CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 19 diciembre 2012 (ZENIT.org).- En su cita semanal de la Audiencia general con peregrinos y fieles de todos el mundo, entre los que estaban los religiosos de la congregación de los Legionarios de Cristo en su peregrinación anual, el papa Benedicto XVI continuó con la catequesis por el Año de la Fe, durante la cual abordó el tema “La Virgen María: Icono de la fe obediente”, a partir del misterio de la Anunciación.
Recordó el papa el lugar especial que tiene la Madre de Dios en el camino del Adviento, pues ha sido ella quien “de un modo único ha esperado el cumplimiento de las promesas de Dios, acogiendo en la fe y en la carne a Jesús, el Hijo de Dios, en obediencia total a la voluntad divina”.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1,28)
En un rápido pero profundo recorrido por la escena de la Anunciación narrada por el evangelista san Lucas, el Catequista universal hizo ver que el saludo del ángel a María fue “una invitación a la alegría profunda, (que) anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo frente al final de la vida, al sufrimiento, a la muerte, al mal, a la oscuridad del mal que parece oscurecer la luz de la bondad divina”. Por eso, añadió, “es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, la Buena Nueva”.
“¿Pero por qué María es invitada a alegrarse de esta manera?”, se preguntó, para luego hacer referencia a la profecía de Sofonías (cf. 3,14-17), donde se lee una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión, de que Dios vendrá como un salvador y habitará en medio de su pueblo, en el vientre de la hija de Sión.
Por ello, siguió el papa, “en el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo desposado con Dios, es en realidad la hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella habita el Dios vivo”.
En el saludo del ángel, María también es llamada “llena de gracia”. Sobre esto, Benedicto XVI explicó que en griego el término “gracia”, charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra “alegría”, por lo que “en esta expresión se aclara aún más la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia, que viene de la comunión con Dios, de tener una relación tan vital con Él, de ser morada del Espíritu Santo, totalmente modelada por la acción de Dios”, afirmó.
E invitó a ver a María como “la criatura que de una manera única ha abierto la puerta a su Creador, se ha puesto en sus manos, sin límites”.
“Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38)
Ya María, para el papa, “vive totalmente de la y en la relación con el Señor (..)Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe”.
Para los cristianos, la Virgen de Nazareth es modelo, como Abraham de “la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe (que) también incluye el elemento de la oscuridad”.
Recordó que María estaba abierto de tal modo a Dios, que “llega a aceptar la voluntad de Dios, aún si es misteriosa, a pesar de que a menudo no corresponda a la propia voluntad”, como lo fue aquella espada que atravesaría su alma, que proféticamente se lo dirá el viejo Simeón en el momento en que Jesús es presentado en el Templo (cf. Lc. 2,35).
Nuevamente, en comparación con el sacrificio de Abraham, el santo padre hizo notar que su plena confianza en la promesas de Dios, fue también misteriosa y difícil, casi imposible de aceptar. Y lo trasladó hasta María, quien por su fe “vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, a fin de llegar hasta la luz de la Resurrección”.
De esto no están exentos los creyentes de hoy, porque “encontramos momentos de luz, pero también encontramos pasajes en los que Dios parece ausente, su silencio pesa sobre nuestro corazón y su voluntad no se corresponde con la nuestra, con aquello que nos gustaría”.
La invitación del papa fue a abrirse a Dios, porque en la medida que se hace, “recibimos el don de la fe, ponemos nuestra confianza en Él por completo –como Abraham y como María–, tanto más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la vida en paz y garantía de su lealtad y de su amor”.
“Guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc, 2,19)
Quizás con el ambiente fresco de estos días por la reciente publicación de su libro sobre la Infancia de Jesús, Benedicto XVI se refirió a otro pasaje relevante de la vida de María, cuando con José, llevan a su hijo a Jerusalén, al Templo.
Como es conocido por todos, el niño es perdido y hallado por unos padres preocupados que reciben por toda respuesta de Jesús, que él tenía que estar “en la casa de su Padre”. Ante esto, dijo el papa, María acepta que su hijo debe estar “en la propiedad del Padre, en la casa del Padre, como lo está un hijo”. Y es un momento nuevo en que María “debe renovar la fe profunda con la que dijo «sí» en la Anunciación; debe aceptar que la precedencia la tiene el verdadero Padre de Jesús; debe ser capaz de dejar libre a ese Hijo que ha concebido para que siga con su misión”.
Un «sí», “que se repite a lo largo de toda su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz”, enseñó.
Aquí, con la atención de todo el auditorio que llegaron para escucharlo, se hizo una nueva pregunta “¿cómo ha podido vivir de esta manera María junto a su Hijo, con una fe tan fuerte, incluso en la oscuridad, sin perder la confianza plena en la acción de Dios?”
Esto significa –añadío– “que María entra en un diálogo íntimo con la Palabra de Dios que le ha sido anunciada, no la tiene por superficial, sino la profundiza, la deja penetrar en su mente y en su corazón para entender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio”.
María, concluye, “‘unía’ y ‘juntaba’” en su corazón todos los eventos que le iban sucediendo; ponía cada elemento, cada palabra, cada hecho dentro del todo y lo comparaba, los conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios”.
Porque para el papa, María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que sucede en su vida, sino que sabe mirar en lo profundo, se deja interrrogar por los acontecimientos, los procesa, los discierne, y adquiere aquella comprensión que solo la fe puede garantizarle”.
Finalmente, invitó a los presentes, ante la pronta solemnidad de la Natividad del Señor “a vivir esta misma humildad y obediencia de la fe (porque) la gloria de Dios se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no brilla en una ciudad famosa, en un palacio suntuoso, sino que vive en el vientre de una virgen, se revela en la pobreza de un niño”.
Saludos en español
Ante la presencia de numerosos peregrinos de lengua española, el santo padre dirigió las siguientes palabras:“Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Legionarios de Cristo que recientemente han sido agregados al Orden Sacerdotal, así como a sus familiares. Saludo a los grupos venidos de España y de los países latinoamericanos.
Que la próxima solemnidad de la Navidad, en la que contemplamos cómo Dios pone su morada en el seno de la Virgen, nos haga crecer en el amor al Señor, acogiendo con humildad su Palabra. Muchas gracias y Feliz Navidad”. (javv)