El papa Francisco, al que los filipinos han dado el cariñoso apodo de «Lolo Kiko» (Abuelo Kiko), ha llegado el jueves al país con mayor número de católicos de Asia y va a regresar este lunes a Roma.
Tras recorrer las calles de Manila bendiciendo a los fieles que han salido masivamente para verlo, miles de niños y jóvenes han acogido al Santo Padre en un clima de alegría. «¡Viva el Santo Papa!» y «Pope Francis, we love you» han sido las frases más coreadas en esos últimos momentos en el aeropuerto internacional.
La ceremonia de despedida del Pontífice argentino ha tenido lugar a las 9,45 hora local en el pabellón presidencial de la base aérea de Villamor. Como en la bienvenida, el arzobispo de Manila, cardenal Luis Antonio Tagle, y los obispos filipinos han estado presentes para acompañar al Pontífice argentino.
Con su habitual maletín negro en la mano, Francisco ha agradecido al presidente Benigno Aquino y al pueblo de Filipinas la «cálida acogida» dispensada estos días. Todos los presentes han despedido al Santo Padre con una oración a la Virgen María.
El avión del Papa ha salido desde el aeropuerto de Manila sobre las 10 horas, y su llegada al aeródromo romano de Ciampino está prevista alrededor de las 17,40 hora local, tras haber sobrevolado once naciones.
El programa de actos de la visita apostólica ha concluido el domingo con una misa en el parque Rizal de Manila, en la que se han congregado entre 6 y 7 millones de personas, según los datos proporcionados por las autoridades gubernamentales de Filipinas al Vaticano.
«¿De dónde saca las energía esta gente?», se ha preguntado el Pontífice argentino después de la multitudinaria celebración religiosa cuando los millones de filipinos continuaban coreando su nombre y saludándole a su paso por las carreteras a pesar de la lluvia incesante y las numerosas horas de espera. «Son felices y entusiastas», ha reconocido el Papa, según ha relatado el propio cardenal Tagle.
En su última homilía en estas tierras, Francisco ha tenido presente el fervor de los fieles de Filipinas cuando ha recordado que es el principal país católico de Asia. Se trata de «un don especial, una bendición, pero también una vocación», les ha dicho, al tiempo que ha instado a todos los filipinos «a ser los grandes misioneros de la fe en Asia».
La última jornada del viaje papal a la isla, que comenzó el pasado 15 de enero, tras dos días en Sri Lanka, ha arrancado con un emocionante encuentro con los jóvenes en la Universidad de Santo Tomás.
En el campo deportivo de este centenario centro educativo de los dominicos, han resonado con fuerza las preguntas de Glyzelle Palomar, una antigua ‘niña de la calle’ de 12 años. «Hay muchos niños abandonados por sus propios padres, muchos son víctimas de cosas terribles como las drogas o las prostitución. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no sea culpa de los niños? y ¿Por qué tan poca gente nos viene a ayudar?», ha inquirido la pequeña entre lágrimas.
El Santo Padre, visiblemente conmovido, ha respondido consolando y abrazando a Glyzelle. «Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirla con lágrimas», ha asegurado. A continuación, ha instado a los miles de universitarios presentes a «no tener miedo a llorar». «Al mundo de hoy le falta llorar, lloran los marginados, lloran los que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar», ha indicado. «Si uno no aprende a llorar, no es un buen cristiano, ha concluido el Papa.
Esta visita apostólica de varios días ha estado llena de sorpresas, como el encuentro del Pontífice argentino con los ‘niños de la calle’, y de imprevistos, como el rápido regreso desde Tacloban a Manila debido a la tormenta tropical que se iba a abatir sobre la zona, o los espontáneos discursos de Francisco en español, dejando de lado los papeles que tenía preparados. En la memoria de todos los filipinos permanecerá vivo el firme llamamiento del Papa a salir al encuentro de los más pobres.