Por: Pilar Argelich Casals
Suena el despertador. Lo apagamos de manera automática, antes de decidirnos a vivir el minuto -o minutos- heroico. Somos, por efecto del sueño, poco conscientes de que tenemos un regalo entre las manos: tiempo. Tiempo para Dios y tiempo para los demás. ¿Qué mejor manera de empezar a gastarlo que haciendo un guiño al cielo, poniéndolo bajo el cuidado amoroso de Dios?
El ofrecimiento de obras es levantar el corazón a Dios con paz y con confianza, dejando en sus manos el día que comienza. Cada día es una nueva oportunidad para creer, confiar y amar a Dios y a los demás. Es recomenzar de nuevo a aprender a amar.
¡Qué importante es vivir, personalmente y en familia, estos breves pero intensos minutos de oración! “Buenos días Jesús, buenos días María…” oraciones aprendidas de nuestros padres y que ahora enseñamos a nuestros hijos. Sencillas frases de amor: ”Os doy el corazón y el alma mía”. Oraciones vocales, muchas y variadas, que dichas con el corazón, nos hacen conscientes de que cada momento del día está lleno de la presencia de Dios.
Al ofrecer el día, todo cobra una nueva dimensión. Nuestros pensamientos, deseos, acciones, esfuerzos, trabajos, éxitos y fracasos, caídas y errores los ponemos, por adelantado, en manos de Dios que es nuestro Padre y nos ama infinitamente. Sin desanimarnos, sin vanagloriarnos, contamos con su ayuda para amar y hacer felices a los demás y nuestro día cobra valor de eternidad.