Por Luca Marcolivio
BRESSO, domingo 3 junio 2012 (ZENIT.org).- Son las ocho y media de la noche en el aeródromo de Bresso, ya repleto para la llegada del papa Benedicto XVI. En el escenario la fiesta empezó a mitad de la tarde, con mucha música que abriría camino a las verdaderas protagonistas del evento, junto al pontífice: las familias.
Mientras la Orquesta Terraconfine interpreta las notas del tema «Cada vida es grande», una niña de rasgos orientales sube al escenario donde está el papa. Consigo lleva una ramillete de flores campestres que deposita a los pies del icono mariano. Tras abrazar al santo padre, la pequeña invita a sus familiares a levantarse de la tribuna donde están sentados y los presenta al pontífice.
¡Hola Papa! Soy Cat Tien –exclama la niña en un óptimo italiano- vengo de Vietnam, tengo siete años». Y presenta su familia a Benedicto XVI: papá Dang, mamá Thao y el hermanito Bin. Luego dirige al santo padre su pregunta: «Me gustaría mucho saber algo de tu familia y de cuando eras pequeño como yo…».
Benedicto XVI respondió recordando lo esencial que era el domingo durante su infancia y lo placenteros que eran los momentos de tiempo libre que la familia Ratzinger empleaba en viajes y «largos paseos por los bosques».
Del padre que «tocaba la cítara» el futuro papa aprendió la gran pasión por la música. Todos en la familia Ratzinger cantaban o tocaban un instrumento; en especial el hermano, Georg, llegó a ser un refinado compositor.
«El amor sencillo –añadió Benedicto XVI- y las pequeñas cosas era lo que nos daba la alegría. Veía la bondad de Dios que se reflejaba en mis padres y en mis hermanos, en un contexto de confianza y alegría». El santo padre confesó imaginarse el paraíso como algo similar a su juventud y su futuro encuentro con el Señor como un «volver a casa».
A continuación, el cardenal Ennio Antonelli, presidente de Consejo Pontificio para la Familia, pronunció unas palabras de agradecimiento al pontífice, cuya presencia no sólo «atrae la atención de los medios y de las instituciones sobre la familia» sino que sobre todo transmite «confianza y valor» porque «testimonia que la familia está en el corazón de la Iglesia, más todavía que interesa a Dios mismo».
Tras dar espacio al discernimiento cultural y formativo, durante el Congreso teológico-pastoral, sacando a la luz las dificultades y las oportunidades para la familia en este momento histórico, ha llegado el momento de hacer hablar al corazón y la experiencia vivida.
Todas las alegrías, las esperanzas y las preocupaciones que son propias de la familia fueron llevadas a la vigilia de Bresso para que fueran «iluminadas» por la palabra del santo padre, «acogidas y custodiadas en su corazón», concluyó Antonelli.
Llega el turno de una joven pareja de novios. Se llaman Serge Razafimbony y Fara Andrianobonana y vienen de Madagascar. Sin embargo se han conocido en la Universidad de Florencia, donde Serge estudia ingeniería y Fara economía.
Somos novios desde hace cuatro años –explica Serge al papa- y apenas nos graduemos soñamos con volver a nuestro país para ayudar a nuestra gente, también a través de nuestra profesión».
Y luego Fara expresa su perplejidad sobre los «modelos familiares que dominan Occidente» aunque también los «muchos tradicionalismos de nuestra África», según los dos jóvenes malgaches, están superados.
Ante sus proyectos nupciales Fara y Serge, aún manifestando su voluntad de vivir un matrimonio cristianamente inspirado, expresan al santo padre una fragilidad típica de las jóvenes parejas de hoy: «Hay una palabra que más que ninguna otra nos atrae y, al mismo tiempo, nos asusta: para siempre».
Benedicto XVI ha respondido, tomando nota de que, a diferencia del pasado, en época moderna, el matrimonio ha coincidido cada vez más con el enamoramiento, sin embargo «en el rito del matrimonio la Iglesia no te pregunta: ¿estás enamorado?». El matrimonio, por tanto, no exige sólo sentimiento sino «discernimiento de la razón y de la voluntad» para poder decir ante la persona que se ama: «Sí, esta es mi vida».
Citando el milagro de Jesús en las bodas de Caná, Benedicto XVI habló de un «primer vino, bellísimo», el del enamoramiento, y de un «segundo vino que debe crecer, madurar, fermentar»: es «el amor definitivo» todavía «más bello y mejor que el primero».
«¡Kalispera! (buenas noches) es el saludo de los cónyuges atenienses Nikos y Pania Paleologos, llegados al Encuentro Mundial de las Familias, en compañía de sus dos hijos Pavlos y Lydia. También esta familia está padeciendo el terrible colapso económico griego. Titulares de una pequeña sociedad informática, los cónyuges Paleologos experimentan un fuerte sentido de culpa por los salarios demasiado bajos de sus empleados y una gran pena por los otro tanto irrisorios beneficios.
«Nuestra situación es una entre las muchas, entre millones de otras –explica Nikos–. En la ciudad la gente va con la cabeza baja; nadie se fía de nadie, falta la esperanza». Y Lydia, confesando que le cuesta pensar en un futuro para sus hijos, pregunta al santo padre: «¿Qué puede decir a toda esta gente, a todas estas personas y familias ya sin perspectivas?».
El testimonio de los cónyuges atenienses «ha tocado mi corazón», respondió el papa, añadiendo que ante crisis como la griega, en la política «debería aumentar el sentido de responsabilidad» y que es justo que los partidos «no prometan cosas que no pueden realizar».
Cuando llegan tiempos difíciles para la economía y para toda la sociedad, cada uno debe hacer «lo posible, pensando en sí mismo, en los otros con gran sentido de responsabilidad, sabiendo que los sacrificios son necesarios para ir adelante». El santo padre urgió luego el desarrollo de una red de «hermanamientos» y solidaridad a nivel europeo, en los que las familias se puedan sostener y «Ayudar recírprocamente en sentido concreto».
De naturaleza diversa pero no menos importantes son las dificultades vividas por Jay y Anna Rerrie, neoyorquinos, respectivamente contable y profesora de apoyo, padres de seis niños de los 2 a los 12 años. Al papa preguntan cómo es posible conciliar los agobiantes ritmos laborales, impuestos por el estilo de vida estadounidense, con una familia tan numerosa.
El trabajo y la familia, comentó el papa, son «dos prioridades» que deben ser «reconciliadas». En este sentido, lanzó un llamamiento a los empleadores para que concedan «un poco de libertad» a los padres y a las madres de familia incluso por «el bien de la empresa» y para reforzar «el amor al trabajo».
El santo padre exhortó a los presentes a llevar cada día a la familia «algún elemento de alegría, de atención, de renuncia de la propia voluntad» para superar «las noches y las oscuridades» que inevitablemente les saldrán al encuentro.
Cerró el turno de testimonios una pareja brasileña, Manoel Angelo y Maria Marta Araujo. Su pregunta no afecta tanto a su vida personal como a los fracasos matrimoniales que Manoel Angelo, psicoterapeuta de pareja, encuentra en su actividad profesional.
Los cónyuges Araujo se preguntan en concreto sobre la dificultad de muchas parejas de perdonarse recíprocamente y la exclusión de la vida sacramental que amarga a muchos cónyuges casados por segunda vez.
El problema de los divorcios es «uno de los grandes sufrimientos de la Iglesia de hoy», respondió Benedicto XVI. En cada parroquia o comunidad donde haya personas separadas o divorciadas, estas deben «sentir que son amadas y que son aceptadas». Están «plenamente en la Iglesia», aunque no puedan recibir la confesión, la absolución y la Eucaristía.
La presencia y la cercanía de un sacerdote es fundamental también para los divorciados y vueltos a casar lo cuales, incluso sin la recepción «corporal» del sacramento, pueden «estar espiritualmente unidos a Cristo y a su cue
rpo».
El papa dirigió un último saludo a la familia Govoni, duramente golpeada por el terremoto en Emilia, presente en Milán en representación de todas las familias afectadas por el sismo, a las que el papa aseguró la oración y la ayuda moral y material.