El papa Francisco se ha reunido hoy por la mañana en el Vaticano, con el clero de la diócesis de Roma para el tradicional encuentro del inicio de la cuaresma. Unos 3 mil sacerdotes se han encontrado con el obispo de Roma, el papa Francisco en el Aula Pablo VI.
Publicamos a continuación el discurso del Santo Padre.
Buen día. Antes de todo tengo que decir que me sentí muy impresionado y compartí el dolor de algunos de ustedes y de todo el presbiterio, por las acusaciones hechas contra un grupo de ustedes, he hablado con algunos de ustedes que fueron acusados y vi el dolor de estas heridas injustas. Una locura, y quiero decirlo públicamente que estoy cerca del presbiterio, porque no son 8 o 15, sino es todo el presbiterio en la persona de estos 7, 8 o 15.
También quiero pedirles disculpas no tanto como obispo vuestro, pero como encargado del servicio diplomático del Papa, porque uno de los acusadores es del servicio diplomático, pero esto no fue olvidado y se estudia el problema, porque esta persona sea alejada de allí, se está buscando la vía. Es un acto grave de injusticia y les pido perdón por esto también.
Cuando junto al cardenal vicario hemos pensado a este encuentro, le dije que habría podido hacer una meditación sobre el tema de la misericordia. Al inicio de la Cuaresma reflexionar juntos, como sacerdotes, sobre la misericordia nos hace bien. Todos nosotros tenemos necesidad y también los fieles, porque como pastores tenemos que darles tanta misericordia, tanta.
La estrofa del Evangelio de Mateo que hemos escuchado nos hace dirigir la mirada a Jesús que camina por la ciudad y los pueblos. Esto es curioso, ¿cuál es el lugar en donde se podía encontrar a Jesús con más frecuencia, con más facilidad? En las calles, podría parecer un ‘sin techo’ porque siempre en la calle, la vida de Jesús era por la calle.
Sobre todo nos invita a entender la profundidad de su corazón, sea lo que él probaba por las multitudes, por la gente que encuentra: esa actitud interior de ‘compasión’, viendo las multitudes sintió compasión, porque ve a las personas “cansadas y agotadas, como ovejas sin pastor”. Hemos escuchado tanto estas palabras que a veces no nos entran con fuerza, pero son fuertes. Un poco como a tantas personas que se encuentran hoy por las calles de nuestros barrios. Después el horizonte se amplia y vemos que estas ciudades y estas poblaciones no son solamente Roma e Italia, pero son el mundo y esas multitudes enormes son poblaciones de tantos países que están sufriendo situaciones aún más difíciles.
Por tanto, comprendemos que nosotros no estamos aquí para hacer un bonito ejercicio espiritual al inicio de la Cuaresma, sino para escuchar la voz del Espíritu que habla a toda la Iglesia en este nuestro tiempo, que es precisamente el tiempo de la misericordia. También en este tiempo estoy seguro, y no solamente en la cuaresma, nosotros estamos viviendo un tiempo de la misericordia. Desde hace treinta años o más hasta ahora.
En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia. Esta ha sido la intuición del beato Juan Pablo II. Él ha tenido la intuición que este es el tiempo de la misericordia. Pensemos en la beatificación y en la canonización de sor Faustina Kowalska, después introdujo la fiesta de la Divina Misericordia. Y poco a poco ha ido adelante con esto. En la homilía de la canonización que tuvo lugar en el 2000, Juan Pablo II subrayó que el mensaje de Jesucristo a sor Faustina se coloca temporalmente entre dos guerras mundiales y está muy unido a la historia del siglo XX. Y mirando al futuro dijo: «¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio».
Aquí especifica en el 2000 pero en su corazón maduraba desde hacia tiempo, en su oración, toda esta intuición. Hoy olvidamos todo demasiado rápido, ¡también el Magisterio de la Iglesia! En parte es inevitable, pero los grandes contenidos, las grandes intuiciones y las indicaciones dejadas al Pueblo de Dios no podemos olvidarlas. Y la de la divina misericordia es una de estas. Es una indicación que él nos ha dado. Está en nosotros como ministros de la Iglesia, tener vivo este mensaje sobre todo en la predicación en los gestos, en los signos, en las elecciones pastorales, y por ejemplo la elección de restituir prioridad al sacramento de la reconciliación, y al mismo tiempo a las obras de misericordia. Reconciliar, hacer la paz, con el sacramento, con las palabras pero también con las obras de misericordia.
¿Qué significa misericordia para los sacerdotes?
Me vienen a la mente algunos de vosotros que me han llamado o hablado por teléfonos, o escrito una carta, pero Papa, ¿por qué usted la tiene con los sacerdotes? (ríe) decían que yo regaño a los sacerdotes… No quiero regañar aquí.
¿Qué significa misericordia para los sacerdotes? Preguntémonos qué significa misericordia para un sacerdote, permitidme decir para nosotros sacerdotes. Los sacerdotes se conmueven delante de las ovejas, como Jesús, que veía a la gente cansada y agotada como ovejas sin pastor. Jesús tiene las «vísceras» de Dios. Isaías lo dice mucho, está lleno de ternura hacia la gente, especialmente hacia las personas excluidas, hacia los pecadores, hacia los enfermos que nadie cuida… Así a imagen del Buen Pastor, el sacerdote es un hombre de misericordia y de compasión, cerca de su gente y servidor de todos.
Este es un criterio pastoral que quisiera subrayar mucho, la cercanía, la proximidad. Es el servicio, pero la proximidad, la cercanía. Quien se encuentre herido en la propia vida, en cualquier modo, puede encontrar en él atención y escucha… En particular el sacerdote demuestra entrañas de misericordia en el administrar el sacramento de la reconciliación; lo demuestra en toda su actitud, en la forma de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver… Pero esto deriva de como él mismo vive el sacramento en primera persona, de como se deja abrazar por Dios Padre en la confesión, y permanecer dentro de este abrazo… Si uno vive esto sobre él en el propio corazón, puede también donarlo a los otros en el ministerio.
Yo os dejo una pregunta: ¿cómo me confieso, me dejo abrazar? Me viene a la mente un gran sacerdote de Buenos Aires, tiene algunos años menos que yo, un gran confesor, tenía siempre cola. Los sacerdotes, la mayoría van confesarse con él, un gran confesor. Una vez vino donde mí, «‘tengo un poco’ de escrúpulo porque perdono, yo sé que perdono mucho», y hemos hablado de la misericordia, y a un cierto punto me ha dicho: «tú sabes que cuando siento fuerte este escrúpulo después voy a la capilla delante del tabernáculo y digo, tú tienes la culpa porque me has dado un mal ejemplo, y me voy tranquilo». Es una bella oración, es la misericordia. Y si uno en la confesión vive esto sobre él en el propio corazón lo puede dar a los otros.
El sacerdote está llamado a aprender esto, a tener un corazón que se conmueve. Los sacerdotes, me permito la palabra, «asépticos» no ayudan a la Iglesia, los sacerdotes «de laboratorio». La Iglesia hoy podemos pensarla como un «hospital de campo», perdonadme si lo repito pero lo veo así, lo siento así, es necesario curar las heridas. Hay mucha gente herida, por los problemas materiales, por los escándalos, también en la Iglesia… Gente herida de las ilusiones del mundo… Nosotros sacerdotes debemos estar allí, cerca a esta gente. Misericordia significa antes q
ue nada curar las heridas. Cuando uno está herido, necesita en seguida esto, no los análisis; como el nivel de colesterol, el azúcar en sangre, primero la herida, después se harán las curas especializadas, pero primero se deben curar las heridas abiertas. Para mí en este momento es muy importante, también las heridas escondidas ¿eh? porque hay gente que se aleja por no dejar ver las heridas escondidas. Y me viene a la mente la costumbre por la ley mosaica, los leprosos en la época de Jesús que eran siempre alejados. Sientes que se alejan por vergüenza, y se alejan quizá un poco con la cara torcida contra la Iglesia. Pero en fondo, dentro está la herida, quieren una caricia y vosotros queridos hermanos, os pregunto, ¿conocéis las heridas de vuestros parroquianos? ¿Las intuís, estáis cerca de ellos? Es la única pregunta. Misericordia significa: ni manga ancha ni rigidez. Volvemos al sacramento de la reconciliación. Nos sucede a menudo a nosotros sacerdotes, escuchar experiencias de nuestros fieles que nos cuentan que han encontrado en la confesión a un sacerdote muy «estrecho», o muy «largo», laxista o rigorista. Esto no va bien.
Que entre los confesores haya diferencias de estilos es normal, pero estas diferencias no pueden afectar a la sustancia, es decir, la sana doctrina moral y la misericordia. Ni el laxista ni el rigorista da testimonio de Jesucristo, porque ni el uno ni el otro se hace cargo de la persona que encuentra. El rigorista se lava las manos… De hecho la ata a la ley entendida de forma fría y rígida; el laxista se lava las manos, solo aparentemente es misericordioso, pero en realidad no se toma en serio el problema de esa conciencia, minimizando el pecado. La verdadera misericordia se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, lo enfoca con respeto y con verdad a la situación, y la acompaña en el camino de la reconciliación. Y esto es cansando sí, realmente. El sacerdote realmente misericordioso se comporta como el Buen Samaritano… pero ¿por qué lo hace? Porque su corazón es capaz de compasión, ¡es el corazón de Cristo!
Sabemos bien que ni el laxismo ni el rigorismo hacen crecer la santidad. Quizá algunos rigoristas parecen santos, santos, pero pensad en Pelagio, después lo hablamos.
No santifican al sacerdote y no santifican al fiel. Ni el laxismo ni el rigorismo. La misericordia sin embargo acompaña al camino de la santidad, la hace crecer… Es demasiado trabajo para un párroco, es verdad, es demasiado trabajo. ¿De qué forma? A través del sufrimiento pastoral, que es una forma de la misericordia. ¿Qué significa sufrimiento pastoral? Quiere decir sufrir para y con las personas, y esto no es fácil, sufrir como un padre y una madre sufren por los hijos. Y me permito decir, también con ansiedad.
Para explicarme os hago también algunas preguntas que me ayudan cuando un sacerdote viene donde mí, y que me ayudan cuando estoy solo delante del Santísimo. Dime, ¿tú lloras? ¿O hemos perdido las lágrimas?
Recuerdo en los misales antiguos, esos de los otros tiempos, había una oración bellísima para pedir el don de las lágrimas, iniciaba así: ‘Señor tú que has dado a Moisés el mandato de golpear la piedra para que llegara el agua, golpea la piedra de mi corazón para que vengan las lágrimas’ era algo así.
Pero ¿cuántos de nosotros lloramos delante del sufrimiento de un niño, delante de la destrucción de una familia, delante de tanta gente que no encuentra el camino?
Y el llanto de un sacerdote. ¿Tú lloras? ¿O en este presbiterio hemos perdido las lágrimas? ¿Lloras por tu pueblo? ¿Haces la oración de intercesión delante del tabernáculo? ¿Tú luchas con el Señor por tu pueblo, como Abraham ha luchado: Y si fueran menos, si fueran 25, 20. Una oración valiente de intercesión. Nosotros hablamos de parresía de valentía apostólica, pensamos en los planes pastorales, pero la misma parresía es necesaria en la oración. ¿Luchas con el Señor? ¿Discutes con el Señor como hizo Moisés? Cuando el Señor estaba cansado, agotado de su pueblo y decía: ‘a estos les destruiré a todos y te haré jefe de otro pueblo’ ¿no? ‘Si tú destruyes el pueblo destrúyeme también a mí’. Pero estos tenían pantalones y yo hago la pregunta: ¿tenemos los pantalones para luchar con Dios por nuestro pueblo? Y hago otra pregunta: la noche, ¿cómo concluye tu jornada? ¿Con el Señor? ¿O con la televisión? Y veo muchas sonrisas aquí, también yo sonrío. ¿Cómo es tu relación con los que ayudan a ser más misericordiosos? Es decir, ¿cómo es tu relación con los niños, con los ancianos, con los enfermos? ¿Sabes acariciarles o te avergüenzas de acariciar un anciano? No tener vergüenza de la carne de tu hermano. Al final, seremos juzgados sobre cómo hemos sabido acercarnos a «cada carne». Isaías… no os avergoncéis de la carne de vuestro hermano. «Hacerse prójimo», la proximidad, cercanía. Hacerse prójimo a la carne del hermano. El sacerdote y el levita que pasaron antes que el buen samaritano no supieron acercarse a esa persona abatida por los bandidos. Su corazón estaba cerrado, y tenían sus justificaciones. Sin embargo aquel samaritano abre su corazón, quizá el sacerdote ha mirado el reloj y ha dicho ‘no puedo llegar tarde a misa…’ Muchas veces tomamos las justificaciones para dar la vuelta al problema, a la persona. El otro levita, el doctor de la ley ha dicho ‘no puedo hacer esto porque si hago esto mañana tendré que ir con un testigo, perderé tiempo’. Las excusas… Tendrán un corazón cerrado, pero el corazón cerrado se justifica siempre de lo que no hace… Sin embargo el samaritano se deja conmover en las entrañas y este movimiento interior se traduce en acción práctica, en una intervención concreta y eficaz para ayudar a esa persona. Al final de los tiempos, será admitido a contemplar la carne glorificada de Cristo solo quien no haya tenido vergüenza de la carne de su hermano herido y excluido.
A mí me hace bien algunas veces leer la lista sobre la cuál seré juzgado, que es Mateo 25. Estas son las cosas que me han venido a la mente para compartir con vosotros. Un poco ‘a la buena’ como me han venido.
En Buenos Aires, hablo de otro sacerdote que era un confesor famoso, este era sacramentino, casi todo el clero se confesaba con él. Una de las dos veces que fue Juan Pablo II pidió un confesor y fue él. Era anciano, muy anciano, fue el provincial de su orden, profesor, pero siempre confesor. Tenía siempre cola en la Iglesia del Santísimo Sacramento. En aquel tiempo yo era vicario general y vivía en la curia. Cada mañana pronto bajaba al fax para ver si había algo. Era una mañana de Pascua cuando leí el fax del superior de la comunidad: ayer, antes de la vigilia de Pascua falleció el padre Aristi, el funeral será tal día.
Y la mañana de Pascua tenía que ir a comer a la casa de ancianos con los sacerdotes, y después de la comida fui a la Iglesia. Es una iglesia muy grande, con una cripta muy bonita, había solamente dos ancianas y ninguna flor y pensaba: este hombre que ha perdonado tantos pecados al clero de Buenos Aires, incluido yo. Subí y fui a una floristería porque en Buenos Aires hay cruces con floristerías por la calle y compré flores, rosas y volví y comencé a preparar el ataúd con las flores. Y miré el rosario que tenía en la mano, y ese ladrón que tenemos dentro, mientras preparaba las flores tomé la cruz del rosario, una cruz así y con un poco de fuerza la he arrancado, y en ese momento le he mirado y le he dicho: ‘dame la mitad de tu misericordia’.
Sentí una cosa fuerte, que me ha dado la valentía de hacer esto y esto. Oración. Y después esa cruz me la metí aquí en el bolsillo. Pero las camisas del Papa no tienen bolsillo, y yo siempre llevo conmigo una bolsa de tela pequeña, y desde ese día y hasta hoy esa cruz está conmigo. Y cuando me viene un mal pensamiento contra alguna persona, la mano se viene aquí siempre, y siento la gracia, y me hace bien. Pero cuánto bien hace el ejemplo de un sacerdote misericordioso, de un sacerdote q
ue se acerca a las heridas.
Si pensáis en vosotros, seguramente habéis conocido muchos sacerdotes, porque los sacerdotes de Italia son buenos, y pienso que si Italia es todavía tan fuerte, no es tanto por nosotros los obispos, sino por los párrocos, los sacerdotes. Y no es un poco de incienso para vosotros sino porque lo siento así. Y la misericordia.
Pensad en tantos sacerdotes que están en el cielo y pedid esta gracia, que os den esa misericordia que han tenido con sus fieles. Y os agradezco mucho por la escucha y por haber venido aquí, y ahora me despido. Debemos rezar el ángelus.
Y después de la oración ha añadido:
Y rezad por mí, por favor, no lo olvidéis.