La sangre y la rosa, un docudrama sobre la Virgen de Guadalupe, ha sido presentado este fin de semana en Madrid, con motivo de la Jornada Mariana por la Familia y la Vida #DALAVIDA. Se trata de un largometraje filmado entre México y España que ofrece entrevistas con importantes expertos en los campos de la ciencia, la historia y la teología para explorar el misterio de san Juan Diego, la Tilma y la milagrosa imagen que en ella aparece.
Los actores Eduardo Verástegui y Karyme Lozano son parte del equipo que da vida a este proyecto cinematográfico en el que se abordan las conocidas apariciones marianas, mediante la recuperación de testimonios y crónicas de la época.
A lo largo de 95 minutos, el espectador descubre por qué la Virgen de Guadalupe es la patrona de la vida además de Madre de las Américas, como la bautizó el beato Juan XXIII.
Para sus productores, más que una historia acerca de un acontecimiento lejano, La sangre y La rosa es “una invitación y una llamada a imitar a san Juan Diego”.
Dirigida por Timothy J. Watkins, esta cinta nace del deseo del director de honrar a la Guadalupana, ante cuya imagen vivió una profunda experiencia espiritual.
Uno de los momentos centrales de #DALAVIDA 2014 ha sido precisamente el conmovedor testimonio del cineasta y la proyección de la película.
La vida de Watkins cambió cuando, a los dos años de nacer su hijo Brian, al pequeño le diagnosticaron autismo. Ninguna de las curas que probaron dio resultado, y cinco años después “yo estaba perdiendo la esperanza. Empecé a sentir un malestar muy grande, y me perdí un poco. Todavía iba a misa los domingos, pero era de forma mecánica. Cuando se acercó la Cuaresma, pensé en retar a Dios”, yendo a misa cada día para pedirle la curación de Brian. Y el Señor actuó…
A los pocos días, uno de los sacerdotes, sabiendo que era productor audiovisual, le propuso hacer un programa de cocina para promover la comunicación en la familia.
Poco después, durante un evento deportivo en el que participaba su hijo, “observé que esos niños estaban llenos de alegría, y pensé: Nunca van a odiar, nunca van a juzgar, sólo van a amar. Les llamamos discapacitados, pero somos nosotros los que estamos rotos y cometemos pecados. Creo que el ir a misa cada día me ayudó a tener los ojos limpios para ver eso”.
Estos dos momentos “han afianzado en mí un compromiso al servicio. Ahora vivo mi vida para conocer, amar y servir no a mí mismo, sino a Dios y a mi prójimo”.
Tres años después de esa fatídica Cuaresma, a Tim le propusieron dirigir La sangre y la rosa. Le fascinó la historia de la Virgen de Guadalupe, y también el hecho de que el nombre indígena del santo mexicano significara águila mensajera. “Era un tipo normal, como cada uno de nosotros”, y Dios le pidió ser su mensajero. Esto le impulsó a crear la Fundación Águila Mensajera “para involucrar y formar a la gente sobre cómo pueden ser verdaderos evangelizadores”.