ROMA, viernes 2 marzo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos un artículo de Omar Ebrahime publicado por el Observatorio Internacional Cardenal Van Thuan sobre Doctrina Social de la Iglesia, en el que aborda la exhortación postsinodal para África.
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Omar Ebrahime
Tal como el Observatorio documentó, en el curso del viaje a Benín, el pasado mes de noviembre, el Papa Benedicto XVI promulgó la segunda exhortación apostólica postsinodal dedicada totalmente al África (luego de la Ecclesia in Africa del beato Juan Pablo II, en 1995).
El documento pontificio, dirigido al episcopado, al clero, a las personas consagradas y a los laicos, esta vez tiene por objetivo “la Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz”.
La publicación sigue, en efecto, recogiendo y sintetizando magisterialmente, los trabajos de la Segunda Asamblea Especial para el África del Sínodo de los Obispos, llevada a cabo en el Vaticano, del 4 al 25 de octubre de 2009, y dedicada específicamente a analizar los desafíos que la comunidad cristiana vive hoy en un Continente siempre desgarrado por conflictos étnicos, tribales y también religiosos.
Articulada en una introducción general y dos partes temáticas (la primera dedicada al servicio de la Iglesia a la causa de la justicia y la paz, la segunda para perseguir concretamente el bien común) se presenta la exhortación, y el Pontífice lo subraya, en plena continuidad con el documento del Papa Juan Pablo II, que se movía por la exigencia fundamental de la nueva evangelización.
También hoy, para resolver las necesidades más urgentes del África, es necesario primero que todo una Iglesia que descubra su dimensión nativa, auténticamente misionera, y que funde su acción en el primado de Dios sobre el mundo, o en la profundización consciente de las virtudes teologales de la fe y la esperanza.
Es significativo que el pontífice retenga oportuno retomar el legado del Papa Juan Pablo II y retornar a las fuentes de la fe: es una indicación no sólo de forma sino también de esencia, en un momento en el cual la pastoral de la Iglesia en África es considerada frecuentemente a la stregua de una sociedad de ayuda.
No es que esto no sea importante, sino que sin una clara jerarquía de prioridades, el riesgo es de seguir – o mejor, ‘estar de acuerdo’ – a las varias corrientes del mundo del cual lo menos que se pueda decir es que no tienen ciertamente a Cristo por Señor. Para evitar equívocos, la Doctrina social vuelve a entrar plenamente en esta prioridad.
El documento pontificio sobresale, en efecto, por las continuas referencias al Magisterio social de la Iglesia que es considerado “momento singular del anuncio [misionero]: es servicio a la verdad que libera” (p. 22).
A pié de página el Papa hace referencia a la Caritas in Veritate, por decir casi que ésta es el prólogo indispensable del documento de estudio dedicado al África. A un ojo no distraído se muestra así la intrínseca circularidad del Magisterio de Pedro en el cual se tiene todo y cada pronunciamiento vuelve a hacer referencia lógicamente a otro, de acuerdo a una metodología pedagógica significativa, que no busca hacer ‘audiencias’ sino que busca la verdad aún cuando esfuerzo para explicarla y hacerla accesible a la humanidad contemporánea.
Volviendo a África, para el Papa Benedicto XVI no es más tiempo de conformarse con la mentalidad del mundo, el Pontífice lo escribe claramente: “la contribución de los cristianos en África será decisivo solamente si la inteligencia de la fe llega a ser inteligencia de la realidad” (p. 32) , o sea, si las pequeñas comunidades locales estarán en grado de llegar a hacer educación, cultura, moral, hasta política compartida, el Evangelio de liberación anunciado y llevado a cumplimiento por el Señor de vez para siempre en el Gólgota.
Así, si de una parte no se da vida cristiana sin sacramentos (para los cristianos la reconciliación social – escribe el pontífice – que nace primero que todo por la reconciliación sacramental), de otra parte “no necesita olvidar la tarea, ello también esencial, de la evangelización del mundo de la cultura contemporánea africana” (p. 37).
Y el primer lugar donde se aprenda a evangelizar es la familia, en el cual se viva aquello que se es recibido y se haga concretamente experiencia, en lo cotidiano, que incluso un tema extraordinariamente complejo y articulado como ‘la paz’ en realidad es apreciado en los muros de la casa: “en una sana vida familiar se hace experiencia de algunos componentes fundamentales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad expresada por los progenitores, el servicio amoroso a los miembros más débiles ya sean pequeños o enfermos o ancianos, la ayuda recíproca en las necesidades de la vida, la disponibilidad a acoger al otro y, si es necesario, perdonarlo. Por esto la familia es la primera e insustituible educadora de la paz” (p. 43).
En la segunda parte de la exhortación, el papa Benedicto XVI se dirige a las categorías particulares de personas que componen la sociedad africana y en cada una de estas se detiene sobre la importancia de aprender y divulgar la Doctrina social de la Iglesia.
Así, por ejemplo, a las misere el Papa recomienda “[formarse] en el catecismo y en la Doctrina social de la Iglesia para poseer los principios que les ayudarán a actuar como verdaderas discípulas” (p. 59) mientras relativamente a los jóvenes (que en África, contrariamente a Europa, son la mayoría) Benedicto XVI les invita a “poner a Jesucristo al centro de toda su vida mediante la oración, pero también a través […] de la formación en la Doctrina social de la Iglesia” (p. 63) y esto porque la Doctrina social es primero que todo materia de los laicos y de cuantos tienen la entusiasta misión de ordenar las realidades temporales al reino de Cristo.
A quien ve tentaciones de fundamentalismo, el Pontífice responde que el primado de la Doctrina social no es otro que el fruto de aquella concepción del desarrollo humano integral que ya el Papa Pablo VI había anunciado en la Populorum Progressio: la Iglesia, en resumen, diversamente de las ideologías políticas o sociales, se preocupa de todo el hombre, no solamente de una parte (ya que es importante), y es sólo a la luz de este criterio de juicio que evalúa de vez en cuando la portada real del así llamado ‘progreso’.
Por esto, para hacer un ejemplo particularmente iluminador, si aparece laudable el proyecto de eliminar la pena de muerte para ‘los vivos’ en África y en cada parte del mundo, no se puede decir ciertamente otro tanto del tentativo (frecuente patrocinado por los mismos sujetos) de introducirla, o agravarla, para los no nacidos. Para citar todavía al Papa Pablo VI (retomado también por la Caritas in Veritate), la Iglesia cultiva la preocupación constante del desarrollo “de cada hombre y de todo el hombre” (p. 70).
Del mismo modo, también epidemias como el sida necesitan una aproximación sobre todo ética y moral que actualmente no parece señaló en muchos de los estudiosos y de los trabajadores del sector, prisioneros de una visión materialista de la persona: abstinencia sexual, rechazo del antivalor de la promiscuidad y fidelidad conyugal entran en efecto en el mismo desarrollo humano integral que reside, en último análisis, “sobre una antropología anclada al derecho natural e iluminada por la Palabra de Dios y por la enseñanza de la Iglesia” (p. 72). Aquí se puede observar bien como la crisis que invierte la humanidad contemporánea – europea como la africana – sea en definitiva “una crisis de la educación” (p. 75).
Para poder decir al hombre como actuar hace falta primero saber quién es el hombre y de dónde provenga. Así, incluso una cuestión juzgada a veces con suficiencia ‘ocio
sa’ en el mundo occidental como aquella de la existencia de Dios (o del alma) puede contribuir de manera determinante a orientar una sociedad y una economía que sean de verdad amigas del hombre y a su servicio.
E, insiste el papa, también esta es una parte relevante de la Doctrina social de la Iglesia. Llegados a este punto, no sorprende entonces que a la Iglesia africana (obispos, sacerdotes y laicos) el Papa Benedicto XVI recomienda leer, estudiar siempre mejor y define en particular el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, como “instrumento pastoral de primer orden” (p. 91).
En este sentido, el papa auspicia que los sacerdotes profundicen “el conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia” (p. 110) y los laicos – al mismo tiempo – “se llenen de un sólido conocimiento de la Doctrina social de la Iglesia que ofrezca los principios de la acción conforme al Evangelio” (p. 118).
A la base de la exhortación pontificia parece nota, obviamente, una concepción alta del Magisterio social que tiene dignidad y valor en cuanto tal, independientemente de las escuelas de economía o de mercado que van por la mayoría, desde el momento que radica sus palabras de verdad en aquel que es la verdad encarnada, esto es Jesús de Nazaret.
No es otra cosa que el señorío de Cristo en el mundo, dicho de otra manera Reino social, donde el adjetivo connota no una dimensión clasista o particular sino propiamente universal, entonces naturaliter interclasista, refiriéndose al entero diseño de la creación. Se diría que el papa vuela alto. Pero la dimensión propia del Cristianismo, desde el nacimiento, es ésta. Por menos de esto, dirían los Padres de la Iglesia, tan queridos por el papa Benedicto XVI, no se habría dado ni siquiera la encarnación.