Hablar con Dios es como hablar con las personas: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Por que este es nuestro Dios, uno y trino, no un dios indefinido y difuso, como un espray esparcido un poco por todas partes.
Este es el significado de la reflexión propuesta por el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en la mañana del jueves 18 de abril en la Domus Sanctae Marthae, a la que asistieron los directores y funcionarios de la Inspección de Seguridad Pública del Vaticano.
Concelebraron con el papa, entre otros, el arzobispo Angelo Becciu, sustituto de la Secretaría de Estado; los obispos Charles Scicluna, obispo auxiliar de Malta, y Flavio Roberto Carraro, obispo emérito de Verona. Asimismo, los prelados José Bettencourt, jefe de protocolo de la Secretaría de Estado, Antonio Scotti, jefe de la oficina de la primera sección de la Secretaría de Estado, y Giuseppe Saia, coordinador nacional de los capellanes de la Policía del Estado italiano.
La ceremonia estuvo dirigida por monseñor Guillermo Javier Karcher, maestro de ceremonias papales. Entre las personalidades presentes, estuvieron los prefectos Alessandro Marangoni, director adjunto de la Policía, y Salvatore Festa, director de la oficina de enlace entre el Vaticano y el Ministerio del Interior de Italia, así como Enrico Avola, director de la Inspección de Seguridad Pública en el Vaticano.
Es el Señor quien «nos habla de la fe», comenzó así la homilía del papa. Él nos dice «creer en él. Pero primero nos dice algo más: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”. Ir a Jesús, encontrar a Jesús, conocer a Jesús es un don del Padre. Es un regalo. La fe es un don. Un regalo que recibimos en el bautismo, pero que luego debe desarrollarse en la vida, crecer en nuestro corazón, extenderse en las obras que hacemos. La fe es un don, y los que tienen esta fe, tienen vida eterna. Podemos preguntarnos: «¿Tenemos fe?». «Sí, sí, yo creo en Dios.» «¿Pero en cuál Dios tú crees?». «¡Bueno, en Dios!» ¿Cuántas veces escuchamos esto «en Dios»? Un dios difuso, un dios-espray, que está un poco en todas partes, pero no se sabe lo que es. Creemos en Dios que es Padre, que es Hijo, que es Espíritu Santo. Creemos en las personas, y cuando hablamos con Dios hablamos con personas: o hablo con el Padre, o hablo con el Hijo, o hablo con el Espíritu Santo. Y esta es la fe».
Refiriéndose a la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40), el papa se centró en la figura del eunuco etíope, tesorero de la reina Candace, quien tenía una fe poco madura y sólida, «una fe que se iniciaba”. Sin embargo, «tenía buena voluntad. Había venido a Jerusalén para orar, para adorar a Dios, y leía al profeta Isaías. Tenía una cierta inquietud en el alma. Se la había metido el Padre para atraerlo a Jesús. Y este hombre, cuando Felipe se acercó a él y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?», le responde que no. Y cuando Felipe le anuncia a Jesús, este hombre siente que esta es una buena noticia. Siente el gozo. Empieza a sentir una alegría especial. Y tan grande fue la alegría que al ver el agua, dice, «¡Bautízame ahora! ¡Quiero seguir a Jesús!»
Esto, señaló el papa Francisco, es algo que debería hacernos reflexionar: «Pensemos: no era un hombre de la calle, un hombre común. Era un ministro de economía, ¡eh! Podemos pensar que estaba un poco apegado al dinero. También podemos pensar que era un ‘arribista’, porque había renunciado a la paternidad por su carrera, ¿no? Pero todo esto se viene abajo ante la invitación del Padre a encontrar a Jesús. Esta es la fe. Y después Jesús nos dice cómo es su camino, nos enseña las actitudes de los que le siguen: en las bienaventuranzas, después en nuestra actitud. «Para seguirme, estas son las cosas que hacer: las Bienaventuranzas». A lo que se añaden las actitudes descritas en el «capítulo 25 de Mateo, sobre el juicio final: «Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me ofrecieron agua, estuve enfermo y me visitaste» (Mateo 25, 31-46). Son las actitudes de los discípulos de Jesús. Quien tiene fe, tiene la vida eterna, tiene la vida. Pero la fe es un don, es el Padre quien la da. Nosotros debemos seguir por este camino».
Nos puede pasar también a nosotros, observaba el papa, el ir por ese camino, mientras estamos absortos en nuestros pensamientos. Además, «todos somos pecadores y siempre tenemos algunas cosas que no van», aunque el Señor nos perdona «si pedimos perdón siempre: ¡y hacia adelante, sin desanimarnos!».
Es posible, por lo tanto, que sobre dicho camino nos suceda lo mismo que pasó con el tesorero etíope. Una vez vuelto a salir del agua después del bautismo –dijo el papa Francisco–, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y él «no le vio más. Y lleno de alegría siguió su camino».
Era la alegría de la fe, «la alegría de haber encontrado a Jesús, la alegría que solo nos la da Jesús, la alegría que da paz: no la que da el mundo, la que da Jesús. Esta es nuestra fe», aquella que nos «hace fuerte, nos hace alegres», y que se alimenta siempre en la vida «con pequeños encuentros diarios con Jesús».
Al final de la Misa, después de la oración a san Miguel Arcángel, patrono de la Policía del Estado, el papa agradeció a todos los presentes «por el servicio que realizan en la sociedad. Un servicio difícil; un servicio para el bien común, para la paz común. Un servicio que es peligroso, también, para la vida. Un servicio que –como le hemos pedido a san Miguel Arcángel–, requiere rectitud de la mente, fuerza de voluntad, honestidad con los afectos, serenidad. Muchas gracias por este servicio. Que el Señor les bendiga mucho».
Tomado de L’Osservatore Romano del 18 de abril de 2013
Traducido del italiano por José Antonio Varela V.