Una materia prima 
llamada ahorro

Cómo vencer las turbulencias en los mercados

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” Ettore Gotti Tedeschi, presidente del Instituto para las Obras de Religión, familiarmente conocido como el banco del Vaticano.

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Las turbulencias en los mercados internacionales, que afectan sobre todo a las ventas de los títulos del Estado de los países europeos, se deben a dos factores principales: la agresiva competencia americana en la búsqueda de suscriptores de la propia deuda pública y la percepción del crecimiento de los riesgos ligados a los bond europeos, con la consiguiente reducción de su peso en las carteras obligacionarias.

Para vencer estas turbulencias y detener las ventas injustificadas de títulos del Estado se debe reducir su perfil de riesgo y hacer más atractiva su suscripción a través de perspectivas claras de recuperación económica. El crecimiento es el único elemento que garantiza establemente la disminución de la deuda pública y la capacidad de garantizarla.

Los proyectos de crecimiento económico, en este momento específico, se deben fundar en el apoyo real y competitivo del trabajo, gracias a la utilización óptima de los recursos disponibles en cada país. El reforzamiento de la ocupación se funda en la consolidación de la producción interna que también debe ser competitiva para no penalizar a los consumidores con medidas proteccionistas.

Para lograr este objetivo se necesitan recursos para las inversiones y para financiar un crecimiento más agresivo. Estos recursos están disponibles y son los ahorros, que hay que proteger y valorar, encaminándolos a proyectos que refuercen las economías nacionales, la ocupación y que, en consecuencia, valoren el ahorro mismo.

Pero el ahorro parece que hoy se contempla como uno de los muchos recursos a emplear para resolver problemas contingentes en una óptica de corto alcance. En cambio no se trata de un recurso como los demás. No es fácilmente reproducible; más aún, en cierta forma es como el petróleo, cuyas reservas se están agotando. Por lo tanto debe utilizarse con prudencia, limitando su derroche. A diferencia de lo que sucede en el sector energético, el ahorro no puede contar con fuentes alternativas. Así que se debe dejar de considerarlo como un limón por exprimir; en cambio se debe estimar como un bien por sostener y valorar.

Actualmente el ahorro es blanco de una fuerte imposición sobre las rentas que lo producen y es objeto de ulteriores detracciones fiscales cuando se invierte y cuando crea renta. Se grava ocultamente también cuando su remuneración no cubre siquiera la tasa de inflación y se arriesga cuando, en busca del rendimiento a toda costa, se dirige a inversiones peligrosas. Pero el ahorro corre el mayor riesgo, el de extinción, cuando se dirige al apoyo del consumo, esto es, cuando el poder adquisitivo se transforma en deber de adquisición (sólo en Italia, en los últimos veinticinco años, la tasa de ahorro sobre las rentas producidas ha caído del 27 al 5 por ciento).

Por lo tanto el ahorro constituye una materia prima preciosa y representa una ventaja competitiva que hay que utilizar lo mejor posible. Debe emplearse para favorecer desarrollo, crecimiento y ocupación. No debe considerarse como garantía onerosa de las deudas contraídas por los Estados, sino como garantía de la autonomía e independencia de la familia que lo ha formado. Esa misma familia que, teniendo hijos y educándolos, crea valor para la sociedad produciendo también inversiones y consumos. La familia es, al final, el primer motor del crecimiento económico verdadero y estable. Que absorberá la deuda y estabilizará los mercados.

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ZENIT Staff

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