“En España, no se creía que los franceses reaccionaran”, me dice Asunción Serena, a la que el frío y la lluvia no han desanimado para permanecer allí, en el Campo de Marte, micro en mano, interrogando a los manifestantes de la La Manif pour tous, este domingo 13 de enero. El estallido francés asombra a otros países.
La Manif pour tous ha reunido, calculando por lo bajo, a un millón de manifestantes contra el proyecto de ley que “pretende abrir el matrimonio a las parejas de personas del mismo sexo» –título oficial del texto- que será debatido en la Comisión de Leyes de la Asamblea Nacional francesa hoy 15 de enero.
Pero ¿por qué los franceses se han echado a la calle? Con los pies en medio del barro, la periodista española está más sorprendia todavía por el testimonio de las personas homosexuales presentes. Y especialmente por este profesor de español al que no le falta coraje y explica en la lengua de Cervantes su abstinencia y su fe en Jesús, su amor a la Iglesia: Philippe Ariño, cuya intervención ante su micro ha sido muy apreciada, dice ella.
Una concentración unitaria, es lo que le choca, desde los «Poissons roses» en Alliance Vita, los «Plus gay sans mariage», de Xavier Bongibault- a los responsables religiosos –cristianos, judíos, musulmanes–, discretos, presentes, y los primeros afectados, los niños adoptados.
La televisión coreana y su cámara telescópica filmaban todo. Enfocando hacia el podio, en el momento de la lectura de la carta al presidente François Hollande, rápidamente la gira para captar la reacción de la multitud.
Cuando centenares de miles de personas cantan, decididas pero respetuosas, durante varios minutos «Hollande, no queremos tu ley», algo sucede. Algo sucede. Las convicciones se liberan y cobran voz.
El animador tiende el micro a los diférentes representantes del colectivo. Y el carisma de Frigide Barjot, cuya energía contagiosa se mantendrá hasta noche cerrada, crea este lazo de amistad que hace danzar, cantar, cogerse de la mano. Se está contra un proyecto de ley, pero no hay gorros de dormir. Y si el tono sube, ella sabe amigablemente reenfocar el objetivo.
En suma, sin eslóganes de partidos, en nombre de una común humanidad, hecha de alteridad: hombre, mujer, creyente no creyente, jóvenes y veteranos, en silla o de pie, familias, célibes, electos y ciudadanos “normales”. Han mostrado, juntos, que «la alteridad» –los organizadores lo han captado cada vez más al hilo del trabajo conjunto– no es fácil pero es buena. Es bueno para mí que tu seas “otro”. La alteridad es fecunda y educa. En la verdad sobre sí, sobre la propia identidad, sobre todo.
«Nosotros no organizamos nada ‘con’ cualquier religión. Pero: laicos o religiosos, venid como sois, ¡es la consigna!», habían dicho los organizadores.
Cuando confieso a un viudo de 90 años, que no participó en la manifestación –y que no tiene ninguna pertenencia que no sea la familiar, pero que ha seguido todo gracias a los medios de comunicación, que yo fui en bici para fotografiar el evento y que cargaba las fotos en la página de ZENIT en francés en Facebook, pero que no escribiría («El Mundo visto desde Roma», no desde la Torre Eiffel, me dijo: «Sí, hay que escribir algo».
Quizá sólo se puede escribir esto: estaban juntos, han dicho “sí” a la alteridad, a la filiación, y poco importan las cifras publicadas. La guerra de cifras no tiene razón de ser. Porque lo que cuenta es que se sabe muy bien cuántos eran, en las tres ramas desde la Porte Maillot, Denfert-Rochereau y la Plaza de Italia. Hasta el punto de que los últimos llegaban todavía cuando los primeros retornaban, hacia las 19 horas. Se sabe también que el tráfico se bloqueó.
Los electos y el gobierno francés saben las cifras. Es esencial. La pelota está en su tejado. Y los que marcharon no bajarán la guardia. Ellos también saben las cifras. Se tienen puntos de referencia, desde las JMJ de 1997 en el concierto de Johnny. Desde las fotos tomadas desde lo alto de la Torre Eiffel.
La Manif ha sobrepasado el millón de movilización, a pesar de los temores –el plan Vigipirate ante el temor a represalias tras los ataques en Malí y Somalia–, a pesar del cielo plomizo, el frío, la lluvia, el invierno en suma. Aquí no han doblegado la determinación. ¡Una fuerza de convicción que se suma a las manifs de primavera y en tiempos de paz!
¿Qué se puede añadir? Que el primer calicó que vi desfilar en la plaza de Iéna, bajo la estatua ecuestre de Georges Washington, era blandido por chicos de instituto, y que decía en letras mayúsculas: «Mariageophile pas homophobe». Subrayado el pas.
La primera pancarta que percibí en el Campo de Marte decía, al pie del punto de referencia por excelencia de París, la Torre Eiffel: «Stop a la destrucción de los puntos de referencia». «Papa + Mamá», el punto de rerencia del niño, es lo que el presidente de «Plus gay sans le mariage» no ha dejado de repetir: «Yo tuve la oportunidad de tener un papá y una mamá”.
Todos afirmaban en suma, en París y en Roma, ante el Palacio Farnesio y allí donde en el mapa del mundo, otras “francias” se han manifestado, que este valor, sobre el que las sociedades se fundan, no es “negociable”. Sería, por parte de la sociedad, como se dice en Roma, en la jerga futbolística, un autogol. Un tanto en propio campo. Y hoy, el sitio de La Manif dice solo: «¡Éramos un millón! ¡Gracias!». Adelante.