Por la madre Rebecca Nazzaro MDR*
ROMA, martes 22 mayo 2012 (ZENIT.org).- Con motivo del mes de mayo, dedicado a María, ofrecemos a los lectores un artículo de la madre Rebecca Nazzaro, de las Misioneras de la Divina Revelación.
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En este mes de mayo es bueno recordar las palabras de la Virgen de la Revelación, que con su materna bondad vino a llamar a uno de sus hijos --y en él a todos nosotros--, a una conducta que no permita el extravío en cualquier clase de “doctrina extraña y pasajera” (Hb. 13,9), por lo tanto, a una conducta digna del ser cristianos. Vamos a ir paso a paso.
El 12 de abril de 1947, la Virgen María se apareció a un hombre protestante y anticlerical, llamado Bruno Cornacchiola el cual entre sus intenciones primarias era asesinar al entonces papa Pío XII. Fue precisamente a Bruno, que tenía un rol importante en la comunidad protestante adventista, a quien se le comisionó preparar una conferencia que desacreditara las creencias católicas sobre la Virgen María y en particular sobre la Asunción al cielo y su Inmaculada Concepción.
Y fue así que Bruno, el 12 de abril de 1947, se presentó junto con sus tres hijos a la colina de eucaliptos en la localidad de las Tres Fuentes en Roma, frente a donde tuvo lugar el martirio de san Pablo, para preparar este importante discurso, mientras que sus hijos jugaban con el balón.
Parecía un día como cualquiera, pero a un cierto punto, Bruno dejó de escuchar la voz de sus hijos mientras jugaban. Entre tanto se pone a buscarlos y los encuentra de rodillas frente a una cueva de toba o piedra caliza, que con las manos juntas repetían “Bella Señora, Bella Señora, Bella Señora...”. Bruno, molesto por su comportamiento intenta moverlos, pero para su grande sorpresa, los niños parecía que eran de piedra. Y fue en este momento de susto, que Bruno gritó: “¡Dios mío, sálvanos tú!”.
Después de estas palabras, finalmente también él pudo ver a una mujer bellísima que estrechaba al pecho el libro de las Sagradas Escrituras, con un vestido blanco sobre el cual un manto verde la cubría de la cabeza a los pies y un cinto rosa rodeaba su cintura: era la “Bella Señora”.
Las primeras palabras que María dirige a Bruno, son una fuerte llamada de atención por su mala conducta: “¡Tú me persigues, ahora basta!, regresa al redil santo, corte celestial en la tierra (la Iglesia católica)”; continuando, la Virgen le dice: “La verdadera Iglesia de mi Hijo está fundada sobre los tres blancos amores: La Eucaristía, La Inmaculada y el Santo Padre”.
Y como respuesta a las intenciones que Bruno tenía de desacreditar a la Virgen con su discurso, ella le dice: “Mi cuerpo no se podía corromper y no se corrompió, por los ángeles y por mi Hijo fui asunta al cielo”. Y precisamente por estas palabras de María en 1950 el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción.
Mujer de la palabra de Dios
Y si para los ladrones ha sido elegido el puesto a la derecha y a la izquierda de Jesús, ¿dónde se ubica María?. Ella se encuentra en el corazón de la Trinidad, porque con su “Sí”se convirtió en la más grande colaboradora. Al respecto, la Virgen dice a Bruno: “Yo soy aquella que está en la Trinidad Divina: Soy la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo”. Estas palabras nos indican, también, la familiaridad de María con la Palabra de Dios, es decir, con el Verbo hecho carne que es su Hijo, la Revelación; y esta relación ha sido ejemplarmente expresada por el papa Benedicto XVI con estos términos: “María, en la Palabra de Dios está en casa propia, entra y sale con naturaleza... habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios es suya y su palabra nace de la Palabra de Dios... sus pensamientos están en sintonía con los pensamientos de Dios... su voluntad es la voluntad de Dios” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Caritas Est, No. 41).
Qué asombroso es en la actualidad este mensaje mariano; en un mundo en el cual el nacimiento de pseudo movimientos religiosos --que se llevan a las almas amadas de la iglesia de su Hijo--, la misma Virgen Maria interviene para llamarnos y avisarnos que el camino de la salvación es solo uno: su Hijo y la Iglesia instituida por Él, en la persona de Pedro.
Ella, la Virgen de la Revelación, la madre de Aquel que nos ha revelado el camino de la salvación y que es la salvación misma para cada uno de nosotros, nos pide que recemos el santo rosario por la unidad de los cristianos y por la conversión de los incrédulos y de los pecadores; y nos enseña a “Contemplar con Ella el rostro de Cristo” (beato Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 3). El motivo por el cual la Virgen nos pide una vez más esta oración, es porque Ella enseña, enseñó y enseñará siempre la humildad, la obediencia y el amor; y nos defenderá de todo lo que tendrá que ver con la destrucción de los valores morales del hombre.
Deseándoles una buena continuidad de este mes de mayo entre los brazos de María, concluimos esta pequeña reflexión con la invitación de la Virgen de la Revelación que dice: “Llámenme Madre, porque soy madre”.
*Misioneras de la Divina Revelación
Traducción por sor Lucía Limón Velázquez