En esta última entrega de artículos sobre las «raíces» del papa Francisco, hemos llegado al año 2007. Fecha memorable para algunos de nosotros, cuando el Santuario de Aparecida en Brasil acogió al santo padre Benedicto XVI para la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano – Celam.
Los días que transcurrieron del 13 al 31 de mayo fueron de gran emoción y expectativa, porque el nuevo pontífice cruzaba al otro lado del mundo y todos querían conocer su pensamiento y sentir su cercanía con la Iglesia de América Latina.
Junto a su sistemática presentación de la fe, destacó también el contenido social de sus discursos, en los que cuestionó las estructuras de injusticia y de pobreza generalizadas en la región, marcada por las inequidades y desigualdades. También hizo referencia a la amenaza que traía el regreso de formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías “que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad”.
A esta magna reunión, fueron convocados 266 participantes, de los cuales 162 miembros, entre cardenales y obispos; 81 invitados, ocho observadores y 15 peritos.
El cardenal redactor
Uno de los asistentes era el ya arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio. Después de casi diez años al frente de una gran archidiócesis metropolitana, traía experiencias que confrontar y una gran apertura a las nuevas líneas pastorales que saldrían a la luz en el futuro Documento de Aparecida.
Ahora que ha tomado posesión de la sede de Pedro, se conoció que había presidido la Comisión redactora del texto final. Fue algo que alegró aún más, porque significaba que lo conocía bien y que ya lo venía implementando en los últimos años.
Su intervención principal fue una de las primeras, en la cual advirtió que los pobres “ya no son solo explotados sino sobrantes”, esto a partir de un diagnóstico de la realidad sociopolítica y religiosa de muchos países latinoamericanos.
Según informaron los medios de la época, al hoy papa Francisco le preocupaba que este fenómeno no respondiera solamente a realidades como la explotación y la opresión, sino a algo nuevo: “Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera”.
Otros temas con los que quiso llamar la atención fueron los referidos a la formación urgente de los laicos y a la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales. Además, consideró que “la evangelización de los nuevos grupos emergentes de la modernidad y en situación urbana, presentan un contexto novedoso porque la gran parte de ellos no han cambiado ni abandonado a la Iglesia, sino nacieron fuera de ella”.
El entonces presidente del episcopado argentino, lamentó también que “muchos cristianos vivan aún una separación entre fe y vida, que se manifiesta particularmente en la falta de un claro testimonio de los valores evangélicos en su vida personal, familiar y social”.
Esto explica bastante el programa que viene desarrollando el santo padre en cada de sus intervenciones y con sus actitudes, en las cuales trata de llamar a una verdadera coherencia de vida en todos los niveles de la sociedad, de los gobiernos y en la misma Iglesia…
Renovación pastoral
Ante el panorama descrito por el cardenal Bergoglio, junto a muchos otros que resonaron con dolor y preocupación en los días de trabajo, se veía claro que los obispos reunidos a los pies de Nuestra Señora de Aparecida querían impulsar con decisión el espíritu de “un nuevo Pentecostés” para la Iglesia del continente. El fin era uno solo: “renovar la acción de la Iglesia”.
Surgió entonces la convicción de que todos sus miembros –-desde cardenales hasta los laicos más jóvenes–, estaban llamados a ser “discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él”.
Esta frase que sirvió de preparación al evento, fue reflexionada y profundizada sin duda por el arzobispo de Buenos Aires junto a su comunidad local, lo que le permitió llegar dispuesto a trazar en comunión, líneas claras para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
Con un honesto y humilde reconocimiento de las “luces y sombras” que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial, los obispos estuvieron dispuestos en todo momento a ingresar a una nueva etapa pastoral, con “un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero”, que pudiera renovar las comunidades eclesiales y las estructuras pastorales .
Fue para ellos inspirador lo que había dicho el santo padre en su Discurso inaugural, de que la Iglesia está llamada a asumir “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios”.
¡Qué claro está todo esto en las enseñanzas de Francisco!
Hoy no deja de repetirlo, y se ve que está dispuesto a dar todo de sí para que “la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos”.
Heridas del continente
Los participantes, entre ellos obispos como Jorge Bergoglio, decidieron retomar aquel método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”, que permite ver mejor la realidad con ojos iluminados por la fe, y llenar los corazones con celo para ir a la acción.
Lo que se quería esta vez era discernir las líneas comunes para una acción misionera, que pusiera de pie a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión.
Un texto del evangelio que narra las palabras de Jesús Buen Pastor se convertiría en el motor de todos los acuerdos: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Hoy le toca a Francisco llevar a la Iglesia en este rumbo ya conocido por él, pero esta vez como Pastor universal.
Pero así como el entonces cardenal argentino trajo su análisis, otras intervenciones iluminaron los trabajos desde todos los confines del continente. Esto permitió pensar en una misión realista, con los “pies en la tierra”, que tuviera como punto de partida los procesos complejos y en curso que viven los hombres y mujeres de América Latina en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, por nombrar solo algunos.
Surgieron por lo tanto llamados de alerta sobre los grandes desafíos que interpelan a la evangelización, tales como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe, el testimonio de los pastores, entre otros.
Era un balance de signos positivos y negativos que ya movía de su asiento al arzobispo Bergoglio, deseoso de ir entre la gente y decirles a todos –como lo hace hoy: “¡salir, salir!”.
Misión Continental permanente
Poco a poco, los participantes iban identificando “la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero”.
En lo que se ha considerado también por los analistas de la época como el “núcleo decisivo del Documento”, se presentó la misión como un «discipulado» al servicio de Cristo, quien llama a todos a comunicar su mensaje salvífico.
Esta respuesta, a la que no puede escaparse ningún bautizado, la viene transmitiendo también el papa Francisco cuando involucra a los jóvenes en la Nueva Evangelización, así como a la mujeres, a las madres, las abuelas…, ¡a todos!
Ya lo decía un analista de la época: “el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla”.
Sin embargo, lo que se mueve con cierta rigidez en algunos –es decir la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares–, Francisco lo proclama con la alegría del profeta de
Asís y la decisión de los grandes reformadores.
Otro campo priorizado por los obispos latinoamericanos fue “el anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios”.
Esto ha comprometido a todos a promover con decisión una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad, lo que incluye el fomento del cuidado del medio ambiente como casa común.
«Somos custodios de lo creado», diría el santo padre al inaugurar su pontificado…
Los nuevos areópagos
Al final, el papa Bergoglio cuidaría de que en el Documento final no faltase una línea de continuidad que actualizara las opciones de Medellín, Puebla y de Santo Domingo. Esto es, la opción preferencial por los pobres y los jóvenes, la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, respectivamente.
También se comprobaron nuevos desafíos a la pastoral de la educación y de la comunicación social, que son hoy los nuevos areópagos y los centros de decisión mundiales.
Francisco no evadió la mirada (lo vivía directamente) a la pastoral de las grandes ciudades, donde el hombre moderno ha cerrado no solo su corazón a Dios, sino también las puertas de sus casas y edificios a su Palabra.
Como el mismo cardenal lo había dicho en su intervención inicial: el desafío sería ahora ir y fomentar una mayor y mejor presencia de “cristianos en la vida pública”. Esto significa para algunos, un compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática.
También llevó de regreso en su corazón, lo que había escuchado y decidido a favor de una efectiva solidaridad con los pueblos indígenas y afrodescendientes.
Fruto de todo esto, se ve que en el papa –-y esto emociona–, hay alguien que quiere comunicar el amor del Padre y la alegría de ser cristianos. A la vez que invita a todos –imposible eludirlo–, a proclamar con audacia a Jesucristo “para que los pueblos tengan vida en Él”.
Al final de este recorrido, cuyo propósito periodístico ha sido analizar «por qué el papa es quién es», trasladamos con esperanza al nuevo pontífice las palabras de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc. 24,29).
Para leer los anteriores artículos de la serie: