El Santo Padre Francesco se ha reunido esta tarde con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas -representando a un centenar de congregaciones- en la iglesia del Getsemaní que se sitúa junto al Huerto de los Olivos y que está confiada a la Custodia de Tierra Santa. A su llegada a la iglesia a las 16.15, el Papaha sido recibido con entusiasmo, entre fuertes y aplausos y gritos de ¡Viva el Papa! así como los gritos típicos de las mujeres orientales. Francisco se ha dirigido hacia el altar para venerar la Santa Roca, donde según la tradición Jesús se recogió en oración antes de su arresto.
El Papa, en su discurso, ha recordado que se encuentran «en este lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por su sudor de sangre; santificado sobre todo por su “sí” a la voluntad de amor del Padre». Por ello, el Pontífice ha explicado que Jesús sintió la necesidad de rezar y de tener junto a sí a sus discípulos, a sus amigos, «que lo habían seguido y habían compartido más de cerca su misión».
Pero -ha observado- en Getsemaní, «el seguimiento se hace difícil e incierto, se hace sentir la duda, el cansancio y el terror». Y durante la pasión de Jesús, «los discípulos tomarán diversas actitudes en relación a su Maestro: de acercamiento, de alejamiento, de incertidumbre».
Por esta razón, el Pontífice ha invitado a preguntarse «¿quién soy yo ante mi Señor que sufre?» ¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad?
¿Me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena? ¿Descubro en mí la doblez, la falsedad de aquel que lo vendió por treinta monedas, que, habiendo sido llamado amigo, traicionó a Jesús? ¿Me identifico con los que fueron débiles y lo negaron, como Pedro?» o «¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y torpes de corazón para creer en las palabras de los profetas?» O bien,»¿me encuentro entre aquellos que fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan?»
De este modo, el Santo Padre ha afirmado que «cuando sobre el Gólgota todo se hace oscuridad y toda esperanza parece apagarse, sólo el amor es más fuerte que la muerte». Y ha añadido que es el amor de la Madre y del discípulo amado lo que «los lleva a permanecer a los pies de la cruz, para compartir hasta el final el dolor
de Jesús».
El Obispo de Roma ha indicado que «la amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar a seguirlo con confianza a pesar de nuestras caídas, nuestros errores y nuestras traiciones». Pero, ha advertido, que esta bondad del Padre no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición.
Observando «la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, ha subrayado que el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, «nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción».
Al finalizar, el Papa ha dicho a los presentes que «su presencia aquí es muy importante; toda la Iglesia se lo agradece y los apoya con la oración». Y desde este lugar santo, el Santo Padre ha querido dirigir un saludo afectuoso a todos los cristianos de Jerusalén, «les recuerdo con afecto y rezo por ellos, conociendo bien las dificultades de su vida en la ciudad y les exhorto a ser testigos valientes de la pasión del Señor, pero también de Resurrección con alegría en la esperanza».
Para concluir ha invitado a imitar «a la Virgen María y a San Juan y al lado de tantas cruce en la cual Jesús está aún crucificado” en ese camino porque “no hay otro».