Columna del P. Antonio Rivero, L.C. Doctor y profesor de Teología y de Oratoria en el Seminario Mater Ecclesiae en São Paulo, Brasil
Antes de comenzar un nuevo tema en mi columna de predicación sagrada, quisiera agradecer a mis lectores las sugerencias que me han dado sobre homilías que deben evitarse, y que ahora las resumo aquí:
Homilía soporífera: tan aburridas y con tono de funeral y monótono, que todos se duermen. No hay expresividad, ni entusiasmo, ni cambio de tonos.
Homilía relámpago: no duran ni un minuto. Deberían durar unos diez minutos, y los domingos, hasta quince minutos. En un minuto no se dice nada.
Homilía látigo: donde el predicador regaña a los fieles. Eso, nunca, pues el sacerdote es pastor y no fustigador. Perderá mucha feligresía.
Homilía bufón con carcajada: contando chistes a mansalva para ilustrar lo expresado, olvidando que muchas veces la gente queda con el chiste y se olvida de lo central del mensaje.
Homilía de periodista o cuentero: “…estuve los otros días por el mercado… por la plaza… por el colegio… por la calle… etc.”, y desmenuza y cuenta casos que vio y escuchó. Aquí habla no el presbítero, sino el periodista… Cuando no tiene qué contar, cuenta cuentos breves y simpáticos. La homilía no es para eso.
Homilía enlatada: cuando repite la homilías que tenía archivadas desde hace veinte años. La homilía tiene que saber a novedad y actualidad, desde el punto de vista eclesial y mundial, si no, olerían a tufo añejo.
Homilía política: cuando el sacerdote habla de política y critica al político de turno.
Homilía pastilla de consuelo: en funerales se alaba tanto al muerto, que se olvida de abrir los ojos de los presentes para que miren de cara a la eternidad y preparen las maletas para el último viaje.
Homilía teatral: el predicador hace teatro, y salta y baila y berrea. Eso no es digno de una acción litúrgica, ni es el lugar ni el momento. Esto no quiere decir, que sea inexpresivo o monótono, como ya explicamos. “In medio est virtus”, en el equilibrio está la virtud.
Ahora sí, expliquemos otro tema.
PREDICACIONES CIRCUNSTANCIALES
Con el nombre de predicación circunstancial designamos todas aquellas predicaciones, dentro o fuera de la celebración eucarística, cuya razón de ser no es el domingo o la festividad del día, sino otra circunstancia que puede variar ampliamente, desde la inauguración del curso escolar hasta las bodas de oro de una asociación civil o religiosa, pasando por la bendición de animales o de coches.
Dentro de esta categoría hay tres casos que merecen una atención especial por su frecuencia, por su relevancia litúrgica y por sus implicaciones con el trabajo pastoral. Se trata de la predicación en el bautizo, en la boda y en el funeral. Hay otras que también explicaremos: fiesta, presentaciones y brindis.
Demos hoy unas pistas en general respecto a los oyentes, la situación y unas conclusiones. Y los otros días ya hablaremos de cada una en particular.
Primero, los oyentes…
El público que se reúne en un bautizo, en una boda o en un funeral es muy variado: fieles de la comunidad parroquial, católicos no practicantes, indiferentes y hasta es posible que haya ateos o pertenecientes a otra confesión religiosa, sin descartar a los que acuden por curiosidad.
Son más celebraciones familiares a las que se une la comunidad cristiana que celebraciones de la comunidad en las que está presente la familia. Están ahí por lazos familiares o sociales, no por razones religiosas. Algunos soportan la ceremonia religiosa porque se vería feísimo ir sólo al banquete familiar.
Esto no justifica que el predicador esté ahí con una disposición interior desganada. Tiene que dar lo mejor de sí en esa predicación, presentando un mensaje espiritual sencillo y positivo, lleno de fervor y entusiasmo. Es una oportunidad única para que alguno de ellos cambie su opinión negativa de la Iglesia y de los sacerdotes y tal vez sea la ocasión para que alguno de ellos comience a interesarse por la fe. El predicador sagrado llegará al fondo de su corazón por la fuerza de su fe sencilla y por hablar el mismo lenguaje que ellos. Hay que tratar de conectar con ellos. Se aconseja que la predicación sea sencilla, positiva y respetuosa de las diversas creencias. El predicador debe aprovechar esa ocasión en que los oyentes están con más apertura emocional, para hablar de esos misterios humanos: el nacimiento, el amor y la muerte.
Segundo, la situación….
Esa situación concreta –un bautizo, una boda, unas exequias- es una excelente oportunidad para iluminarla con la Palabra de Dios. Por eso, hay que partir de un texto bíblico que vaya al corazón de esa situación humana. Si no hacemos esto, hay el peligro de “echar el rollo teológico” en esos momentos, con lenguaje eclesiástico que algunos de los oyentes odian. Es una ocasión para instruirlos en la doctrina cristiana con gran respeto: ¿para qué nacemos, de dónde procede esa nostalgia de amor y de comunidad, por qué acabamos en la tierra? Hay que hacerles ver cómo la Iglesia celebra el amor gratuito de Dios manifestado en Cristo en todas esas situaciones (bautismo, boda, entierro); Dios no se desinteresa del hombre, a quien ha creado con tanto amor.
Finalmente, unas conclusiones…
Primera, el predicador no puede prescindir del estado anímico de los oyentes.
Segunda, el predicador debe preparar su predicación de modo que ayude a los oyentes a ir más allá de dónde se encuentran, para que lo vivan más profundamente. Así ofrece el consuelo objetivo con el calor de una participación verdaderamente humana.
Y, por último, siempre predicará con palabras humanas, con tono auténtico y vocabulario comprensible para todos, y con tacto, delicadeza y respeto a la intimidad de los variados asistentes; con calor humano, un gran corazón y una dosis de sabiduría adquirida en las experiencias de la vida.
Si desea comunicarse con el padre Antonio Rivero, puede hacerlo en este email:arivero@legionaries.org