CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 19 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha dedicado la audiencia general de hoy, celebrada esta mañana en el Aula Pablo VI, a comentar su viaje apostólico al Líbano. Ofrecemos el texto completo del discurso del papa.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera volver brevemente con el pensamiento y con el corazón, a los maravillosos días del Viaje apostólico que realicé en el Líbano. Un viaje que yo realmente quería, a pesar de las circunstancias difíciles, considerando que un padre siempre debe estar cerca de sus hijos cuando se encuentran con graves problemas. Me sentí conmovido por el sincero deseo de anunciar la paz que el Señor resucitado dio a sus discípulos con estas palabras: «Os doy mi paz – سلامي أعطيكم» (Jn. 14,27). Este viaje tenía como objetivo principal la firma y la entrega de la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, a los representantes de las comunidades católicas del Medio Oriente, así como a las demás Iglesias y comunidades eclesiales, y a los líderes musulmanes.
Fue un acontecimiento eclesial conmovedor y, al mismo tiempo, una oportunidad providencial para el diálogo vivida en un país complejo, pero emblemático para toda la región, debido a su tradición de coexistencia y de fructífera cooperación entre los diferentes componentes religiosos y sociales. Ante el sufrimiento y las tragedias que se dan en esa zona del Medio Oriente, expresé mi sincera cercanía a las aspiraciones legítimas de esas queridas poblaciones, llevándoles un mensaje de aliento y de paz.
Estoy pensando en particular en el terrible conflicto que atormenta a la Siria, provocando, además de miles de muertos, una corriente de refugiados que se esparcen en la región a la búsqueda desesperada de seguridad y de futuro; y no olvido la difícil situación del Irak. Durante mi visita, el pueblo del Líbano y del Medio Oriente –católicos, representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales y de las diversas comunidades musulmanas–, ha vivido con entusiasmo y en un ambiente relajado y constructivo, una valiosa experiencia de respeto mutuo, de comprensión y de fraternidad, que constituye un fuerte signo de esperanza para toda la humanidad. Pero es sobre todo el encuentro con los fieles católicos del Líbano y del Oriente Medio, presentes por miles, lo que ha despertado en mi alma un sentimiento de profunda gratitud por el ardor de su fe y de su testimonio.
Doy gracias al Señor por este don precioso, que da esperanza para el futuro de la Iglesia en esos territorios: jóvenes, adultos y familias motivadas por el deseo de arraigar su vida en Cristo, permanecer anclados en el Evangelio y caminar juntos en la Iglesia.
Renuevo mi gratitud también a todos los que han trabajado sin descanso para mi Visita: a los Patriarcas y Obispos del Líbano con sus colaboradores, a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, las personas consagradas, los fieles laicos, los cuales son una realidad preciosa y significativa en la sociedad libanesa. Pude constatar directamente que las comunidades católicas libanesas, a través de su presencia bimilenaria y su compromiso lleno de esperanza, ofrecen una significativa y valiosa contribución en la vida cotidiana de todos los habitantes del país. Vaya un pensamiento respetuoso y deferente a las autoridades libanesas, a las instituciones y asociaciones, a los voluntarios y a cuantos aquellos que han ofrecido su apoyo con la oración. No puedo olvidar la cálida bienvenida que he recibido del Presidente de la República, el señor Michel Sleiman, así como de los diversos componentes del país y del pueblo: ha sido una cálida bienvenida, acorde con la conocida hospitalidad libanesa. Los musulmanes me han acogido con gran respeto y consideración sincera; su constante y participativa presencia me dio la oportunidad de enviar un mensaje de diálogo y colaboración entre el cristianismo y el Islam: me parece que ha llegado el momento de dar un testimonio sincero y decidido en contra de las divisiones, contra la violencia, contra la guerra. Los católicos, que también procedían de países vecinos, han expresado con fervor su profundo afecto hacia el Sucesor de Pedro.
Después de la hermosa ceremonia a mi llegada al aeropuerto de Beirut, la primera cita era de una especial solemnidad: la firma de la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, en la Basílica Grego-Melquita de San Pablo en Harissa. En esa ocasión he invitado a los católicos medioorientales a fijar la mirada en Cristo crucificado para encontrar la fuerza, incluso en situaciones difíciles y dolorosas, para celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza y de la unidad sobre la división. A todos les he asegurado que la Iglesia universal está más cerca que nunca, con el afecto y la oración, a las iglesias de Medio Oriente: ellas, a pesar de ser un «pequeño rebaño», no tienen por qué temer, sabiendo que el Señor está siempre con ellos. El Papa no las olvida.
En el segundo día de mi viaje apostólico, me reuní con los representantes de las instituciones de la República y del mundo de la cultura, del cuerpo diplomático y con los líderes religiosos. A ellos, entre otras cosas, les he señalado un camino a seguir para promover un futuro de paz y de solidaridad: que es trabajar para que las diferencias culturales, sociales y religiosas terminen en el diálogo sincero, en una nueva fraternidad, donde lo que una sea el sentido común de la grandeza y de la dignidad de toda persona, cuya vida siempre debe ser defendida y protegida. El mismo día tuve una reunión con los jefes de las comunidades religiosas musulmanas, que se llevó a cabo en un espíritu de diálogo y de benevolencia mutua. Doy gracias a Dios por este encuentro. El mundo de hoy necesita señales claras y fuertes de diálogo y de colaboración, y de que el Líbano ha sido y debe seguir siendo un ejemplo para los países árabes y para el resto del mundo.
Por la tarde, en la residencia del Patriarca maronita, fui recibido con el entusiasmo incontenible de miles de jóvenes libaneses y de los países vecinos, que ha dado origen a un momento de alegría y de oración, inolvidable para el corazón de muchos. He destacado la suerte de vivir en esa parte del mundo, que ha visto a Jesús muerto y resucitado por nuestra salvación, y el desarrollo del cristianismo, exhortándolos a la fidelidad y al amor por su tierra, a pesar de las dificultades causadas por la falta de estabilidad y de seguridad. Además, los he animado a ser firmes en la fe, confiados en Cristo, fuente de nuestra alegría, y a profundizar la relación personal con Él en la oración, así como a estar abiertos a los grandes ideales de la vida, de la familia, de la amistad y de la solidaridad. Al ver a los jóvenes cristianos y musulmanes celebrar en gran armonía, los he animado a construir juntos el futuro del Líbano y del Medio Oriente, y a oponerse juntos a la violencia y a la guerra. La concordia y la reconciliación tienen que ser más fuertes que las pulsiones de muerte.
La mañana del domingo, fue un momento muy intenso y participado durante la Santa Misa en el Waterfront City Center en Beirut, acompañada por sugestivas canciones, que han caracterizado también las demás celebraciones. En presencia de muchos obispos y de una gran multitud de fieles provenientes de todo el Medio Oriente, he querido exhortarles a vivir la fe y dar testimonio sin miedo, sabiendo que la vocación del cristiano y de la Iglesia es llevar el Evangelio a todos sin distinción, siguiendo el ejemplo de Jesús. En un contexto marcado por los ásperos conflictos, he llamado la atención sobre la necesidad de servir a la paz y a la justicia, convirtiéndose en instrumentos de reconciliación y constructores de comunión. Al final de la celebración eucarística, he tenido el gozo de presentar la Exhortación apostól
ica que recoge las conclusiones de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Medio Oriente. A través de los Patriarcas y de los obispos orientales y latinos, los sacerdotes, consagrados y laicos, este documento quiere alcanzar a todos los fieles de esta querida tierra, para sostenerlos en la fe y en la comunión, y animarlos en el camino de la tan deseada nueva evangelización.
Por la tarde, en la sede del Patriarcado Siro-católico, tuve la alegría de un fraterno encuentro ecuménico con los Patriarcas ortodoxos y ortodoxos orientales, y los representantes de aquellas Iglesias, así como de las comunidades eclesiales.
Queridos amigos, los días transcurridos en el Líbano han sido una maravillosa manifestación de fe y de intensa religiosidad y un signo profético de la paz. La multitud de los creyentes, provenientes de todo el Medio Oriente, han tenido la oportunidad de reflexionar, de dialogar y sobre todo de orar juntos, renovando el compromiso de radicar la propia vida en Cristo. Estoy seguro de que el pueblo libanés, en su multiforme pero bien amalgamada composición religiosa y social, sabrá testimoniar con un nuevo impulso la verdadera paz, que nace de la fe en Dios. Espero que los diversos mensajes de paz y de respeto que he querido dar, puedan ayudar a los gobernantes de la región a dar pasos decisivos hacia la paz y hacia una mejor comprensión de las relaciones entre cristianos y musulmanes. Por mi parte, seguiré acompañando a aquellas queridas poblaciones con la oración, a fin de que permanezcan fieles a los compromisos asumidos.
A la intercesión maternal de María, venerada en tantos y antiguos santuarios libaneses, encomiendo los frutos de esta Visita pastoral, así como las buenas intenciones y las aspiraciones justas de todo el Medio Oriente. Gracias.
Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.
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