ROMA, viernes 7 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Nuestra agencia ha venido ofreciendo, en los tiempos fuertes litúrgicos, los textos del predicador oficial de la Casa Pontificia. Iniciamos hoy un nuevo ciclo. En esta noticia, adelantamos algunos de los puntos que tratará el padre Raniero Cantalamessa OFMCap en su primera prédica de Adviento.
Aludiendo a varios acontecimientos recientes vaticanos, el predicador de la Casa Pontificia anuncia que construirá sus predicaciones en torno a cada uno de estos tres eventos: el Año de la Fe,el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, y el Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe cristiana.
Inicia su sermón de este viernes abordando lo que significa tener un Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), al que compara con la partitura de una obra musical. Y exhorta a pasar “de la partitura a la ejecución, de la página muda a algo vivo que sacuda el alma”.
Exhorta a entender que el centro del CEC “no es un dogma, o una verdad, una doctrina o un principio ético; es una persona: ¡Jesucristo!”.
Recuerda el padre Cantalamessa que “al inicio de la Iglesia era clara la distinción entre kerigma y didaché. El kerigma, que Pablo llama también ‘el evangelio’, se refería a la obra de Dios en Cristo Jesús, el misterio pascual de la muerte y resurrección, y consistía en fórmulas breves de fe, como la que se puede deducir del discurso de Pedro en el día de Pentecostés: ‘Ustedes lo mataron clavándole en la cruz, Dios le resucitó y lo ha constituído Señor’”.
La didaché indicaba, en cambio, “la enseñanza sucesiva a la llegada de la fe, el desarrollo y la formación completa del creyente. Estaban convencidos (especialmente Pablo) que la fe, como tal, germinaba solo en presencia del kerigma. Este no era un resumen de la fe o una parte de la misma, sino la semilla de la cual nace todo lo demás. También los cuatro evangelios fueron escritos más tarde, precisamente con el fin de explicar el kerigma”.
“Nuestra situación ha vuelto a ser la misma que en el tiempo de los apóstoles –afirma el predicador franciscano–. Ellos tenían ante sí un mundo precristiano para predicar el evangelio; nosotros tenemos ante nosotros, al menos en cierta medida y en algunos sectores, un mundo poscristiano para reevangelizar”.
La unción del Espíritu Santo produce un efecto en el que anuncia: “le hace experimentar la alegría de anunciar a Cristo y su Evangelio”.
Y cita a Benedicto XVI cuando concluye su carta de convocatoria al Año de la Fe con una referencia a la Virgen: «Confiamos –escribe- a la Madre de Dios, proclamada ‘bendita’ porque ‘ha creído’ (Lc. 1,45), este tiempo de gracia».