ROMA, miércoles 14 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención de monseñor Dominique Mamberti, secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, con ocasión de la mesa redonda sobre la discriminación de los cristianos (Preventing and Responding to Hate Incidents and Crimes against Christians), en el ámbito de la cumbre celebrada en Roma, convocada por la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE).
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Presidente,
Excelencias.
Señoras y señores,
La Santa Sede está agradecida a la presidencia lituana de la OSCE, a la Oficina para las Instituciones Democráticas y los Derechos Humanos (ODIHR), al Gobierno italiano, a la ciudad de Roma y a todos los que han contribuido a la organización de este encuentro.
La Santa sede es un Estado que participa en la OSCE desde su puesta en macha en 1975 y busca contribuir con vigor en sus actividades y proyectos, tanto a través de la participación directa como a través de su Misión Permanente en Viena. En mayo de este año, los tres representantes personales del presidente comisionado para combatir la intolerancia y la discriminación hicieron su primera visita al Vaticano, un evento éste que ha mostrado ulteriormente la cooperación constante entre la OSCE y la Santa Sede.
Una de las razones principales de esta Mesa Redonda es el hecho de que la garantía de la libertad de religión siempre ha estado, y está aún, en el centro de las actividades de la OSCE. Desde cuando fue incluida en el Acta Final de Helsinki de 1975 y reafirmada en términos precisos en los documentos sucesivos, entre ellos el Documento Final de Viena de 1989 y el Documento del Encuentro de Copenhague sobre la Dimensión Humana del entonces CSCE en 1990, la tutela de la libertad religiosa ha seguido ocupando un lugar central en la visión total de la OSCE sobre las cuestiones relacionadas con la seguridad.
Es en este contexto donde los crímenes dictados por el odio contra los cristianos constituyen un argumento de particular interés para la OSCE en general, y para la Santa Sede en particular. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2011, el Papa Benedicto XVI subrayó que “los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa. Todo esto no se puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral”.
Se podría objetar, y con razón, que los crímenes dictados por el odio contra los cristianos en el mundo, en su mayor parte, se verifican fuera del área de la OSCE. Sin embargo, hay señales preocupantes también en este área. El informe anual sobre los crímenes dictados por el odio del ODIHR ofrece una prueba irrefutable de una creciente intolerancia contra los cristianos. Ignorar este hecho bien documentado envía una señal negativa también a los países que no son Estados miembros de nuestra Organización. Es importante, por ello, suscitar en todas partes una nueva conciencia del problema. Por esto la Santa Sede acoge con favor la resolución de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE, adoptada este año, en Belgrado, como paso importante “para lanzar un debate público sobre la intolerancia contra los cristianos”, como afirma el documento. Es de esperar que se desarrollen medidas prácticas para combatir la intolerancia contra los cristianos como consecuencia de esta Conferencia.
Para prevenir los crímenes dictados por el odio, es esencial promover y consolidar la libertad religiosa, cuyo concepto debe estar claro desde el principio. En su discurso del 10 de enero de 2011 a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Santo Padre sostuvo que el derecho a la libertad religiosa “es en realidad el primer derecho, porque históricamente ha sido afirmado en primer lugar, y porque, por otra parte, tiene como objeto la dimensión constitutiva del hombre, es decir, su relación con el Creador”. Observó también que hoy, en muchas regiones delmundo, el derecho a la libertad religiosa es “puesto en discusión o violado”, y que “la sociedad, sus responsables y la opinión pública, son más conscientes, incluso aunque no siempre de manera exacta, la gravedad de esta herida contra la dignidad y la libertad del homo religiosus”.
Sobre la base de estas premisas, se sigue que la libertad religiosa no puede limitarse a la simple libertad de culto, unque esta última sea obviamente una parte importante de ella. Con el debido respeto por los derechos de todos, la libertad religiosa incluye, entre otros, el derecho a predicar, educar, convertir, contribuir al discurso político y participare plenamente en las actividades públicas.
La libertad religiosa auténtica no es sinónimo de relativismo ni de la idea post-moderna según la cual la religión es un componente marginal de la vida pública. El Papa Benedicto XVI ha subrayado a menudo el peligro de un secularismo radical que relega, a priori, todo tipo de manifestación religiosa a la esfera privada. El relativismo y el secularismo niegan dos aspectos fundamentales del fenómeno religioso, y por tanto del derecho a la libertad religiosa, que en cambio exigen respeto: las dimensiones trascendente y social de la religión, en los que la persona humana intenta ligarse, por así decirlo, a la realidad que la supera y que la rodea, según los dictámenes de su propia conciencia. La religión es más que una opinión personal o Weltanschauung. Siempre ha tenido un impacto en la sociedad y en sus principios morales.
Como subrayé antes, cuando hablamos de la negación de la libertad religiosa y de su vínculo con los crímenes dictados por el odio, normalmente pensamos en las persecuciones violentas de minorías cristianas en algunas partes del mundo. La Santa Sede está agradecida a la OSCE y a los Estados participantes que son singularmente activos en denunciar el homicidio o el arresto de ciudadanos inocentes, que son asesinados o perseguidos sólo porque creen en Cristo. Por otra parte, si bien es verdad que el riesgo de crímenes dictados por el odio está ligado a la negación de la libertad religiosa, no deberíamos olvidar que hay graves problemas en áreas del mundo donde por fortuna no hay persecuciones violentas de cristianos. Por desgracia, actos motivados por prejuicios contra los cristianos están convirtiéndose rápidamente en una realidad también en países en los que son la mayoría.
El Papa Benedicto hizo referencia a este fenómeno en el mismo discurso del pasado enero al Cuerpo Diplomático, cuando dijo que, cito, “Dirigiendo nuestra mirada de Oriente a Occidente, nos encontramos frente a otros tipos de amenazas contra el pleno ejercicio de la libertad religiosa. Pienso, en primer lugar, en los países que conceden una gran importancia al pluralismo y la tolerancia, pero donde la religión sufre una marginación creciente. Se tiende a considerar la religión, toda religión, como un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social”.
Ciertamente, nadie confundiría o compararía la marginación de la religión con la verdadera y propia persecución de cristianos en otras áreas del mundo. Esta Conferencia sin embargo, contribuirá sin duda a arrojar luz sobre la incidencia de los crímenes dictados por el odio contra los cristianos también en regiones en las que la opinión pública internacional no esperaría nunca que se verificasen. De hecho, estos crímenes se alimentan en un ambiente en el que la libertad religiosa no es plenamente respetada y la religión
es discriminada.
En la región de la OSCE, estamos ampliamente bendecidos por el consenso sobre la importancia de la libertad religiosa. Por esto es importante seguir hablando de la sustancia de la libertad religiosa, de su vínculo fundamental con la idea de verdad, y de la diferencia entre la libertad de religión y el relativismo que simplemente tolera la religión aún considerándola con un cierto grado de hostilidad. Cito de nuevo del mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2011: “Por tanto, la libertad religiosa se ha de entender no sólo como ausencia de coacción, sino antes aún como capacidad de ordenar las propias opciones según la verdad… Una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios termina por negarse a sí misma y no garantiza el pleno respeto del otro. Una voluntad que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen de sus intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una «identidad» que custodiar y construir a través de las opciones verdaderamente libres y conscientes. No puede, pues, reclamar el respeto por parte de otras «voluntades», que también están desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer prevalecer otras «razones» o incluso ninguna «razón». La ilusión de encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos”.
Precisamente esta visión que identifica la libertad con el relativismo o con el agnosticismo militante y que hace surgir dudas sobre la posibilidad de conocer jamás la verdad, podría ser un factor base del aumento de la verificación de estos incidentes y crímenes dictados por el odio, que serán el argumento del debate de hoy. Que esta mesa redonda, y espero que se llevarán a cabo eventos similares con regularidad, dé nuevo impulso a la obra de la OSCE y del ODHIR en este campo.
[Traducción de la versión italiana de L’Osservatore Romano por Inma Álvarez]