Monseñor Oscar Romero, un predicador mártir

El Siervo de Dios y arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980 en el altar mientras celebraba la eucaristía

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Con ocasión de la XXII jornada de oración y de ayuno instituida por Juan Pablo II para recordar a los misioneros mártires, la figura de monseñor Romero resulta como nunca de reclamo y actualidad. Fijada en este día, el mismo del martirio de monseñor Oscar Arnulfo Romero, la «jornada» es una invitación a hacer memoria de todos aquellos que han aceptado vivir la ofrenda suprema de la propia vida por la fe.

Para recordar la fuerza de la palabra de monseñor Romero hemos pedido al profesor Manlio Sodi poner a disposición de todos los lectores de ZENIT una breve «voz» aparecida en el Diccionario de Homilética, editado por tercera vez en estos días por las editoriales Elle Di Ci y Velar.

La contribución fue redactada por monseñor Gregorio Rosa Chávez, actual auxiliar y vicario general de la archidiócesis de San Salvador, donde el 24 de marzo de 1980 monseñor Romero fue asesinado durante la celebración de la eucaristía.

Óscar Romero vino al mundo para ser el hombre de la Palabra. Su sacerdocio está marcado por un trabajo inagotable de predicador; este ministerio le había dado gran respeto y popularidad en los distintos sectores de la sociedad. A la proclamación del mensaje cristiano desde el púlpito se une el apostolado de la pluma en el semanal diocesano y en otros periódicos de provincia. Un lugar aparte ocupa la predicación a través de la radio: con su programa diario «La oración de la mañana». Sus contemporáneos recuerdan con emoción sus catequesis durante la transmisión radiofónica de la misa dominical del obispo en la catedral de San Miguel, en los tiempos en los que la misa era celebrada en latín!

– Denunciar el pecado social. El Vaticano II abrió nuevas y estimulantes perspectivas que él integró sin dificultad en las predicaciones, dando particular importancia al tema de la Iglesia. Prueba de esto son sus cuatro cartas pastorales como arzobispo de San Salvador, todas dedicadas a la Iglesia  (Iglesia de la Pascua, 10 abril 1977; La Iglesia, Cuerpo de Cristo en la historia, 6 agosto 1977; La Iglesia y las organizaciones populares, 6 agosto 1978; Misión de la Iglesia en la crisis del país, 6 agosto 1979). Pero pronto llegó la crisis, cuando se intentó aplicar las enseñanzas conciliares a la dramática realidad de América Latina, realidad que los documentos de Medellín (1968) no dudaron en calificar como «injusticia institucionalizada». Casi contemporáneamente a la asamblea de Medellín surge la teología de la liberación. Las «interpretaciones» de Medellín en clave preeminentemente sociológica, llenaron de inquietudes a monseñor Romero, como se refleja en algunos de sus artículos, cuando era Rector del Seminario de la archidiócesis de San Salvador.

– «Voz de quien no tiene voz». La archidiócesis de San Salvador ha publicado las homilías de monseñor Romero. La obra completa consta de ocho volúmenes y contiene tres ciclos litúrgicos. Las homilías de monseñor Romero tienen un fondo profundamente cristológico y eclesiológico. Frecuentemente les asignaba un título; se hace común el esquema en tres partes, que él llamaba «los tres conceptos».  Muy a menudo en su Diario da testimonio de las ideas claves de su predicación y de las reacciones de su audiencia. Uno de los casos más curiosos tuvo lugar el domingo 4 de marzo de 1979, cuando se interrumpe la emisión de electricidad, lo que impidió a monseñor Romero comentar los sucesos de la semana. Leemos en su Diario: «Y después de la misa, dada la bendición, cuando dije que quienes quisieran quedarse a escuchar la parte relativa a las noticias y los anuncios, casi toda la catedral se quedó en su sitio» (p.135). Pero quizá la características más nueva de la predicación de monseñor Romero es su constante atención a la dolorosa problemática del país en uno de los momentos más oscuros de su historia. De aquí nace justamente el apelativo de «voz de quien no tiene voz».

– El «método». El Diario da informaciones frecuentes sobre el método adoptado para preparar las homilías dominicales. Se podría resumir así: con la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Una amplia y profunda reflexión sobre textos bíblicos, casi siempre muy personales, se unía al trabajo de equipo con un grupo de consejeros que semanalmente le ayudaban a comprender y a iluminar cristianamente la intrincada y vertiginosa historia de violencia que ensangrentaba la tierra de San Salvador.

El resultado de este compromiso radical con el Evangelio y con la historia de su pueblo convirtió la homilía dominical de monseñor Romero en un evento excepcional en la historia de la predicación contemporánea. Su voz clara y vibrante resonaba en la catedral y al mismo tiempo alcanzaba, a través de la radio católica, a todo el país; la sintonía era tan alta que a veces parecía que se tratara de una «cadena nacional» de radio.

– ¿Qué es la homilía para monseñor Romero? ¿Cómo concibe monseñor Romero la homilía y el ministerio profético? «Homilía quiere decir el sermón sencillo del pastor que celebra la palabra de Dios para decirle a los que la están reflexionando: que esa palabra de Dios no es una palabra abstracta, etérea, sino que es una palabra que se encama en la realidad en que vive esa asamblea que está meditando» (Homilía del 16 de abril de 1978). El predicador es un profeta: «Profeta quiere decir el que habla en nombre de otro… Nuestro cuidado está en ser fiel eco a esa voz de Cristo, el único que debe hablar al pueblo y a la conciencia» (Homilía del 14 de enero de 1979). Explica su forma de predicar incluso a Pablo VI, que lo acoge con benevolencia en audiencia privada: «Yo le repetí que era precisamente la manera como yo trataba de predicar, anunciando el amor, llamando a la conversión. Le dije que muchas veces habíamos repetido su mensaje del día de la paz: «No a la violencia, sí a la paz». Le expresé mi adhesión inquebrantable al magisterio de la Iglesia. Y que en mis denuncias a la situación violenta del país, siempre llamaba a la conversión».  (Su Diario, 21 de junio de 1978, 51).

Esta fue la voz que la bala asesina que atravesó su corazón el 24 de marzo de 1980 pretendió reducir al silencio: «El asesino de monseñor Romero sería la última confirmación de su verdadera palabra de profeta…Hicieron silenciar su voz para no escuchar su llamada a la conversión» (J. Delgado, Óscar A. Romero. Biografía, 177).

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ZENIT Staff

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