Eduardo Pironio, precursor del Papa Bergoglio

El libro de Austen Ivereigh recientemente publicado, «Tiempo de misericordia», destaca la influencia en la vida de Bergoglio del cardenal argentino Pironio, durante años colaborador de Wojtyla

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Desde la elección a Obispo de Roma han aparecido diferentes biografías de Jorge Mario Bergoglio, es decir, el papa Francisco; extrañamente también las que han querido presentarse como documentadas y fundamentadas históricamente no han hecho mención del cardenal Eduardo Pironio. Precisamente, ha aparecido últimamente el libro Austen Ivereigh, «Tempo di misericordia. Vita di Jorge Mario Bergoglio» (Milano 2014), en el que se reconoce un papel relevante al cardenal argentino durante muchos años colaborador directo de Juan Pablo II, como aparece en el fragmento aquí abajo.

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La Evangelii Nuntiandi se habría convertido en el documento religioso preferido de Bergoglio, que la citó durante todo el periodo en el que fue provincial, rector y, después, obispo. No mucho tiempo después de haber sido elegido Papa, la definió como “el documento pastoral más bonito que se haya escrito nunca”. Su gran finalidad era conciliar el magisterio eterno de la Iglesia con la diversidad de las culturas.

Considerando algunas de las firmas escondidas en su redacción, es fácil entender por qué Bergoglio se identificó tanto con esa exhortación apostólica ya sea en 1975 como posteriormente. Las secciones sobre la fe que se materializan en un pueblo (Pablo VI prefería usar el término cultura) y las que se atribuían valor a la piedad popular eran de hecho una contribución argentina, escrito por el padre Gera. Estas consideraciones llegaron al documento a través, sin embargo, de otro argentino, el ex obispo de Mar del Plata, Eduardo Pironio, el cual, como secretario general del CELAM en 1967 y 1968, fue el espíritu animador de Medellín. Colaborador y confesor de Pablo VI, recientemente había presidido en Roma el Sínodo de los Obispos del que nació la Evangelii Nuntiandi.

El sínodo representó otro momento de maduración para la Iglesia latinoamericana. Según el profesor Guzmán Carriquiry, futuro colaborador de Bergoglio, marcó de hecho el final de la fase postconciliar “iconoclasta”, que había sido dominada por la “crisis de la autoridad nordatlántica, el fracaso de la revolución guevarista y la creciente desorientación de los intelectuales”. A estas alturas el terreno estaba listo para la segunda asamblea del CELAM, que se celebraría en Puebla, México, en 1979 y cuyo protagonista sería Gera. Tal y como lo veían Bergoglio con su teología del pueblo y sus colegas de la USAL, y de la Guardia de hierro, el fracaso de la ideología y de los intelectuales dejaba la puerta abierta a la llegada del pueblo fiel.

El cardenal Pironio puede ser considerar bajo ciertos aspectos el precursor de Bergoglio. Su misión era aplicar los principios del Concilio Vaticano II a América Latina; tenía una clara “opción preferencial” por los pobres, pero desconfiaba también de las ideologías y estaba convencido de que el Evangelio representaba la base de un nuevo modelo de sociedad que iba más allá de la dicotomía capitalismo-comunismo. Como haría después Bergoglio, se alienó de los conservadores comprometiéndose en la justicia social y se alienó de la izquierda negando el apoyo a las versiones extremistas de la teología de la liberación.

Como Bergoglio, Pironio no era un revolucionario, pero tenía un gran espesor espiritual: era un defensor radical del Evangelio, con una estrategia pastoral que daba la prioridad a los pobres. Como rector del Máximo después de 1980 y, posteriormente, como obispo y arzobispo, Bergoglio habría dado a esa estrategia -la visión de Pironio y de la Evangelii Nuntiandi – más espacio para respirar.

Recordándolo en el 2008, diez años después de su muerte, definió a Pironio como “un hombre de puertas abiertas con el que se deseaba estar”. Cuando se le visitaba, “donde estuviera o lo ocupado que estuviera, te hacía sentir como si fueras la única persona que importaba”. Coincidía con la descripción que muchos hacen de Bergoglio.

Tenían algo más en común. Cuando en 1978 murió Pablo VI, se habló de Pironio como posible Papa, un argentino de origen italiano de espiritualidad franciscana. Ya que era prácticamente italiano, razonó alguno, ¿por qué los cardenales si querían mirar al mundo en vías de desarrollo, no elegían a ese argentino?


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ZENIT Staff

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