La Iglesia no debe ser como «una niñera que cuida al niño para que se duerma». Si así fuera, sería una «Iglesia adormecida». Quien ha conocido a Jesús tiene la fuerza y el coraje de anunciarlo. Del mismo modo, quien ha recibido el bautismo tiene la fuerza de caminar, de ir hacia adelante, de evangelizar. Y «cuando hacemos esto la Iglesia se convierte en madre que genera hijos», capaces de llevar a Cristo al mundo.
Esta es síntesis la reflexión propuesta por el papa Francisco esta mañana 17 de abril, en la celebración de la misa, en la capilla de la residencia de Santa Marta, a la que asistieron numerosos empleados del Instituto para las Obras de Religión (IOR).
Entre los concelebrantes, los monseñores Vincenzo Pisanello, obispo de Oria, y Giacinto Boulos Marcuzzo, vicario del patriarca de Jerusalén de los Latinos para Israel.
Durante la homilía, el papa –comentando la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (8, 1-8)- recordó que, «tras el martirio de Esteban, estalló una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Hemos leído en en libro de los Hechos que la Iglesia estaba completamente tranquila, completamente en paz, la caridad entre ellos, las viudas eran atendidas. Pero luego llega la persecución. Este es un poco el estilo de la vida de la Iglesia: entre la paz de la caridad y la persecución». Y esto sucede porque esta, explicó, fue la vida de Jesús. Tras la persecución, siguió el papa, todos huyeron excepto los apóstoles. Los cristianos en cambio «se fueron. Solos. Sin presbítero. Sin obispos: solos. Los obispos, los apóstoles, estaban en Jerusalén para hacer un poco de resistencia a estas persecuciones».
Sin embargo lo que huyeron «fueron de lugar en lugar, anunciando la Palabra». Justo sobre estos el papa ha querido centrar la atención de los participantes. Ellos «dejaron su casa, llevaron consigo quizá pocas cosas; no tenían seguridad, pero fueron de sitio en sitio anunciando la Palabra. Llevaban consigo la riqueza que tenían: la fe. Aquella riqueza que el Señor les había dado. Eran simples fieles, apenas bautizados desde hacía un año o poco más, quizá. Pero tenían el coraje de ir a anunciar. ¡Y les creían! ¡E incluso hacían milagros! «Muchos endemoniados expulsaban espíritus impuros, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y lisiados fueron curados».
Y al final «¡hubo gran alegría en aquella ciudad!». Había ido también Felipe. Estos cristianos –cristianos desde hacía poco tiempo- tuvieron la fuerza, el coraje de anunciar a Jesús. Lo anunciaban con las palabras, pero también con su vida. Suscitaban curiosidad: «Pero… ¿quiénes son estos?». Y ellos decían: «Hemos conocido a Jesús, hemos encontrado a Jesús, y lo llevamos». Tenían solo la fuerza del bautismo. Y el bautismo les daba este coraje apostólico, la fuerza del Espíritu».
La reflexión del papa se centró luego en el hombre de hoy: «Pienso en nosotros, bautizados, si tenemos esta fuerza. Y pienso: “Pero nosotros, creemos en esto? ¿Que el bautismo sea suficiente para evangelizar? O esperamos que el cura diga, que el obispo diga… ¿Y nosotros?”». Demasiado a menudo, subrayó, la gracia del bautismo se deja un poco aparte y nos encerramos en nuestros pensamientos, en nuestras cosas. «A veces pensamos: “No, nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, nos hemos confirmado, hemos hecho la primera comunión… y así el carnet de identidad está bien. Y ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos”. Pero «¿Dónde está esta fuerza del Espíritu que te lleva adelante?», se preguntó el papa. «¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras? Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos», hijos de la Iglesia que testimonian a Jesús y la fuerza del Espíritu. «Pero –advirtió- cuando no lo hacemos, la Iglesia se convierte no en madre, sino en Iglesia niñera, que cuida al niño para que se duerma. Es una Iglesia adormecida. Pensemos en nuestro bautismo, en la responsabilidad de nuestro bautismo».
Y recordó un suceso en Japón, en los primeros decenios del siglo XVII, cuando los misioneros católicos fueron expulsados del país y las comunidades permanecieron más de dos siglos sin sacerdotes. Sin. Cuando luego volvieron los misioneros ¡encontraron a una comunidad viva en la que todos estaban bautizados, catequizados, casados en la iglesia! E incluso cuantos habían muerto había recibido una sepultura cristiana. «Pero –añadió el papa- no había sacerdote! ¿Quién hizo esto? ¡Los bautizados!». He aquí la gran responsabilidad de los bautizados: «Anunciar a Cristo, llevar adelante la Iglesia, esta maternidad fecunda de la Iglesia. Ser cristiano no es hacer una carrera para hacerse un abogado o un médico cristiano; no. Ser cristiano es un don que nos hace ir adelante con la fuerza del Espíritu en el anuncio de Jesucristo».
Por últim, el papa dirigió su pensamiento a Nuestra Señora, quien siempre acompañó a los cristianos con la oración cuando eran perseguidos o dispersados. «Oraba mucho. Pero también les animaba: “Id, haced…!”». «Pidamos al Señor –concluyó- la gracia de convertirnos en bautizados valientes y seguros de que el Espíritu que tenemos en nosotros, recibido por el bautismo, nos impulsa siempre a anunciar a Jesucristo con nuestra vida, con nuestro testimonio y también con nuestras palabras».