana del mundo debería aumentar un 35% en las próximas dos décadas, de 1.6 billones de hoy a 2,2 billones en 2030.

El repentino despertar de la población árabe constituye sin duda una oportunidad, también para las minorías religiosas. De esto está convencida Malika Zeghal. “Para todas las minorías religiosas que viven en Oriente Medio y en el Norte de África, esta es una nueva oportunidad de ver reforzados sus derechos. Siempre ha existido un diálogo entre musulmanes y cristianos, a veces a niveles relativamente aislados, en estrechas redes de intelectuales, a veces a niveles más amplios y oficiales”.

De hecho, no obstante el atentado suicida contra una iglesia copta, que el pasado 1 de enero provocó en Alejandría una veintena de víctimas, tres semanas después de la masacre, la comunidad cristiana participó en las protestas pro-democracia. Lo confirmó el cardenal Antonios Naguib, patriarca de Alejandría de los Coptos, en un comunicado difundido después de la caída de Mubarak, acaecida el pasado 11 de febrero. Según el purpurado, “la Revolución del 25 d enero” ha producido “una realidad que ha estado ausente durante mucho tiempo, es decir la unidad de los ciudadanos, jóvenes y ancianos, cristianos y musulmanes, sin ninguna distinción o discriminación” (ZENIT 14 de febrero).

Optimista se ha mostrado también el padre Samir Khalil Samir, S.I, docente en la Università Saint-Joseph de Beirut. “Es una primavera en el mundo árabe. Sería absurdo que los cristianos se quedasen fuera, por que, verdaderamente, sin hacer apologética falsa, tenemos ya estos principios en la letra y en el espíritu del Evangelio: los de la apertura al otro, de la búsqueda de la justicia y de la paz, y quizás el musulmán puede decir lo mismo”, dijo el sacerdote en una entrevista concedida a ZENIT (24 de febrero).

También para el jesuita el realismo es una obligación: “hasta que no haya un gobierno claro con una línea precisa a seguir, hasta que no haya una organización identificable, no podremos estar seguros. Son necesarias las estructuras. Por el momento estamos todavía en la fase de explosión, del descubrimiento. Espero, sin embargo, que se pueda pasar rápidamente a una sociedad fundad en los principios que hemos enunciado”.

Un signo de esperanza es, según el padre Samir, el “Documento para la renovación del Discurso Religioso”, colgado el 24 de enero (un día antes del inicio de la revuelta en Egipto) en la página web del semanal Yawm al-Sabi’ (El Séptimo Día) basado en las sugerencias realizadas por un grupo de destacados estudiosos e imanes egipcios, entre los cuales destacar Nasr Farid Wasel, ex Gran Mufti de Egipto y el doctor Gamal Al-Banna, hermano del fundador de los Hermanos Musulmanes. La iniciativa, que formula 22 temas de reflexión, como por ejemplo la mezcla de sexos o la separación entre la religión y el Estado, demuestra que la “primavera árabe” busca también una renovación del Islam, con la mirada dirigida hacia la modernidad.

Más pesimista es Carl Moeller, presidente y administrador delegado de Open Doors U.S.A. Según Moeller, la democracia que se está desarrollando en la región está muy lejos del modelo Jeffersoniano. En la web del Assyrian International News Agency (22 marzo), el autor escribió que temía especialmente la afirmación de la “ley del dominio de la plaza” (law of mob rule), por el cual los islamistas controlarían los gobiernos, quitándole a las minorías la protección por parte de las fuerzas de policía. En este punto, el mensaje a los cristianos, obligados a vivir en el terror constante, será: no hay sitio para vosotros.

Moeller ve confirmados sus temores por una encuesta publicada el pasado 2 de diciembre por el Pew Research Center. De la misma, realizada en la pasada primavera en siete países musulmanes, surge, por ejemplo, que el 84% de los egipcios cree que los convertidos del Islam al cristianismo o a otras religiones deberían ser ajusticiados públicamente. Además, entre los egipcios que creen que el Islam ejerce un papel importante en política, el 95% lo considera positivo.

Un “gran revés”, así lo define Luigi Geninazzi (Avvenire, 22 marzo) – constituyen sin duda los resultados del referendum que se desarrolló el pasado 19 de marzo en Egipto, en el que participaron más de 18 millones de ciudadanos. Según la Comisión Electoral, el 77% de los votantes (14 millones) dijo “sí” a la propuesta de una reforma constitucional “light”, mientras que el 22,8% optó por el “no”. Los partidarios del “no”, entre los cuales hay movimientos que surgieron en la “Revolución del 25 de enero” y varios personajes de renombre como Mohamed El Baradei (premio Nobel de la Paz 2005 y ex secretario de la Agencia Internacional para la Energía Atómica) y Amr Moussa (jefe de la Liga Árabe), pedían sin embargo, la redacción de una nueva Constitución.

La victoria del “sí” definida como un “shock” por el activista copto Wagih Yacoub (AINA, 21 marzo), refuerza sea al Partido Nacional Democrático (NDP) del ex presidente Mubarak sea de los Hermanos Islámicos. A estos la idea de una nueva Constitución no gustaba nada: temían de hecho la cancelación del discutido artículo 2 de la actual Carta Magna, el cual estipula que la ley islámica (shari ‘a) es la fuente principal de la legislación egipcia. Según Manar Ohsen, que ha seguido el voto en nombre de la Egyptian Organization for Human Rights, los Hermanos Musulmanes han instruido a los electores para que votasen “sí”, diciendo que era “un deber religioso”, para salvar el artículo 2 y también para “tener a los coptos fuera del gobierno” (AINA, 21 marzo).

La pregunta es por tanto, ¿cuáles son las verdaderas intenciones de la Hermandad? Considerados “expresiones del islam moderado o llamad
o neoconservador”, los Hermanos Musulmanes podrían, según el editorial de  La Civiltà Cattolica “quizás desarrollar en el interior de la sociedad islámica, en particular en Egipto, un papel de mediación entre lo viejo y lo nuevo, y al mismo tiempo, conectar las culturas tradicionales , a menudo ricas en valores hoy olvidados o menospreciados en la cultura occidental, hacia una modernidad que defienda todos los derechos humanos” (n. 3857, 5 marzo). Para la revista de los jesuitas, hacer salir a las sociedades de Oriente Medio del estancamiento “es posible sólo si los movimientos islámicos participan en el debate político general y encuentran su sitio en el interior de la sociedad política y civil, formulando sus propuestas y colaborando en los intereses de todos ampliando las bases de una democracia participativa, pensada a partir también de principios del Islam. Permanece en el fondo, la necesidad del rechazo de todo tipo de violencia y la previsión del espacio concedido a las minorías, también religiosas”.

Pero ¿existen instrumentos para evitar una instrumentalización islamista de las protestas? Para el economista y ex ministro de Finanzas libanés, Georges Corm, la respuesta es afirmativa: es las Doctrina Social de la Iglesia. “Hoy en particular está la encíclica de Benedicto XVI, ‘Caritas in Veritate’, que se coloca en la misma línea que la Rerum Novarum de León XIII”, ha dicho Corm hablando con el periodista Fady Noun (AsiaNews, 8 febrero). Corm, que es también historiador, ha acusado a Occidente y recordado el papel de “relleno” de los movimientos islámicos. “El neo-liberalismo ha obligado al Estado a retirarse de la sociedad y de la economía, bajo el pretexto del equilibrio del presupuesto. Las organizaciones islámicas se han quedado atrapadas en esta brecha”.

Por Paul De Maeyer. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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ZENIT Staff

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