“Queridos hermanos y hermanas a las 21:37 nuestro amado santo padre Juan Pablo II regresó a la casa del Padre. Recemos por él”, dijo el Cardenal Sandri el 2 de abril de 2005 a los miles de fieles que se habían reunido en la plaza de San Pedro, debajo de las ventanas de su departamento para rezar el santo rosario por él. Era la noche previa al Domingo de la Divina Misericordia.
Allí había tantos jóvenes y personas que desde el día anterior estaban reunidos siguiendo la agonía del papa polaco. Se encendía la luz de una ventana, se apagaba la de su estudio, todos trataban de entender qué sucedía mientras se rezaba o los jóvenes cantaban o coreaban.
Fue una muerte anunciada. El Papa se iba apagando día a día. El 24 de febrero de ese 2005 el Pontífice reingresó nuevamente en el Hospital Agostino Gemelli. Ya había permanecido nueve días desde el inicio de ese mes por una crisis respiratoria aguda.
Estuvo internado otros 18 días, le hicieron una traqueotomía, su situación prácticamente no mejoraba, y el 14 de marzo volvió al Vaticano a pesar de que los médicos querían retenerlo. Quería morir en la sede de Pedro. Volvió sentado adelante en un pequeño bus, que lentamente hizo el recorrido. Muchos se habían reunido por la calle para verlo pasar, intuyendo la gravedad de la situación.
Aunque fue el 30 de marzo, durante la audiencia general cuando el papa santo de 84 años impresionó a la multitud reunida en la plaza. El Papa que con sus palabras hizo resquebrajar al imperio soviético no lograba proferir palabras a pesar de su esfuerzo por hacerlo, y su bendición fue silenciosa.
Ya el 20 de marzo, domingo de ramos, apenas lograba sostener la palma. Por primera vez no presidía la ceremonia y desde la ventana de su estudio solo pudo dar la bendición .
El viernes santo, no pudo acudir al Vía Crucis en el coliseo romano. Llegaron tan solo unas imágenes del Papa de espaldas en su capilla privada, sentado, con la estola púrpura y aferrando una cruz. El Papa denominado ‘de la comunicación’ tampoco logró proferir palabra el domingo de pascua, para la bendición Urbi et Orbi.
La noche del 2 de abril poco antes de morir dijo sus últimas palabras: “Dejadme marchar a la casa del Padre”.
Del lunes 4 al jueves 7 de abril sucedió un hecho que nadie hubiera imaginado: cientos de miles de fieles llenaban la plaza de San Pedro y vía de la Concilación para dar su último adiós al Papa. No había distinción de edades ni razas: ancianos, niños, madres y jóvenes, que llegaron desde todos los países del mundo. Día y noche estaba allí la multitud haciendo cola durante muchas horas para llegar delante del cuerpo sin vida del Santo Padre y permanecer solamente unos pocos segundos.
El 8 de abril fueron las exequias, definidas como ‘el mayor funeral de la historia’. La misa fue encabezada por el cardenal Joseph Ratzinger, que 11 días después fue Benedicto XVI. Impresionó el fuerte viento que ‘hojeaba’ el libro del evangelio puesto sobre el austero cajón que contenía el cuerpo del Papa polaco, ante miles de personas y mandatarios de todo el mundo que participaban en la ceremonia en la plaza y de las televisiones que lograron récord de silenciosa audiencia. El cardenal Ratzinger en su homilía fúnebre, indicó la ventana de su estudio que da hacia la plaza y que fue el centro de atención de las miradas del mundo. Y aseguró que «Nuestro amado Papa está ahora asomado a la ventana del cielo. Nos mira. Nos bendice».
‘Santo enseguida’ fue un clamor de la multitud. Deseo que el proceso de canonización obtuvo el 5 de julio de 2013, cuando el papa Francisco firmó el decreto que autorizaba la canonización junto a la de Juan XXIII, y cuya ceremonia se realizó el 27 de abril de 2014.
(IDV)