Al alba, poco antes que la luz del sol tropical acaricie la cresta del agua calmada y espumosa de la bahía de Guanabara, Río se suaviza con una neblina que evoca poesía e inspiradora de misterios. La cortina desaparece con el pasar de la horas, en un aumento de colores y olores, ruidos y sabores que hacen la «ciudad maravillosa».
Río es la suma de todas la brasilidad, purgatorio de belleza y de caos, donde sus habitantes, moviéndose casi a ritmo de samba, construyen crónicas y metáforas.
Una leyenda cuenta que un marinero irlandés cuya fe religiosa iba a morir ahogada en el whisky, desembarcó en Río el 12 de octubre de 1931. Al bajar de la nave y poner los pies en la plaza Mauà, miró casualmente al cielo oscuro y, de repente, a lo lejos, Jesucristo apareció de la nada, iluminado, en pie y con los brazos abiertos flotando por encima de la ciudad. Delante a esta visión el marinero casi sufrió un ataque, corrió a la nave, se dirigió al capellán y juró no volver a beber nunca. Fue para él el signo y la invitación a encontrar la templanza, la que muchos pierden en los excesos del carnaval.
El pobre marinero no había ni siquiera imaginado que esa visión era la estatua gigante del Redentor sobre la colina del Corcovado, iluminada por el experimento de Guglielmo Marconi que envió desde su barca anclada en el golfo de Nápoles una señal de radio captada en Dorchester, recuperado en Jacarepaguà y finalmente destinada a los receptores – interrumpidos por la cima de las montañas que dominan Copacabana.
A partir del 22 de julio un nueva señal partirá del mar Tirreno cuando el papa Francisco llegará en el vuelo para iluminar desde Río a toda una generación, la de la esperanza del continente de la esperanza que es América Latina.
No se tratará de una radiofrecuencia, sino de una presencia, de una voz, de un testimonio de padre y pastor, en un mundo carente de paternidad y creatividad.
Ambos son elementos que están caracterizando el pontificado del papa venido del «final del mundo», del Nuevo Mundo con un nuevo «modo de hacer», en el que el abrazo de culturas facilita la relación sin prejuicios y sin pretensiones.
¿Cuáles serán las impresiones de papa Francisco a su llegada a Río?
Amerigo Vespucci, al adentrarse en el mes de enero en una bahía que parecía la desembocadura de un río (río de janeiro) quedó fascinado por una obra de arte natural hecha de colinas y montañas, lagunas y playas, bajo un cielo que no tenía fin.
El papa Francisco podrá inspirarse en esta belleza con fin para llamar a los jóvenes a la Belleza sin fin «tan antigua y tan nueva» antes que sea demasiado tarde para amarla.
Río es una permanente promesa de sol sobre ochenta kilómetros de playas, buen humor y libertad de la larga tradición de acogida amistosa y asilo a quien se lo pida: guerreros, misioneros, refugiados políticos, renegados religiosos, víctimas de persecuciones raciales, inmigrantes de cualquier parte del mundo y hasta fugitivos por temas de justicia.
En el país donde la liberación es desarrollada en sistema teológico, el papa invitará a la verdadera libertad, la que se construye en la verdad del propio ser y del propio hacer como hijos de Dios.
Río ha sido, de vez en cuando, el Edén soñado por los utopistas, la fallida Francia Antártica, un puerto de piratas y corsarios, un imperio de oro y esclavos, la capital de un imperio europeo, una opereta de corte, la «Ciudad Maravillosa», la tierra del carnaval y una «Mecca» de la corrupción.
La aspiración al «paraíso perdido» de los progenitores y de generaciones de padres, puede salir de nuevo de Río, de este viaje en el que el sucesor de Pedro quiere confirmar a sus hermanos en la fe e iluminar a tantos jóvenes de ojos apagados incapaces de mirar a horizontes lejanos.