Por Antonio Gaspari

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 12 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Un estanque en los jardines de Castel Gandolfo, una estatua de María y un pececillo rojo que observa y comenta. Este es el contexto en el que toma vida el cuento “El misterio del pequeño estanque", ideado e ilustrado por la pintora Natalia Tsarkova, la primera artista admitida a los trabajos del Sínodo de 2001 para retratar a los padres sinodales con el papa.

El cuento fue publicado por la Librería Editorial Vaticana (LEV) y presentado ayer en Roma en el Agustinianum.

En la presentación, junto a la autora intervinieron monseñor Georg Gaenswein, secretario de su santidad y nuevo prefecto de la Casa Pontificia; Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos; Saverio Petrillo, director de los Palacios Pontificios; y José Costa, director de la LEV.

El profesor Paolucci destacó cómo el arte cristiano pone mucha atención en relación a los animales, para subrayar la unidad de lo creado y la fraternidad que une a todos los vivientes debajo del cielo.

Por su parte Saverio Petrillo explicó que el misterioso y pequeño estanque del que se habla es una parte muy frecuentada por los pontífices durante el verano.

El motivo de este gran interés es la presencia de una hermosa imagen de María, realizada por el escultor italiano de Brescia, Angelo Ripetti y encargada por Pío XI.

El estanque está entre las ruinas de un palacio romano y seis grandes cipreses son el marco de un grupo de cuatro ninfas. En el fondo del estanque se ve la bella imagen de la Virgen.

Según Petrillo es “un lugar tan sugestivo y misterioso que invita a la oración”.

Excepción hecha de Juan Pablo I, que en su breve pontificado nunca pernoctó en Castel Gandolfo, todos los pontífices que sucedieron a Pío XI se recogieron en oración a los pies de esta imagen de María situada al borde del estanque.

Pablo VI, como Benedicto XVI, tenían la costumbre de llevar pedazos de pan a los peces rojos del estanque.

Juan Pablo II visitaba la imagen de María cada vez que iba a Castel Gandolfo y allí rezaba antes de volver a Roma.

La introducción fue escrita por monseñor Georg Gaenswein, el cual debutó precisando que todo lo que el pececillo rojo cuenta en la narración es verdadero.

“Entre los lugares que más aprecia el santo padre en los jardines de Castel Gandolfo --indicó el secretario del papa- figura el jardín de la Virgencita, donde “delante de la sagrada imagen se encuentra un pequeño lago, un estanque, con pececillos rojos y dos carpas”.

“Cada vez --añadió- que el papa allí termina su oración con un canto mariano, los peces se acercan al borde del estanque y esperan un gesto: de hecho una mano buena e invisible cada día prepara un pequeño cesto con pedacitos de pan que el papa les arroja a los pececillos”.

“Detrás del cuento --añadió- se esconde el amor del papa por la creación, por los animales, especialmente por los pequeños”.

“Ver en todas las criaturas --concluyó monseñor Gaenswein- especialmente las más pequeñas, que no son vistas sino por una mirada atenta, con los ojos del amor. Es el mensaje de este simpático librillo”.

Natalia Tsarkova agradeció a los presentes, indicando que el libro está destinado a los niños y nació de sus emociones e impresiones suscitadas tras un paseo en los jardines de Castel Gandolfo.

“Me quedé impresionada por la intensa espiritualidad que emana y la mágica atmósfera de aquellos jardines”, con “el aire fresco de la mañana y el corazón colmado de paz y serenidad”.

Repentinamente --contó la pintora- me encontré entre la luz filtrada por las verdes plantas, una imagen radiante: era la de la Virgen”.

“Fuertemente atraída por esta visión corrí hacia ella y me encontré al lado del estanque en cuya orilla surge la cándida estatua ante la cual su santidad recita cada día el rosario”.

Así, en el corazón de Natalia nació este cuento en el cual un pececillo rojo aún pequeño descubre un mundo nuevo. Un símbolo de renacimiento espiritual que da sentido a la vida y que lleva al pececillo a enamorarse de la oración.

“Creo --concluyó la autora- que si este pececillo rojo estuviera en el corazón de cada uno de nosotros el mundo sería mejor”.

Traducido del italiano por H. Sergio Mora