«Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz», así comenzó el papa Francisco su discurso a los jóvenes presentes en la playa de Copacabana tras la vivencia del Vía Crucis, en el que se reflexionó sobre los problemas actuales y las preocupaciones de la juventud.
«Queridos hermanos, nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida», afirmó el santo padre. Y lanzó tres preguntas para la reflexión «¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país?», «¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes?», «¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?»
El papa Francisco recordó que Jesús con su Cruz «recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos» y además «se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos» también «se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos». Así mismo recordó que «con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos». También hizo referencia a que Jesús está junto a madres y padres que sufren a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga; a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; a jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, «por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio».
Y alentó a los presentes recordando que «Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida».
Haciendo referencia a la segunda de las preguntas que lanzó al inicio del discurso, el papa señaló que la Cruz «deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros». A continuación invitó a los jóvenes a fiarse de Cristo «porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención».
Finalmente afirmó que la «Cruz invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto». Y nuevamente invitó a los peregrinos a hacerse una pregunta: «Vos, ¿cómo quien querés ser. Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos?» o «sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura».
Por eso, exhortó a lo jóvenes a llevar alegrías, sufrimientos y fracasos a la Cruz de Cristo, donde «encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor».