Por Luca Marcolivio
MILÁN, domingo 3 junio 2012 (ZENIT.org).- Para usar una metáfora futbolística, en el estadio de San Siro está de verdad el público de las grandes ocasiones. A las 9,45 de este sábado, una buena mitad de los asientos estaba ocupada pero bastaron quince minutos para ver lleno al menos otro cuarto.
El entusiasmo y los gritos exultantes eran como de final de Champions League. Todas voces de chavales porque ayer por la mañana, junto a su santidad el papa Benedicto XVI, los protagonistas fueron ellos.
Por una vez el estadio se llenó de muchos colores, diversos para cada sector, pero todos pertenecientes a un único equipo: amarillo, verde, rojo, naranja, violeta, celeste y azul. Tales son los colores de los petos que visten los representantes de cada sector de la diócesis ambrosiana, compuestos por los confirmandos y los recién confirmados, acompañados de padres y catequistas.
Los mismos colores campean horizontalmente en el fondo de la tribuna, a espaldas del escenario en el que se sentará el santo padre: un enorme estandarte recubre los asientos, con una gran frase en el centro: «Guía mar adentro». La misma cita evangélica se repite cuatro veces sobre el terreno de juego.
Las exhortaciones de los animadores se alternan regularmente, seguidas cada vez de las exclamaciones exultantes de los jóvenes. Y luego mucha música y ritmo, cantos de oratorio y laicos, batir de palmas, coregrafías sencillas pero sugestivas. Se desencadena la ola, haciendo girar al mismo tiempo los libretos de los cantos: primero la cubierta azul, luego las páginas interiores blancas.
A la izquierda de la tribuna de prensa, se sientan personas de todas las edades con un peto verde. Vienen de Pontirolo, provincia de Bérgamo pero diócesis de Milán. Casi ninguno de los 150 confirmandos y recién confirmados de estas parroquias ha visto nunca al papa. «Están emocionadísimos, van a tener por primera vez una experiencia de Iglesia universal», dice a ZENIT una catequista.
Al otro lado de la tribuna, los cerca de 200 confirmandos y recién confirmados de Cassina de’ Pecchi y alrededores. Tampoco ellos han visto nunca al santo padre y este evento «es una ocasión única para ellos», dice una madre. «La venida del papa les ha motivado muchísimo –añade– es un don del Espíritu Santo y lo acogeremos con una espléndida coreografía».
A las 11,45 el estadio está completamente lleno. La presentadora de TV Lorena Bianchetti aparece con el micrófono sobre el rectángulo de juego y anuncia: «¡Somo casi 70.000! El papa acaba de salir de la catedral, ¿estáis preparados para acogerle?».
Siguen testimonios de confirmandos, padres y fieles de la diócesis ambrosiana de todas las edades, alternados con nuevos giros de coreografía: desde los cuatro ángulos del campo corren chicos vestidos de blanco con una capa amarilla, simbolizando los colores de la Santa Sede.
Llegados a los cuatro carteles «Guía más adentro», desvelan la continuación de la frase: «Guía mar adentro con Pedro», lema del encuentro de San Siro. Luego disponen las telas amarillas para formar cuatro veces el nombre Pedro: Milán tiende la mano a Roma y a su obispo.
A las 11,45, el mini-papamóvil eléctrico llega a San Siro, mientras entre los asientos hay una explosión de pañuelos amarillos. El coche, con Benedicto XVI a bordo, su secretario monseñor Georg Gainswein, y el cardenal arzobispo de Milán, Angelo Scola, da una vuelta de honor a nivel de campo, mientras en el escenario se han acomodado ya los cardenales Dionigi Tettamanzi, arzobispo emérito de la diócesis ambrosiana, y Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano.
En la acogida al santo padre, el director de la Fundación Oratorios Milaneses, don Samuele Marelli, le manifiesta «gran alegría y profunda gratitud» por haber hecho posible «esta fiesta de la fe y de la esperanza».
Subrayando la gran tradición de los oratorios [espacios de encuentro de jóvenes], típicamente ambrosiana y lombarda, generada por la «extraordinaria intuición de san Carlos Borromeo», don Marelli expresó al papa el deseo de una «renovada pasión educadora» que lleve a los muchachos a «guiar mar adentro», fiándose de la única Palabra capaz de dar plenitud a la vida.
En nombre de todos los confirmandos milaneses –presentes o no en San Siro- toma la palabra el pequeño Giovanni Castiglioni. “Para nosotros es muy bonito poderte acoger en este estadio donde juegan nuestros campeones», dice dirigiéndose al papa. «Ahora sin embargo –añade- queremos decirte que eres tú el campeón más grande y también entrenador del inmenso equipo que es la Iglesia».
El joven concluye expresando su compromiso y el de todos los confirmandos «de entrenarnos lo mejor posible en la escuela de la fe según el programa del Evangelio de Jesús».
Por su parte, el cardenal Scola manifiesta su propia alegría y satisfacción por una fiesta a la que no es necesario «añadir palabras».
Los confirmandos, comenta el purpurado, están «muy unidos al papa» no sólo porque es una «personalidad» sino sobre todo porque «la fe de sus padres les ha llevado a percibir que Benedicto XVI es el ponti-fice, el que les permite atravesar el camino de la vida vueltos hacia el Padre de Jesús y el Padre nuestro».
Y lo mejor para el final, el discurso de Benedicto XVI que no hace rebajas a los chavales, hablándoles de los siete dones del espíritu Santo, aquellas virtudes que ninguno de nosotros se ha ganado pero que cada día nos garantizan la energía necesaria para restituir algo al Señor, generoso y magnánimo también cuando no lo merecemos.
Las coreografías se suceden representando primero peces, símbolo de la pesca milagrosa de Pedro, luego la paloma del Espíritu Santo.
Son las 12,45 cuando la ceremonia concluye con un enorme «gracias» coreográficamente reproducido en medio del campo y centenares de globos blancos y amarillos lanzados contra el cielo.
Poco antes de despedirse, el santo padre recibe el regalo de varias personas, entre ellas el capitán del Inter, Javier Zanetti, acompañado de su mujer y sus tres hijos, el último nacido hace pocas semanas. Al papa el futbolista argentino le regala la camiseta del equipo negro-azul, y escrito detrás el nombre Benedicto y el número 16.
Un fuera de serie del deporte abraza a un fuera de serie de la fe y, por un día, el templo del fútbol, como sugiere el animador, se ha convertido en el templo del Espíritu Santo.
Del partido Roma-Milán han salido todos ganadores. Gracias a un «entrenador» entrado en años pero siempre cotizadísimo, cuyo equipo desde hace dos mil años milita en la máxima división y nunca retrocederá.