Hay luz para la oscuridad

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SITUACIONES

Todos pasamos por momentos difíciles, sea por falta de salud, trabajo y recursos económicos, sea por problemas familiares. Cada quien sabemos nuestra historia y lo que llevamos en el corazón. Quisiéramos que todo fuera dicha y felicidad, que deseamos también para los demás, pero la realidad es cruda. Se nos antojaría huir lejos de lo que nos pasa, pero las obligaciones nos atan. Nos punzan las dudas, las desconfianzas y la soledad. El futuro es incierto y angustia, pues no tenemos seguridad de lo que nos vendrá.

Fui a celebrar la Misa de Navidad con los internos de un reclusorio local, y al escuchar el caso de un sentenciado a 25 años de prisión, parece que injustamente, buscamos cómo ayudarle y no siempre se nos abren los caminos.

Hay alcohólicos, drogadictos y pandilleros que unos a otros se acompañan y consuelan, como un refugio a su soledad, una compensación a la ausencia de cariño en su hogar, como un refugio ante la falta de oportunidades para salir adelante.

Y lo que palpamos a nivel personal y familiar, se experimenta a nivel social. Hay temores y angustias, inseguridad y violencia, crímenes inexplicables, hogares desintegrados, jóvenes sin esperanza, migrantes sin protección, indígenas y campesinos postrados en la miseria, pobres y excluidos que aumentan en todas partes.

ILUMINACION

Ante estas y otras situaciones, nos alienta lo dicho por el Papa Francisco con ocasión de la Navidad: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y de pueblo errante. También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras.

Jesús ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes; es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros.

Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la misericordia.

«Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11)” (24-XII-2013).

COMPROMISOS

Quienes recibimos el tesoro de la fe cristiana, encontramos en la Palabra de Dios una luz capaz de iluminar cualquier situación de nuestra vida. En los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Dios nos acompaña, está a nuestro alcance, continúa vivo y resucitado para nosotros.

Disfrutemos esa cercanía de nuestro buen Dios que nos ama tanto, y contagiemos a otros esta dulce esperanza. Que los padres de familia acerquen a los hijos a Dios desde pequeñitos, para que vayan gozando de este tesoro, que es el mejor regalo, la mejor luz que oriente sus vidas.

Y si hay forma de que este mensaje llegue a los que se dedican a perjudicar a los demás para su propio interés, que perciban que Dios les ama, que es capaz de perdonarles, que les ofrece una alternativa digna para cambiar su vida. Van a encontrar la paz y la serenidad que todo el dinero del mundo, sobre todo el mal habido, es incapaz de garantizarles.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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