CIUDAD DEL VATICANO, viernes 29 junio 2011 (ZENIT.org).- Al término de la santa misa de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, concelebrada en la Basílica Vaticana con los 43 arzobispos metropolitanos que han recibido el palio y en la que participó una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, el para se asomó a la venta de su estudio en el Palacio Apostólico vaticano y guió el rezo del Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Ofrecemos las palabras del papa al introducir la oración mariana.
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Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos con alegría la solemnidad litúrgica de los santos apóstoles Pedro y pablo, una fiesta que acompaña la historia bimilenaria del Pueblo cristiano. Ellos son llamados columnas de la Iglesia naciente. Testigos insignes de la fe, han dilatado el Reino de Dios con sus diversos dones y, a ejemplo del divino Maestro, han sellado con sangre su predicación evangélica. Su martirio es signo de unidad de la Iglesia, como dice san Agustín: «U solo día es consagrado a la fiesta de los dos apóstoles. Pero también ellos eran una sola cosa. Aunque fueron martirizados en días diferentes, eran una sola cosa. Pedro precedió, Pablo siguió» (Disc. 295, 8: PL 38, 1352).
Del sacrificio de Pedro son signo elocuente la Basílica Vaticana y esta Plaza, tan importantes para la cristiandad. También del martirio de Pablo quedan huellas significativas en nuestra ciudad, especialmente en la Basólica a el dedicada en la Via Ostiense. Roma lleva inscritos en su historia los signos de la vida y de la muerte gloriosa del humilde Pescador de Galilea y del Apóstol de las Gentes, que justamente se ha elegido como protectores. Haciendo memoria de su luminoso testimonio, recordamos los inicios venerando de la Iglesia que en Roma cree, ora y anuncia a Cristo Redentor. Pero los santos Pedro y Pablo brillan no sólo en el cielo de Roma, sino en el corazón de todos los creyentes que, iluminados por su enseñanza y su ejemplo, en todo el mundo caminan por la vía de la fe, de la esperanza y de la caridad.
En este camino de salvación, la comunidad cristiana, sostenida por la presencia del Espíritu del Dios vivo, se siente animada a proseguir fuerte y serena por el camino de la fidelidad a Cristo y el anuncio de su Evangelio a los hombres de todo tiempo. En este fecundo itinerario espiritual y misionero se sitúa también la entrega del palio alos arzobispos metropolitanos, que he realizado esta mañana en la Basílica. Un rito siempre elocuente, que pone de relieve la íntima comunión de los pastores con el sucesor de Pedro y el profundo vínculo que nos liga a la tradición apostólica. es un doble tesoro de santidad, en el que se funden la unidad y la catolicidad de la Iglesia: un tesoro valioso a redescubrir y vivir con renovado entusiasmo y constante empeño.
¡Queridos peregrinos, llegados aquí de todo el mundo! En este día de fiesta, oramos con las expresiones de la Liturgia oriental: «Alabados sean Pedro y Pablo, estas dos grandes luces de la Iglesia; ellos brillan en el firmamento de la fe». En este clima, deseo dirigir un especial pensamiento a la Delegación del Patriarcado de Constantinopla que, como cada años, ha venido para participar en nuestras tradicionales celebraciones. ¡La Virgen Santa conduzca a todos los creyentes en Cristo a la meta de la plena unidad!
Posteriormente el papa se dirigió a los distintos grupos lingüísticos. A los peregrinos de habla hispana les dijo: «Saludo a los fieles de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los venidos de Argentina, Guatemala, México, Perú y Venezuela, que acompañan con su afecto y oración a los arzobispos metropolitanos que acaban de recibir el palio en esta solemnidad de san Pedro y san Pablo. Que el ejemplo y la intercesión de los Apóstoles ayude a la Iglesia a dar en la hora presente un fiel y audaz testimonio del Evangelio de la salvación. Que Dios os bendiga».
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