'¡Toda investigación y cura médica debe guiarse por el amor!'

Visita del papa a la Universidad Católica del Sagrado Corazón

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Por Salvatore Cernuzio

ROMA, jueves 3 mayo 2012 (ZENIT.org).- «Sin amor, incluso la ciencia pierde su nobleza». esta breve frase resume la entera reflexión sobre el sentido de la medicina y de la investigación científica que Benedicto XVI ha hecho, esta mañana, en la sede romana de la Universidad Católica del Sagrado Corazón.

En visita para celebrar el 50 aniversario de la institución de la Facultad de Medicina y Cirugía, que lleva el nombre del fundador Agostino Gemelli, el papa aprovechó la ocasión para saludar personalmente a la comunidad académica, al personal sanitario, los pacientes y los estudiantes y para subrayar la «reciprocidad profunda» entre ciencia y fe.

El encuentro, en la plaza delante del Auditorio de la Facultad, ha visto la participación de numerosas autoridades políticas y eclesiásticas, que intervinieron para acoger al papa. Entre ellas, el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, presidente del Instituto Giuseppe Toniolo de Estudios Superiores, que junto al vicerrector Franco Anelli, ha dirigido al papa especiales palabras de homenaje.

Dirigiendo enseguida la atención a cómo las ciencias experimentales, en nuestro tiempo, han «transformado la visión del mundo y la misma autoconprensión del hombre», Benedicto XVI se detuvo en los «múltiples descubrimientos y tecnologías innovativas» que, sucediéndose «a ritmo apremiante», están a menudo «no exentas de aspectos inquietantes».

«Rico de medios, pero no igual de fines –observó el santo padre- el hombre de nuestro tiempo vive condicionado por el reduccionismo y relativismo, que conducen a perder el significado de las cosas». Tal hombre, «casi cegado por la eficacia técnica», relega de hecho «la dimensión transcendente a la irrelevancia», creando así terreno fértil para «un pensamiento débil y un empobrecimiento ético que nubla las referencias normativas de valor».

Las consecuencias son «impredecibles», afirmó el papa, porque disminuyendo «aquél Logos que preside la obra de la creación y guía la inteligencia de la historia» –además de única fuente para la investigación científica- se llega a una «mentalidad tecnopráctica» que genera «un arriesgado desequilibrio entre lo que es posible técnicamente y lo que es moralmente bueno».

Es importante, entonces, que «la cultura redescubra el vigor del significado de la trascendencia» y que «abra con decisión el horizonte del quaerere Deum”, la búsqueda de Dios. En el fondo, añadió el papa, «el mismo impulso a la investigación científica brota de la nostalgia de Dios que habita el corazón humano».

El hombre de ciencia, precisó, «tiende a alcanzar aquella verdad que puede dar sentido a la vida», desde el momento en que «por cuanto sea apasionada y tenaz su búsqueda, no es capaz de clarificar completamente la cuestión de las realidades eternas».

Corresponde a Dios, por tanto, «tomar la iniciativa de salir al encuentro y dirigirse al hombre con inmenso amor». Esto le asegura «una vía de iluminación y de segura orientación»; si no, dijo el papa, «su quaerere Deum se perdería en un lío de caminos».

Se pone de manifiesto, por tanto, «la reciprocidad fecunda entre ciencia y fe», casi «una complementaria exigencia de la inteligencia de lo real». Justo recorriendo el sendero de la fe «el hombre es capaz de vislumbrar en las mismas realidades de sufrimiento y de muerte, que atraviesan su existencia, una posibilidad auténtica de bien y de vida».

A la luz de esto, la Cruz de Cristo se convierte en «Árbol de la vida», donde el ser humano «reconoce la revelación del amor apasionado de Dios por el». El cuidado de quienes sufren es, en consecuencia, «encuentro cotidiano con el rostro de Cristo, y la dedicación de la inteligencia y del corazón se hace signo de la misericordia de Dios y de su victoria sobre la muerte».

Vivida en su integridad, concluyó el pontífice, «la investigación es iluminada por ciencia y fe», dos «alas» de las que «toma impulso y lance, sin nunca perder la justa humildad, el sentido del propio límite». De tal modo, la búsqueda de Dios «se hace fecunda por la inteligencia, fermento de cultura, promotora del verdadero humanismo».

En este marco, «se inscribe la tarea insustituíble de la Universidad Católica –subrayó el santo padre- lugar en el que la relación de tratamiento no es oficio sino misión; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra y el rostro del hombre que sufre el Rostro mismo de Cristo».

Recordando, la «particular relación entre la Universidad Católica y la Sede de Pedro», el papa subrayó que «en una facultad católica de Medicina, el humanismo trascendente no es eslógan retórico, sino regla vivida de la dedicación cotidiana».

A tal fin, recordó, la importancia de la institución del nuevo «Centro de Ateneo pata la vida», como realización del sueño del fundador padre Gemelli de crear «una Facultad de Medicina y Cirugía auténticamente católica, que lleve al centro de la atención a la persona humana en su fragilidad y en su grandeza».

Un último especial pensamiento fue para todos los pacientes presentes en el hospital, en cuyo rostro «se refleja el de Cristo que sufre» y a los cuales el pontífice aseguró su oración y su afecto, tranquilizándoles por el hecho de que en el Gemelli «serán siempre seguidos con amor».

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ZENIT Staff

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