Predicación sagrada

Queridos amigos sacerdotes: Agradezco a Zenit la oportunidad de colaborar con un grano de arena en la formación sacerdotal en este campo de la Predicación Sagrada, tan importante hoy día.

Hoy iniciamos este curso que con alegría y placer quiero compartirles, fruto de mi formación, primero como profesor de oratoria durante más de 30 años, y después, con la experiencia que Dios me ha concedido durante estos 26 años de sacerdote yendo por estos mundos de Dios predicando, llevando y explicando la Palabra de Dios. Todos los años tengo la gracia de predicar al mundo latino de los Estados Unidos. También Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú, además de Brasil, han podido oír mi voz.

Y para ser más claro en esta presentación de mi curso, les dejo unos puntos para que queden grabados en el gran tesoro de la memoria:

Toda nuestra vida como sacerdotes será predicar.

Hay varias formas de predicar: la oración, el sacrificio, el testimonio personal, el ministerio de los sacramentos y el ministerio propiamente dicho de la predicación sagrada.

La predicación sagrada u oratoria sagrada no es una técnica para vender nuestra “mercancía” de Dios. Esto sería una especie de profanación de la Palabra de Dios. Así hacen algunas sectas protestantes que se preparan en los resortes psicológicos de la oratoria para ganar adeptos y sacar dinero. Esto no se debe dar entre nosotros, ministros y predicadores de los Misterios de Dios.

Nadie quiere tener un auditorio dormido, bostezando, disgustado…a la hora de la predicación. Queremos un auditorio que disfrute y esté bien dispuesto para nuestra predicación. Para esto, hay que saber predicar bien. No sólo predicar. Se trata de predicar bien, pues no siempre tendremos gente que por caridad nos soporta, nos aguanta y nada nos dice sobre nuestra predicación.

Les ofrezco este curso de Predicación Sagrada fruto de mi experiencia como predicador durante mis 26 años de ministerio sacerdotal. Doce de esos años, prediqué diariamente en la parroquia de Buenos Aires; además de dar charlas, triduos, retiros y ejercicios espirituales que ofrecía a hombres y mujeres.

Son consejos que a mí me han ayudado. Ojalá que también a ustedes les ayuden, queridos sacerdotes.

Introducción general

I. Primero unos presupuestos:

Ser consciente de que somos ministros de la Palabra desde el bautismo, y después se agrava esta responsabilidad y tarea el día de nuestra ordenación sacerdotal. Por eso debemos leerla, meditarla, rumiarla durante toda nuestra vida. Debemos hacerla propia, revestirnos de esa Palabra, encarnarla en nuestra vida. Sólo así la transmitiremos fielmente, sin cortes, sin menguas, sin oscurecerla ni rebajarla.

Ser consciente de que es Dios quien convierte a las almas, no nosotros. Pero Él se sirve de nosotros como canales, altavoces, acueductos y ministros de su Palabra para iluminar las mentes, caldear los corazones y mover las voluntades para que amen a Dios y cumplan sus mandamientos. Por eso, debemos estar bien preparados en este campo de la predicación de la Palabra. Todos nuestros estudios humanísticos, filosóficos, teológicos, pedagógicos…tienen como término final nuestra predicación, sea escrita (libros, artículos…), sea oral (homilías, retiros, congresos, charlas…). Estudiamos para estar mejor preparados a la hora de nuestra predicación sagrada, no por prurito de vanidad, sino porque esa Palabra de Dios merece ser tratada y anunciada con dignidad, claridad y unción.

Ser consciente de que la Palabra de Dios está destinada a germinar, a crecer y a dar fruto en el alma de los hombres. Por sí misma, la Palabra tiene toda la potencia de entrar en el corazón del hombre y convertirle. ¿Entonces dónde está el fallo? Una de dos: o en el que predica, que no lo sabe hacer, o en el campo –el alma- que recibe esa Palabra predicada. Que al menos no sea por nuestra culpa como predicadores sagrados. Si el corazón de los hombres se cierra como nos narra Cristo en la parábola del sembrador por culpa de las piedras, de las espinas, de la superficialidad (cf. Mateo 13: parábola del sembrador)…ahí está el desafío de un buen predicador: ayudar a que esas almas se abran a la Palabra. ¿Y qué recurso tiene además de la oración y el sacrificio? ¡La predicación bien preparada, incisiva, respetuosa, profunda, clara, motivadora y bien pronunciada!

II. Después, unos consejos prácticos:

Conocer el auditorio, es decir, las almas a las que vamos a predicar. Conocer la idiosincracia de esas personas, sus cualidades, sus debilidades, sus problemas, su modo de ser. A eso la Iglesia llama “inculturación”. No es lo mismo el español que el brasileño; ni el francés que el norteamericano, el alemán que el africano…Hay que hablar con el lenguaje de las almas, hacernos todo a todos para ganarlos para Cristo, como san Pablo (cf. 1 Co 9, 20-22). No podemos ir a Latinoamérica con categorías europeas. ¡Simplemente no nos entenderán! O peor, ¡nos rechazarán! “Mañana te oiremos”.

Preparar bien cada predicación, sin improvisar, dejándolo todo para última hora. La predicación no es algo que hagamos a título personal. ¡No! Lo hacemos en nombre de la Iglesia. Es la Iglesia quien en ese momento explica la Palabra de Dios, a través del predicador sagrado. Por tanto, preparar la predicación desde la oración personal. Pero también leyendo comentarios de Papas, de autores espirituales bien sólidos y probados, acerca de esos textos litúrgicos o sobre ese tema del que predicaremos. Los mejores comentarios que existen a los evangelios son LOS SANTOS PADRES. Tenemos que leerlos mucho y siempre. Son siempre actuales. Son un auténtico tesoro por descubrir todavía. Ejemplo de esto es el Papa Benedicto XVI. Por eso son tan profundas sus predicaciones, al tiempo que tan sencillas.

Ser ordenado y estructurado en las ideas de la predicación: hoy debemos dar solamente una idea en la homilía o en la plática, y desarrollar esa idea en dos o tres aspectos. Pero solamente una idea. Sólo así el oyente saldrá con una idea bien aprendida y tratará de vivirla en su día a día. De las tres lecturas dominicales se puede sacar perfectamente una sola idea, desarrollada en dos o tres aspectos. P.e. una homilía con la liturgia de un domingo: Dios nos invita a la conversión (única idea, sacada del evangelio); esa conversión supone reconocernos pecadores (primer aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la primera lectura dominical o del salmo responsorial); esa conversión traerá como efecto la paz interior y la reconciliación con Dios (segundo aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la segunda lectura dominical). Y ambos aspectos deben estar apoyados en los textos litúrgicos leídos. ¡Una sola idea! Quien habla de muchas ideas lo único que hace es dispersar al oyente y no saldrá con nada claro ni concreto. Quien dice muchas ideas está manifestando que no preparó a fondo la predicación.

Ser ingenioso a la hora de exponer la idea: esa idea tiene que estar presentada con alguna metáfora, imagen, novedad, un hecho o anécdota…Sólo así se graba más fácilmente en el alma del oyente, pues sonará a novedad y originalidad. En esto el cardenal vietnamita Van Thuan, que en paz descanse, era modelo. No ser aburridos con ideas ya trilladas y sin mordiente. Hay que ser atractivos. Esto no se logra con excentricidades ni con cuentitos ni hac iendo reír, ¡no! Esto se logra habiendo meditado mucho y con profundidad en la Palabra de Dios. Y observando mucho el devenir humano.

Distinguir el modelo de predicación que se me pide y el lugar donde se da la predicación: primero, distinguir qué clase de predicación debemos dar, pues una cosa es predicar una homilía que una reflexión en una hora santa con Cristo Eucaristía ahí expuesto; distinta es una charla abierta en un auditorio que una meditación en un retiro; una cosa es predicar una conferencia a jóvenes y otra predicar a adultos o a niños o a sacerdotes. Y el lugar: porque una cosa es predicar en la capilla, otra cosa es predicar en un salón de estar o en un estadio o en una fábrica. Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de predicar.

Ser siempre expresivo: sin forzar el temperamento propio, sin querer ser el otro que es tal vez más apasionado y dinámico…pero hay que ser expresivo. Recordemos los tres elementos de toda predicación: fondo de ideas, forma concreta de esas ideas y expresión (ritmo y temperatura oratoria) de esas ideas. Hay que conjugar los tres elementos para que la predicación sea perfecta. Todo nuestro ser debe ser expresivo: voz, gestos, manos, cuerpo, ojos, sentimientos, emociones, silencio, interpelación y preguntas directas…No debemos ser acartonados, ni tener miedo ni hablar con voz apagada o monótona, o en abstracto o sin mirar al auditorio. Así se duerme la gente. Así odiarán las predicaciones, en vez de gozar de la predicación sagrada. Fides ex auditu, nos dice san Pablo, “la fe entra por el oído” (Rm 10, 17) .

Predicar a todo hombre y a todo el hombre: A todo hombre: al niño, al joven, al adulto, al anciano, al enfermo, al que sufre, al ignorante y al sencillo, al complicado y cuestionador…Y a todo el hombre: inteligencia, sentimientos, afectos, corazón, voluntad… Y la Palabra de Dios predicada tiene que “tocar” la existencia humana en todos los campos: personal, familiar, laboral, profesional, religioso... Por eso, el predicador tratará de aplicar esa Palabra de Dios y “hacerla caminar” por los vericuetos de la vida del oyente. El oyente durante la predicación debería decir: “¡Justo!, eso es lo que yo necesito, me viene a cuento lo que dice este predicador”. Es así cómo el oyente se dejará transformar por esa Palabra de Dios que el predicador supo bajar a la vida de ellos en concreto. Y de seguro que tendremos a esa persona en todas nuestras predicaciones porque nos entiende y entiende que la Palabra de Dios explicada es muy actual para su vida, y no algo del pasado o de museo.

Ser sencillo, respetuoso y positivo al predicar: no insistas tanto en lo que está mal. Presenta mucho más el bien que necesariamente atrae. No estamos en el siglo de cierta apologética agresiva, inflexible, estricta y un tanto altanera. Hoy hay que ganarnos a la gente con la bondad, con la sencillez, con el encanto y la gota de miel. Esto no significa que no digamos la verdad. Hay que presentarla, pero con bondad y respeto, para que atraiga. Cuando haya que decir algo fuerte, duro y negativo (p.e. los que viven juntos o divorciados y casados en segundas nupcias no pueden ni deben comulgar, etc…), hay que decirlo en tercera persona y nunca interpelar a la persona en cuestión. No decir: “Tú que estás juntado…no debes comulgar”. Sería muy ofensivo. Decir mejor: “Quien se encuentra en esa situación no debería acercarse a la comunión por estas razones…”. Y cuando es algo positivo, entonces sí, interpelar en segunda persona: “¡Qué bueno que fuiste generoso y fiel! Dios lo será también contigo”.

Sentir con la Iglesia en todo aquello que proponga para ese año: si es el año sacerdotal, no debería haber ninguna predicación durante el año sin hacer alguna mención a esa circunstancia…si es el año paulino, lo mismo. O el año dedicado a Jesucristo (1997), o al Espíritu Santo (1998), o a Dios Padre (1999), o el año de la Eucaristía (2000). O el año de la fe, en el que ahora estamos. No se puede ir en paralelo con la Iglesia. Los triduos de ese año y los ejercicios espirituales y los retiros, las homilías deberían estar enfocados y marcados por esa circunstancia eclesial. Esto es parte del “sentire cum Ecclesia”. Debemos ir al paso de la Iglesia. También en esto.

Sacar con frecuencia en las predicaciones aspectos y virtudes de los santos: los santos son hermanos nuestros que ya consiguieron lo que nosotros estamos buscando: la santidad de vida. Ellos nos dan ejemplo y nos dicen qué aspectos hay que practicar para agradar a Dios, crecer en las virtudes y alcanzar la salvación eterna, que es la gracia de las gracias. ¡Cuánto edifican las anécdotas de los santos! Cómprate libros de santos y léelos. Y así podrás poner en las predicaciones ejemplos maravillosos y edificantes de los santos en los temas que estás tratando en tu predicación.

Conclusión: Espero que estos consejos les sirvan para que su predicación sea cada día de calidad, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Esto es lo que a mí me ha ayudado. No sé si ayudará a todos, pues todos somos distintos.

El padre Antonio Rivero nació en Ávila en 1956. Fue ordenado sacerdote legionario de Cristo en Roma en 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas, en Filosofía por la Universidad Gregoriana, y licenciado y doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma. Ha escrito cinco libros de espiritualidad y ha grabado más de 200 CDs de formación católica. Da congresos y conferencias en Los Ángeles. Ofrece también cursos, retiros y ejercicios espirituales a laicos, religiosas y sacerdotes en Colombia, Perú y Brasil. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal como profesor de teología y oratoria, y director espiritual en el seminario Maria Mater Ecclesiae de Brasil. 

Si desea hacer una pregunta o contactar al padre Rivero puede escribir a: arivero@legionaries.org.