Tras el encuentro con las autoridades, el Papa Francisco celebró este viernes una Eucaristía con los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de Filipinas en la Catedral de la Inmaculada Concepción, consagrada por Juan Pablo II como basílica menor en uno de sus dos viajes a la isla.
En el breve trayecto entre la Presidencia y el principal templo de Manila, el Santo Padre pudo disfrutar desde su vehículo panorámico con la alegría de miles fieles, que se echaron a la calle para participar en la histórica visita papal.
El pueblo filipino destaca por su fe y por su placer por la música, como recordó el propio arzobispo de Manila, cardenal Luis Antonio Tagle, en su saludo al Pontífice antes de concluir la misa. Así, la ceremonia religiosa tuvo mayor realce gracias a un magnífico coro.
Unos dos mil asistentes vestidos de riguroso blanco, como suele ser costumbre en Asia y otros lugares debido a las altas temperaturas, asistieron a la celebración en la que se habló en latín, en inglés y también en tagalo.
«¿Me queréis?», arrancó la homilía del Papa en inglés. «¡Sí!», respondieron todos. El Santo Padre dijo divertido: «Gracias, muchas gracias, pero estaba leyendo las palabras de Jesús». La improvisación del Pontífice argentino desató la ovación y las risas de los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas filipinos presentes en la Catedral.
Francisco volvió a improvisar, respecto al discurso que tenía escrito, para destacar que «los pobres son el corazón del Evangelio». «Si dejamos a los pobres fuera del Evangelio no podremos comprender a Jesús», añadió.
En sus palabras, recordó que «la Iglesia está llamada a reconocer y combatir las causas de la desigualdad y la injusticia, profundamente arraigada, que deforman el rostro de la sociedad filipina contradiciendo las enseñanzas de Cristo». «Sólo si llegamos a ser pobres, y eliminamos nuestra complacencia, seremos capaces de identificarnos con los últimos de nuestros hermanos y hermanas», insistió.
De esta manera, explicó el Papa, se podrá responder «con honestidad e integridad al desafío de anunciar la radicalidad del Evangelio en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a una desigualdad escandalosa».
A los jóvenes sacerdotes, religiosos y seminaristas, les exhortó también a que estén cerca de sus coetáneos, que «pueden estar confundidos y desanimados, pero siguen viendo a la Iglesia como compañera en el camino y una fuente de esperanza».
Les instó a mostrar cercanía «a aquellos que, viviendo en medio de una sociedad abrumada por la pobreza y la corrupción, están abatidos, tentados de darse por vencidos, de abandonar los estudios y vivir en las calles». Así como, «a proclamar la belleza y la verdad del mensaje cristiano a una sociedad que está tentada por una visión confusa de la sexualidad, el matrimonio y la familia».
Por último, el Santo Padre advirtió de la presencia de «fuerzas poderosas que amenazan con desfigurar el plan de Dios sobre la creación y traicionan los verdaderos valores».
Uno de los momentos más entrañables tuvo lugar tras las palabras que el purpurado filipino dirigió al Pontífice a punto de concluir la Eucaristía, cuando ambos se fundieron en un afectuoso abrazo.
La celebración finalizó con una hermosa antífona mariana, cantada a la Virgen por todos los presentes en la octava versión de un templo construido en 1581 con bambú y hojas de palma y devastado repetidamente por tifones, incendios, terremotos y bombardeos.
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