«Nosotros anunciamos a Cristo… Por esta razón, me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente» (cf Col 1, 28-29). «Yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Cor 15, 10b). San Pablo evidenciaba así el «dinamismo del amor», esa efusión del Espíritu prometida por Jesús a los apóstoles en el Cenáculo: «Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes» (cf Hch 1, 8).
La nueva Evangelización requiere dinamismo. Dinamismo es la voluntad de salir de nuevo, confianza de hacerlo no fundada en la habilidad propia, sino en la fe en Dios. Dinamismo significa trabajar con entusiasmo, con alegría, con energía real, gloriosa, con el poder del Espíritu. Significa trabajar de forma creativa, perseverante en los esfuerzos hasta la realización de la obra de Dios. Significa no rendirse delante de un «no»; es no ceder nunca al temor y a las preocupaciones. Un dinamismo que crece cuando todo parece oponerse a la evangelización, inversamente proporcional a los problemas que pasamos.
Miramos el dinamismo de Jesús: no se detiene delante de nada; también en el gesto extremo del «cáliz de la muerte» va hasta el final. Jesús no ha hecho nunca las cosas a medias, no se ha rendido nunca. Jesús nos ha dado su espíritu para asignar una tarea a cada uno de nosotros: hacer discípulos, salvar almas. Y se espera que se desarrolle de forma dinámica. Esta es nuestra misión. «Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62). Jesús está descontento del siervo nervioso, preocupado, que coge su único talento y lo esconde: «Echen afuera, a las tinieblas» (Mt 25, 30).
Jesús no ama la higuera estéril: «Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?» (cf Lc 13, 7). Es necesario trabajar con el dinamismo de un vencedor. Desde que nos hemos hecho creyentes, somos hombres dinamizados por el amor, que viven una vida diferente, más intensa, más llena de los otros. En nosotros vive Cristo. No cuenta más nuestra vida, sino la suya, la suya en nosotros, a través de nosotros.