Hechos de los Apóstoles 6, 1-7: “Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu”.

I Pedro 2, 4-9: “Ustedes son piedras vivas en la edificación del templo espiritual”

San Juan 14, 1-12: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”

Los jóvenes regresan de su excursión por las diferentes comunidades de Chiapas y cada uno va expresando lleno de admiración lo que más le ha sorprendido. Alguno comenta su gran admiración por la capacidad de adaptación e ingenio al construir sus casas: “Hay de madera, algunas muy humildes y hasta miserables, pero con mucha creatividad; otras las construyen con las mismas piedras o canteras que hay en sus campos. También en algunas zonas se ven casas estilo “gringo”, en otros lugares emplean mucho las láminas, los troncos, las enormes hojas. Lo que más me sorprendió fueron las casas de bajareque, lodo y zacate. Parecen muy débiles pero hay algunas muy bien hechas, resistentes. De materiales tan frágiles se logran construcciones seguras, cómodas y adaptadas a su realidad. En cambio otras con muchos recursos y material se perciben desordenadas, inútiles y poco prácticas. Cada quien hace su casa de la mejor manera con el material que tiene a mano y cada material se adapta a las necesidades de su dueño”. Nosotros somos “piedras vivas”, somos construcción del Señor… ¿Nos unimos, nos adaptamos, nos disponemos conforme a la voluntad de nuestro dueño?

Jesús construye su Iglesia con elementos pobres y débiles. La fragilidad humana aparece a cada momento, pero ¡es su Iglesia! Todos caben en ella, todos tienen su sitio y cada quien es importante en esta edificación. Las lecturas de este domingo nos centran en una Iglesia muy humana, con sus problemas, con sus deficiencias y con sus limitaciones, pero en búsqueda de construirse y sostenerse en Cristo. Me gusta esta Iglesia que se reconoce limitada y que se lanza a poner sus cimientos y su cohesión en el mismo Jesús. El libro de los Hechos de los Apóstoles venía presentando a las primeras comunidades de una forma idealizada: con un solo corazón, con una sola alma, compartiendo y viviendo en un idilio que al contrastarlo con nuestras propias comunidades nos produce un cierto desencanto. Seamos muy realistas: nuestras comunidades están condicionadas por la fragilidad de sus miembros. Las primeras comunidades también sufren estas mismas limitaciones y hoy en la primera lectura se nos muestra un pequeño ejemplo de lo que sucede en ella: hay divisiones a causa de preferencias, de atenciones mejores a unos que a otros y, en el fondo, la división de dos grupos, los helenistas y los judaizantes, que no acaban de aceptarse.

Al mostrar estas divisiones, también nos muestran la forma en que resuelven el problema. La solución no es ni callarse, ni aguantarse. El silencio y la pasividad no aportan solución. Tampoco aporta solución quien solamente critica o se separa del grupo. Las dificultades son oportunidades y ocasión para nuevas expectativas. Así, de la fuerte división y los cuestionamientos, nacen “los diáconos” como una expresión de servicio y de unidad. Buscando priorizar las necesidades, a ellos se les encomienda el servicio de las mesas, pero no se les excluye, como lo comprobamos en la experiencia, de la predicación de la Palabra. De una grave dificultad, brotó una gran riqueza. Oración, diálogo, escucha y apertura, son caminos que nos ayudan a encontrar nuevas formas y mejores soluciones. ¡Que pudieran así resolver sus problemas las comunidades! Cuando se busca el bien común es necesario dejar las posturas partidistas y los individualismos exagerados. ¡Cuánta enseñanza para los problemas actuales! ¿Cómo se solucionan los graves problemas de nuestra patria? A base de imposiciones, de pleitos, de posturas antagónicas y no buscando el bien común.

Pedro ha vivido en carne propia el proceso de convertirse en piedra para esa construcción. Ha tenido que limarse, tragarse su orgullo, para convertirse al plan de Jesús. Ha aprendido a estar unido, a servir, a ser Iglesia. Hoy se dirige a nosotros que tendemos a quedarnos a la distancia, a la expectativa, que nos contentamos con la curiosidad y nos mantenemos “viendo” desde lejos. Nos dice que somos piedras vivas, que debemos acercarnos a Cristo, unirnos a Él, es más, “estrecharnos” junto a Él. No se trata de “aislarse” en la intimidad con Cristo, sino de entrar en la construcción teniendo a Cristo como piedra angular. Nos acercamos a los otros, nos unimos a los otros, hacemos “Iglesia” con los otros, entramos en la construcción. Sería más fácil acercar piedras, pero se trata de hacernos nosotros mismos el material que construye la Iglesia. Y para entrar en construcción necesitamos “pulirnos”, quitar aristas, acoplarnos a los demás, dejarnos sostener por los hermanos y sostenerlos a ellos. Hay que estar en el lugar donde seamos necesarios, no precisamente en el lugar que nosotros hubiéramos escogido. Es hermoso lo que dice Pedro sobre nosotros: pueblo sacerdotal, estirpe elegida, nación consagrada… pero muy humanos, con cualidades y defectos y ésta es la Iglesia y ésta es su misión.

Jesús conoce las dificultades en que se verán envueltos sus discípulos y por eso les anima diciendo: “no pierdan la paz”. En los momentos de duda, de discordias, de enfrentamientos, en las dificultades, Jesús nos dice: “No pierdan la paz”. En la Última Cena se lo advierte a sus discípulos, previendo el escándalo de la cruz, del abandono y de la muerte. Nos lo dice ahora Jesús a cada uno de nosotros que buscamos perfección y condicionamos nuestra participación al desempeño de los hermanos. Sólo Él puede ser el modelo que no nos falla. Por ello afirma: “Soy el camino, la verdad y la vida”. Sí, así lo afirma Jesús, el Camino. No las reglas, no la seguridad, sino el andar, el paso, la ruta única de salvación. También se dice la Verdad. No en el sentido filosófico, sino en el hacer coincidir nuestro actuar con nuestra palabra, en hacer nuestra vida transparente y sin hipocresías ni dobleces. Pero sobre todo es la verdadera Vida, no la sostenida artificialmente, no la aparente, sino la verdadera y total vida. Así, aquí y ahora, quiere Jesús que construyamos su Iglesia. No en las ambiciones de unos cuantos, sino una Iglesia transparente sin discriminaciones. Una Iglesia que sabe tiene su fortaleza en la debilidad de sus miembros mientras permanezcan unidos a la Piedra Angular. Una Iglesia que siempre está anhelando contemplar del rostro de Jesús para poder mostrarlo. Una Iglesia siempre en camino y búsqueda del verdadero amor y la verdadera vida.

Padre, que en el rostro de Jesús nos has dejado tu verdadero rostro, haz que construyendo sobre la Piedra Angular, seamos artífices de unidad, de amor y de vida. Amén.