ROMA, viernes 7 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al evangelio del próximo domingo, Segundo Domingo de Adviento, del padre Jesús Álvarez, paulino.
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Por Jesús Álvarez, SSP
“Era el año quince del reinado del emperador Tiberio. Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo en Iturea y Traconítide, y Lisanias en Abilene; Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes. En este tiempo la palabra de Dios le fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Juan empezó a recorrer toda la región del río Jordán, predicando bautismo y conversión, para obtener el perdón de los pecados. Esto ya estaba escrito en el libro del profeta Isaías: “Oigan ese grito en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. Las quebradas serán rellenadas y los montes y cerros allanados. Lo torcido será enderezado, y serán suavizadas las asperezas de los caminos. Todo mortal entonces verá la salvación de Dios”. (Lucas 3, 1-6)
La predicación de Juan Bautista, precursor y anunciador del Mesías, se realiza en situaciones políticas, sociales y religiosas bien concretas, donde abunda la hipocresía, la corrupción, la opresión, la explotación, la manipulación, con el consiguiente sufrimiento para el pueblo sencillo y pobre. El Bautista denuncia esas injusticias e invita a los responsables a que se conviertan, y se esfuercen por eliminar las diferencias escandalosas entre las clases sociales y religiosas, entre razas y naciones.
Hoy la palabra de Juan y sus denuncias son de una candente actualidad. La Palabra de Dios sigue iluminando y cuestionando la historia, la vida social, política, religiosa, familiar e individual. Y llama a la conversión a todos los que se creen con derecho a gozar y enriquecerse a costa del sufrimiento y de la miseria de sus hermanos, desde al ámbito familiar hasta el ámbito global.
La noticia de que el Mesías está para entrar en la historia, es una buena nueva esperada, deseada por quienes sufren; pero a la vez indeseada, temida y rechazada por quienes gozan a costa del sufrimiento ajeno, pues el Mesías liberador y salvador viene a dar la cara por los pobres y a ponerse, con todo su poder y su amor, al lado de los que sufren injusticia.
Los que tienen la autoridad y del dinero --individuos, grupos o naciones--, imponen leyes y costumbres que les favorecen a ellos a costa de los más débiles, y a la vez se presentan cínicamente como bienhechores.
También en lo religioso se dan leyes, ritos, cumplimientos que no raramente sirven de pretexto para encubrir la dureza de un corazón que rechaza a Cristo, quien se identifica con los que sufren: “Todo lo que hagan a uno de éstos, a mí me lo hacen”.
Cristo Jesús, vivo y presente en nuestra vida, y en la historia, es el objetivo y el centro de la Buena Nueva del Adviento y de la Navidad. Él nos pide modelar sobre su ejemplo nuestra existencia humana y cristiana de cada día, tanto en la alegría como en el sufrimiento, en el trabajo, en la lucha y en la fiesta. Pero es necesario leer, escuchar, asimilar y vivir la Palabra de Dios en momentos concretos de silencio y oración.
En esos espacios Dios nos da la posibilidad de encontrarnos personalmente con la Palabra Viva, el Verbo hecho carne, Cristo Jesús, el Dios-con-nosotros de cada día. Desde esa experiencia sentiremos la necesidad y el gozo de volvernos hacia el prójimo que sufre, empezando por casa... Entonces sí estaremos entre los que “verán la salvación de Dios”.
El Adviento se hace realidad en doble sentido: “¡Ven, Señor Jesús!”y¡Voy, Señor Jesús! Él está esperando a la puerta y llama, con gran deseo de entrar para hacerte feliz de verdad.