A las 12 horas de hoy, Benedicto XVI se asomó a la venta de su estudio en el Palacio Apostólico vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Ofrecemos las palabras del papa al introducir la oración mariana, en referencia al evangelio de la Visitación, con el que meditarán hoy todas las comunidades católicas alrededor del mundo.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
En este cuarto domingo de Adviento, que se anticipa por poco a la Natividad del Señor, el evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no es un simple gesto de cortesía, sino que muestra de modo muy simple el encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan la esperanza y al Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel en espera del Mesías, mientras que la joven María trae en sí misma el cumplimiento de esta espera, en beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen ante todo, los frutos de sus vientres, Juan y Cristo.
Comenta así el poeta cristiano Prudencio: «El bebé que está en el vientre anciano saluda, a través de la boca de su madre, al Señor, hijo de la Virgen» (Apotheosis, 590: PL 59, 970). La exultancia de Juan en el vientre de Isabel, es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está por visitar a su pueblo.
En la Anunciación, el arcángel Gabriel le habló a María del embarazo de Isabel (cf. Lc. 1,36), como prueba del poder de Dios: la infertilidad, a pesar de su avanzada edad, había sido trasformada en fecundidad. Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está cumpliendo la promesa de Dios a la humanidad y exclama: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? » (Lc. 1,42-43).
La expresión «bendita tu entre las mujeres» es dicha en el Antiguo Testamento a Yael (Jueces 5,24) y a Judit (Jdt. 13,18), dos mujeres guerreras comprometidas en salvar a Israel. Esta vez, está dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así también el salto de alegría de Juan (cf. Lc. 1,44) se refiere a la danza que el rey David hizo cuando acompañó la entrada del Arca de la Alianza en Jerusalén (cf. 1 Cro. 15,29). El arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y la vara de Aarón (cf. Hb. 9,4), era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El niño por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la Nueva Alianza, que lleva en el vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La escena de la Visitación también expresa la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, un hacer sitio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él.
Imitemos a María en el tiempo de Navidad, visitando a quienes pasan por dificultades, especialmente a los enfermos, a los encarcelados, a los ancianos y a los niños. También imitemos a Isabel, que recibe a sus huéspedes como si fuera Dios mismo: sin desearlo no conoceremos nunca al Señor; sin esperarlo no lo veremos, sin buscarlo no lo encontraremos.
Con la misma alegría de María, que va rápido donde Isabel (cf. Lc. 1,39), también nosotros vayamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo el primero en visitarnos. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de recibir la visita de Dios en el misterio de su Nacimiento.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.