Martín Valverde desde hace más de 30 años, canta y habla del Evangelio a través de la música. Sólo en los últimos cinco años ha tenido 533 conciertos nacionales e internacionales en 23 países. En octubre de 1998 fundó y fue el primer coordinador de la «Red Magnificat», la Asociación Americana de músicos, productores y promotores de música católica, cuyos miembros son 20 organizaciones musicales católicas de Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Ecuador, Perú, Paraguay, Argentina, Chile y Brasil. El 21 de mayo del 2000, durante la misa y ceremonia de canonización de 27 mártires mexicanos, Valverde cantó en la plaza de San Pedro delante de Juan Pablo II. Y en julio, en la adoración de la JMJ de Río de Janeiro, cantó delante del Santísimo. Nacido en Costa Rica es ahora ciudadano mexicano. Felizmente casado, tiene tres hijos y conserva un entusiasmo y una fe fresca y profunda. Para conocer y entender qué piensa y qué mueve su corazón de «músico misionero», ZENIT lo ha entrevistado.
¿Cómo se hace para ser un predicador y vivir el Evangelio? ¿Cuáles son los fundamentos sobre los que construir la propia vida?
—Martín Valverde: Don Bosco decía hace cien años que «la Iglesia sin música es como un cuerpo sin alma». A muchos les resulta difícil entender que hay músicos que pueden hacer frente de forma sana y equilibrada el estrés de los conciertos en los que participan muchas personas. Algunos confunden los negocios con las cosas de Dios, mientras que el Señor da todo lo necesario para testimoniar la bondad de Dios. El Señor nos da todo lo que necesitamos para contar la buena noticia a través de la música: de las cuerdas de la guitarra, a los amplificadores de sonido, al apoyo de personas de buena voluntad que nos permiten organizar espectáculos en zonas y países que se lo pueden permitir. Hace años, el entonces cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, me enseñó a vivir dignamente con mi trabajo, ofreciendo un servicio rápido e inmediato a las exigencias de las comunidades eclesiales de todo el mundo. La música, como la fe es una llamada, pero también una profesión. Si no hubiera un católico que toca y canta para evangelizar, sería de todas formas un músico. La prueba más verdadera de esta llamada se demuestra con 32 años de actividad musical.
¿Tu mujer y tus familiares qué piensan de tu vida y la misión que estás cumpliendo?
—Martín Valverde: Estoy felizmente casado desde hace 27 años. Cada uno de mis familiares es una parte vital de mi llamada, si no están bien yo no funciono. San Pablo dijo que quien no puede ordenar la propia casa, no se ponga a ordenar la casa de Dios. Es más que evidente que me he casado con una campeona de la fe, una misionera a posteriori. Por ejemplo a mis hijos, cuando eran pequeños, nosotros no les contamos que estaba recorriendo el mundo para contar las cosas de Dios, porque si hubiésemos hecho así, podíamos crear una confusión entre la unión «Dios = papá», y no es así. A medida que fueron creciendo ha sido posible darles más información sobre el contexto de la misión. Todo esto sencillamente porque «la vocación no es hereditaria». Cada uno tiene el derecho y la libertad de encontrar la propia llamada sin deber por fuerza absorber la del padre. Para mí y mi mujer Lizzy no existe una «propiedad del apostolado». Ahora que los niños han crecido, mi mujer ha vuelto a trabajar. Ella es psicóloga y trabaja con personas cuyos matrimonios están en crisis. Además nos ocupados de nuestro tercer hijo, el más pequeño, que tiene parálisis cerebral. Para nosotros se trata de vivir y explorar otro universo, en el contexto en el que crecemos como padres y seres humanos.
Es un «músico misionero» que recorre el mundo para predicar el Evangelio. ¿Qué ha escuchado decir del papa Francisco de las tantas personas con las que se encuentra en sus viajes?
—Martín Valverde: Sobre el papa Francisco hay comentarios de todo tipo. La gran mayoría es favorable al Pontífice. Pero hay una diferencia real y grande entre la percepción que la gente tiene del Papa y de la Iglesia. Sobre todo en los lugares y en las circunstancias donde la Iglesia tiene estos síntomas que el Papa critica con una sabiduría tan sutil. La gente no soporta la Iglesia que se comporta como si fuera una ‘aduana’, es decir un lugar donde es difícil entrar y donde se plantean muchas dificultades. Ahora Roma lo sabe y la gente lo ve, así Francisco está limpiando y haciendo transparente la imagen de la Iglesia, favoreciendo credibilidad y alegría. En general y, en particular en América, la reacción de las personas en lo relacionado con el Pontífice es la de una gran alegría. Es una sorpresa ver como el Papa está cambiando así en poco tiempo las estructuras eclesiales. Y ahora es necesario establecer una unción entre la simpatía y el conocimiento, de forma que además de la maravilla las personas puedan profundizar los contenidos y la sustancia de la Iglesia católica.