Por Valentina Colombo*
ROMA, viernes 15 junio 2012 (ZENIT.org).- «No puedo quedarme en silencio. Incluso podrían matarme mañana (…) Tal homicidio no se idea e niveles bajos, sino más bien en aquellos más altos del poder». Son palabras de la paquistaní Asma Jahangir, primera mujer al frente de la Asociación de abogados de la Corte Suprema de Pakistán, que a menudo en el pasado se ha pronunciado contra las ordenanazas hudud, es decir el derecho penal islámico, y contra la ley de la blasfemia.
Jahangir es una de las mujeres más valientes y directas del mundo islámico. Ha recibido educación en escuelas católicas, es conocida por la defensa de los derechos de las minorías y por este empeño incluso ha sufrido amenazas de muerte de los extremistas islámicos en cuanto juzgada apóstata.
De 2004 a 2010, fue Relatora especial de Naciones Unidas en materia de libertad religiosa, y entre los fundadores de la Comisión para los Derechos Humanos de Pakistán, y en su carrera se ha batido siempre contra la discriminación y la violencia contra las mujeres.
La posición de Jahangir es neta, no deja espacio a la duda. En marzo de 2010, durante un taller sobre mujeres y religión celebrado en Naciones Unidas en Ginebra empezó, ella proveniente del país islámico por definición, diciendo que «cuando se habla de derechos de la mujer, no se pueden poner ‘si’ o ‘pero’, en nombre de cualquier religión porque hay que hablar de derechos humanos universales».
No se trata de una afirmación banal, para una paquistaní es un desafío al propio gobierno que desde hace medio siglo desciende a pactos con el radicalismo islámico. A partir de 1977, es decir con la llegada de Zia-ul-Haq, en Pakistan se asistió a un proceso de islamización que desembocó también, y sobre todo, en una legislación discriminatoria hacia las mujeres.
Las llamadas Ordenanzas Hudud y la ley de la prueba judicial, donde el testimonio de una mujer vale la mitad que el del hombre, son de ello un mínimo ejemplo. En caso de violencia sexual, a falta de testimonios, es la mujer la que es condenada por adulterio. A pesar de que en 1966 Pakistán suscribió la CEDAW (Convention on the Elimination of Discrimination against Women) lo hizo con reservas respecto a los puntos en contraste con la sharia, es decir lo ha hecho manteniendo la discriminación hacia las mujeres prevista por el derecho islámico.
Es evidente que, en semejante contexto, una activista como Asma Jahangir sea incómoda, muy incómoda. Jahangir por sus batallas a favor de las mujeres y de las minorías, por su laicidad, aún no habiendo renegado nunca de su propia fe, es uno de los objetivos del extremismo islámico local.
Su batalla al lado de gobernador del Punjab, Salman Taseer, contra la ley sobre la blasfemia no ha mejorado ciertamente su situación. Y ha sido justo con motivo del asesinato de Taseer, en enero de 2011, cuando Jahangir aprovechó la ocasión para lanzar un llamamiento, pero sobre todo para acusar al gobierno paquistaní de connivencia con los extremistas islámicos. «No sólo fue asesinado Salman Taseer –declaró- como si esto no bastara ha habido personas que en televisión han justificado su asesinato. Incluso el ministro del Interior dijo que si alguien hubiera blasfemado en su presencia lo habría matado. Salman Taseer no ha dicho nunca nada blasfemo. Simplemente recordó que la ley debía ser revisada». Se trata de un j’acuse bien preciso respecto a un gobierno que no logra desmarcarse del cada vez más extendido radicalismo islámico, que no tiene el valor de conducir al país hacia la modernidad.
No es por tanto casualidad que las últimas amenazas hacia Jahangir provengan de los servicios secretos paquistaníes que desde siempre mantienen una relación como poco ambigua respecto a los ambientes islámicos más radicales. En confirmación de lo apenas afirmado, si los extremistas islámicos han lanzado contra ella una campaña de difamación como apóstata, la prensa progubernamental la acusa de ser una traidora proindia.
Es evidente que la vida de la valiente abogada está en serio peligro. Es por tanto indipensable lanzar un llamamiento para sensibilizar a la opinión pública y a las instituciones internacionales para que el gobierno paquistaní sea no sólo obligado a dar cuenta de cualquier acción violenta contra Jahangir sino que se empeñe a iniciar un proceso de reforma interna, a partir del sistema educativo gestionado por las madrasas, que mire a mejorar la condición de la mujer, en especial, y de las minorías, en general.
Si el mundo desea que voces como la de Asma Jahangir sigan hablando y denunciando las violaciones de los derechos humanos, entonces el mundo debe recordar cada día que estas voces sobrevivirán sólo si son protegidas y conocidas a nivel internacional.
*Valentina Colombo (Cameri, Novara, 1964) es docente de Cultura Geopolítica del islam en la Universidad Europea de Roma y Senior Fellowr en la European Foundation for Democracy (Bruselas). Es presidenta de la Asociación «Vencer el miedo» por la libertad religiosa y la libertad de expresión. Ha escrito numerosos artículos y ensayos sobre el mundo arabe islámico.